Seguidores

lunes, 28 de marzo de 2011

ARRITMIAS

En noches implacables
como ésta
se muestra incisivo ese vacío
que dispara el tic tac del corazón.
En noches
rigurosas como el azote
de los mares
oye esa crudeza de la estación
sentada al borde descarnado de la cama
y de su turbación.

Medio desnuda crepita
bajo las sombras de la muerte.

Rotunda es esa atmosfera opresiva
y de una insólita dureza
el poder del mundo y de los astros.

Pero lame sobre su carne lacerada y trémula
porque en noches intensas
como ésta
los fantasmas blancos de la habitación,
tercos como nadie,
arañan justamente en blando
                          con sus uñas afiladas.

lunes, 21 de marzo de 2011

FIN DE SEMANA RURAL.


         A cien kilómetros de la ciudad, hoy, no tengo excusa alguna para sentirme desafortunada.
         El día es espléndido y los rayos de sol se erigen poderosos, y como la mejor predisposición posible para ser dichosa sin más.

         Estoy en la aldea donde nací. La luz que irradia ese astro irrumpe, dentro de esta casa heredada de mis antepasados, por todas sus oquedades de idéntico modo que un raudal de luminosidad. Delante del gran ventanal, se contempla el paisaje lejano de la sierra de Gador con su cresta todavía nevada y, de entre esos altozanos, emerge un asomo de neblina que hace de esas lomas un horizonte, fabuloso, insólito, irreal… Fotográficamente hablando, lo que yo calificaría como un fondo medianamente desenfocado. Pues bien, detrás de esos alcores, imagino ahora, ese mar azur que dejé en plena tempestad hace apenas una semana.
         A espaldas de mi antigua casa, se posiciona la cara sur de Sierra Nevada, con esas lomas escarpadas que arruinarían el calzado de cualquier senderista y una cúspide, tan densa y tan blanca, que la nieve centellea tanto como el fulgor del sol y como si estuviera chispeante o viva.

         Yo viví en esta aldea en tiempos miserables. Nací, de padres muy honestos aunque pobres de solemnidad. Y recuerdo mi infancia como algo plenamente campestre y muy localista donde, llegar a una población cercana a ésta, era una autentica aventura y viajar a la capital, algo así, como dar la vuelta completa al orbe y reavivar plenamente la fantasía de una criatura de corta edad marcada entonces por la tragedia, nada más emprender la edad escolar.

         Hoy sentada en esta sala tras el cristal, aquel periodo de desamparo, se ha vuelto oscura añoranza. Pero sobre todo, esa misma nostalgia que me llevó media vida entenderla, se fue recubriendo de un inseparable rechazo, a un pasado, en el que ahora preferiría no pensar porque a continuación, se me acomoda adentro un enorme abandono del alma.

         Sin embargo, hoy mismo, se vislumbra ante mi atónita mirada, un panorama bastante lozano nacido solo para gozar plenamente del sol, de las hermosas vistas de esas cumbres desnudas o nevadas y de este esplendoroso día.


sábado, 19 de marzo de 2011

ALUCINACIÓN

    
         Despierto medio sorprendida medio hipnotizada. En todo caso, aturdida, por un sueño que he retenido vividamente y más parece, que hubiera estado lúcida durante el transcurso del descanso noctámbulo.

         Recuerdo algunos detalles de la pesadilla, esa ficción alucinante, que transcurrió como algo real mientras estaba dormida. Hay pinceladas que se me han quedado fijas como si hubiera tomado una de mis fotografías durante esa nebulosa que se inventó el subconsciente cuando descansaba. Y recuerdo fielmente mi cuarto de la infancia, mi cama pegada al tabique de la pared, un fuerte hedor bajo la cama y ese cuerpo infantil echado sobre el filo del catre moviendo la cabeza de un lado para otro, buscando la procedencia de tanta fetidez. Bajo el cabezal del camastro encontré tres huevos cocidos, pelados y con olor a podrido. Supuse, que habría sido mi astuto perro de hoy en día, quien los habría acarreado entre los dientes y abandonado bajo la cama, ¡vaya usted a saber cuándo! a razón de lo que viciaban el ambiente. Después me levante y caminé hasta la puerta de la recámara, bajé sus dos escalones y me moví inquieta por la sala.

         Delante de mis ojos, reparé en la vieja mesa del comedor y sobre aquella enorme tablazón, sólida como una roca pero renegrida, reposaba una canasta enormemente deteriorada y fuera de la cesta, había más huevos cocidos y aunque no apestaban, tenían la cáscara rota y a medio quitar. En un rincón de la sala los despojos de mi abuela, sentados sobre una rancia mecedora, se mecían continuamente sobre el balancín tal como lo hacía su persona, cuando aún estaba viva. Tenía un escrito zurcido sobre el andrajo del pecho que me avisaba con palabras corrosivas de tanto “cansancio acumulado”. Sin embargo, cuando miré atentamente su fisonomía, observé que su rostro se había trasformado en el mío pero con excesivas estrías de anciana.


miércoles, 16 de marzo de 2011

SOPLO

Hoy las nubes
parecen borrones confusos
extraños algodones
deslizándose
como marañas de pátinas plomizas

hoy el viento esparce
olor a campo mojado
que hace lustros acariciaba
como al terciopelo
tirada sobre la hierva

aroma puro
a limpio a lluvia y a tierra
que se impulsa a ráfagas
en Marzo

Hoy se anuncia una borrasca
y se hizo palpable
aquel lejano vaho
a bálsamo y a primavera

sobre mi rostro intacto y permeable.

viernes, 11 de marzo de 2011

TURISTAS


         Sentados en el balcón de enfrente hay un anciano y una anciana.
         Como estamos a primeros de marzo y aún hace frío, cada uno, envuelve sus hombros con una manta.
         Ella tiene la tez tostada por el sol, el cuerpo escuálido, las piernas cruzadas y el cabello totalmente cano y muy corto. Lleva gafas y tiene un cigarro entre los labios. De vez en cuando sacude la ceniza sobre el platillo que hay sobre la mesa de la terraza. En ocasiones, sujeta el pitillo entre los dedos de la mano derecha, mira hacia afuera y examina la plaza que hay por debajo de nuestros balcones.
         Cuando acaba el cigarro la anciana hace croché con verdadera maña y un hilo verde pistacho. Ejercita ese pasatiempo como si fuera una vieja adicción y lo practica con tanta inercia, como amanece cualquier día y posteriormente anochece y con tanta apatía como mira a ese viejo de años que se sienta al lado opuesto de la mesa. Al parecer todos sus ademanes son ya pura rutina. ¿Una excusa para seguir viviendo?
         El viejo es calvo, también es flaco, viste absolutamente de oscuro y comprime otro cigarrillo entre los labios. Igualmente tiene las piernas entrelazadas y esa mirada plana de quien se ha desprendido en buena parte de la vida. Los dos están sincronizados y cuando uno se adelanta a tirar la ceniza el otro ya ha reposado su dorso sobre el respaldo del asiento.
         Apenas se miran y raramente conversan entre ellos pero en algunos momentos observan con innegable curiosidad el ambiente callejero de la placeta, y otras, lanzan un ojeada hacia de mi ventanal. Pero que podrían ver; nada. Nada, que no sea el reflejo de su propio aislamiento o como mucho, esa fatiga apretada en fajos muy ordenados dentro de mi estancia. Sin embargo, intuyo, que desde afuera mi sala se hace tan opaca como lo es su cámara desde mi propio mirador.
         Ayer mismo, cuando se cerró el día y la noche envolvió la placeta con una neblina que la hacía irreal, los viejos continuaron plácidamente en el balcón envueltos en esa sobrecogedora atmósfera aunque alumbrados por una vela ubicada en el centro de la mesa. Y ahí siguieron un buen rato; reposando, fumando, curioseando y cavilando y haciendo de su vida algo más habitable que esa tediosa realidad. Y cuando hoy amaneció una nueva jornada embutida en lluvia, subí mi persiana y allí seguían tranquilos, aposentados y con el desayuno dispersado ya sobre la mesa, pero tan apegados como el día anterior a ese vicio nocivo de los cigarros.
         Si bien, como el aguacero no para, nuestros ventanales se han transformado en auténticos miradores donde ellos dos sentados en su balcón y yo, detrás de los cristales, fisgoneamos con avidez en el exterior tratando de romper el mutismo de dentro.

         ¿De adentro de uno? me pregunto. ¿O romper dentro de la habitación las marcas del alma o el silencio que dejan atrás los pasos. Tal vez queremos pulsar sobre las teclas de nuestro corazón. Avivar imágenes ya arrinconadas. Saciar el ansia de afectos...?
         ¿O habrá que levantarse y salir de este frío aposento? Partir fuera. A otro sitio. Matar la curiosidad y reconocerse esta mañana bajo la lluvia caída aquí mismo o ahí a cincuenta metros en el mar. En fin, tal vez bailar bajo un paraguas. Olvidar el hilo de esta conversación.
         ¿Pero, de dónde serán oriundos esta pareja de turistas?
         Aprieto los dientes y suelto la pregunta.

martes, 8 de marzo de 2011

PAISAJE MARINO


Envuelta en noche y aire está la mar
y las olas murmuran
al viento su entusiasmo
y los astros muestran un destello en sus ojos
y esa intensa luz
arroja su brillo en la inmensidad
del océano.

Aunque 
más allá de esta honda belleza
acontece mi frágil existencia
y cuando cruzo a ese otro lado
se borra este misterio
y esa energía que impulsa la marea,
pero se abre,
la porfía del mundo



lunes, 7 de marzo de 2011

VUELTA AL MAR



         He vuelto al borde del mar buscando un remedio para disolver este sólido desgaste con el que a duras penas me sostengo.
         Ahora escribo poemas desde el umbral del océano.
         Garabateo mis versos sobre la arena como si fueran suaves pétalos o punzantes lágrimas.
         Aunque esa sensación de vacío que percibo ahora en este lugar de agua ha tomado enteramente un sabor salado y el sentido de esos mensajes que trazo sobre la arena, las olas enseguida lo borran o se oxida antes de tiempo en la yema de mis dedos. Pero no ha sido un viaje en vano, puesto que todas las imágenes poéticas que imagino se me han vuelto azur marino o azul cielo y eso ya es algo. Y cuando sostengo la mirada en la lejanía ahuyento mi destierro hasta acoplarlo en esa imaginaria línea que separa el tinte añil del agua marina del tono celeste del espacio.
         No obstante, mientras escribo, tengo una lanza clavada en el pecho. En ese punto, es un decir, se sedimenta mi desazón y se unifica mi inagotable hastío. Una trampa cerrada siempre en falso, pero en cuyo engaño quedé apresada dentro.
         El mar ahora es un desierto garzo que agita su poderosa cabeza tanto como yo remuevo mi cerebro.
         Sin embargo, ese movimiento de repetición que se acumula en la orilla rezuma además de humedad, una calma, que en este momento yo disfruto con sumo gusto. Aunque esa ondulación perpetua, se parece, al rumor de la memoria atrapado eternamente en el oleaje.
         Un rumor, que viene a mí, para azuzarme con una multitud de oscuros mensajes que procesa a menudo mi pésimo discernimiento.
         Sin embargo, esta tarde, no quiero escuchar ese pelotón de fusilamiento que se ha instalado en mi viciada conciencia. Solo ansío respirar intensamente el oxígeno de la ribera que tanta falta me hace.
        Más que nada, respiro, tomo aliento y resucito; respiro, tomo otra vez aliento y de nuevo resucito…



martes, 1 de marzo de 2011

CONCIENCIA COTIDIANA

         Me he despertado sola.
         Sola, y como si estuviera en otra cama, en otro cuarto o en el interior de una casa que no era la mía. Pero es curioso, o al menos inusual que haya dormido ocho horas seguidas tan profundamente, del mismo lado y con la misma postura que me anoche acostara. En realidad, esta mañana, creía que era otra persona porque no recordaba en que lecho yacía. Supongo que ese estado semiinconsciente es lo que llamamos, estar descolocados. Mi cerebro, por alguna extraña argucia que esta noche me causaran los sueños o por ese desamparo que habrían expelido las paredes durante la madrugada, estaba mal situado.
       
         Desorientada y todo, me he dirigido a la ventana guiada por la tenue claridad que dejaba entrever las hojas de la persiana. Y después de subir las rejillas y reconocer de nuevo el entorno, he podido respirar a fondo y reconciliarme con ese otro cerebro con el que no me entendía al tirarme de la cama. Habrán sido un par de minutos, pero ese traspié mental me ha hecho creer, que en mi interior, convivían dos diferentes personas. Y además, que esa nueva identidad con la que he despertado, tenía alzada ante mí, una cortina de humo que me impedió reconocerme en el instante mismo de abrir los ojos.
        
         Sin embargo, pasados esos segundos de confusión inicial en los que me sentí como una marioneta zarandeada por los hilos del desconcierto, recordé, que me fui a dormir ya sola y que sin duda mis únicas compañías al sacudirme el sueño serían o estaban siendo, lógicamente, las luces límpidas del amanecer y el silencio turbio de la casa. Y a juzgar por esa mezcolanza de incertidumbre sobre mi propia persona en ese instante de tan poca lucidez, la situación parece que me ha provocado cierta zozobra.
        
         Y en ese estado de extrañeza, me ha puesto a rebuscar por toda la casa algo que me hiciera sentir bullicio o vida, y ello me ha llevado a penetrar casi a trompicones en todas las estancias. No obstante, hurgando como si revolviera cajones en mitad de esa penumbra que escupe tal abandono hacia fuera, he creído distinguir, solamente fantasmas. Esbozos de antiguas presencias, involucradas en estas fantasías que me produce la vivienda cuando, como hoy, está deshabitada.
     
         Sea como fuere, es como si yo observara en este momento a través de una celosía y descubriera con mis ojos aún legañosos, que tanto aislamiento pegado a mis barbas, terminará por hacerme visionar disparatados espejismos en medio de una casa absolutamente vacía.