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miércoles, 3 de marzo de 2010

ABISMOS A MIS PIES (Continuación)

        
         A continuación empiezo a tener miedo de que los cientos de libros de mi estantería se abran a la vez y me narren historias interminables de sueños o soledades parecidas a la mía. O, por qué no, de que las fotografías antiguas de mi familia que puse sobre un par de estantes, se hechicen, y de repente cobren vida y me hablen sus rostros color sepia plantados frente a mí. Es decir, que salgan hacia fuera desde esas tinieblas que yo quisiera haber dejado atrás con la travesía de los años pero que sin embargo a menudo, sus historias, aun sin quererlo, me dejan extenuada porque han envejecido conmigo gracias a que mi insistente memoria me platica, a cada instante, por lo bajo. Y me razona de aquellos rotos o aquellos descosidos que los asfixiaron en vida y que ahora, admitido, acaban por desgarrarme el alma y mi ansiado arrojo.
         Pero igualmente, mis parientes fallecidos podrían maldecirme desde sus retratos o abalanzarse, todos en grupo contra mí, o por qué no, gruñirme al unísono, por lanzar al aire intangible de la Red, los trapos sucios de la familia. Porque cada vez que abro mis pensamientos y llevo mis cuitas a la pantalla es como si se levantara una bandada de pájaros llevando en el pico mis calcinados asuntos, expatriándolos, por los confines de la tierra.
         ¡Extraña sensación! la de lavar mis trapos en Internet y reconozco que, cuando lo hago, mi cabeza protesta y mi cuerpo tiembla si pienso como se extienden las ondas de esa inseguridad que me hace proyectar, con tanto atrevimiento al aire digital, una realidad, mitad crudeza mitad espejismos, pero cuyos resultados pasan por mi cabeza como nubes inestables y en constante movimiento. Una enorme fuerza en expansión que no controlo en absoluto ya que es un impulso interior que no atiende a razón sensata alguna. Lo que cuento se adueñó de mí, y hoy en día es como un terremoto que necesita soltar toda su fuerza para destruir lo viejo y luego volverse a reconstruir, eso sí, Dios sabe cómo. Pero el acabado futuro de éste continuo indagar en mis profundidades es algo que yo no controlo pero que indudablemente sabe dominarme. El futuro, sin lugar a dudas es una trampa y otro fantasma que nunca me abandona. Algo tan opresivo en si mismo como la desesperanza.
         Pero todo este barullo viene a cuento, de que hay algo que no es caprichoso en mí y que no quiere dejarme olvidar quién era yo antes de todo esto, por más que la desgana de remover en mis cenizas me apremie a menudo para dejar quietos ciertos asuntos ya inamovibles. Y que mi futuro, será por supuesto, algo incontrolable y a lo que no puedo interpelar por ahora.

PAREJA DE DAMAS.