Seguidores

jueves, 29 de julio de 2010

MUJER ENIGMA.




ABISMOS A MIS PIES (Continuación).

        
         Si finalmente por exigencia de algún supuesto destino contenido en este sitio, terminara apartada de todo contacto social, sé a fe ciega, que me volvería intratable. Una mujer sonámbula. Una anacoreta, únicamente rodeada por una población de fantasmas. Se apoderaría de mí un ser misógino, que renunciaría, incluso, a cuidar su modesta apariencia. Intuyo, que ni siquiera sería capaz de volver a lavarme la cara por las mañanas cuando me levanto. Me quedaría en los huesos. Para qué alimentarse en esas circunstancias, pienso yo ahora. Mi piel entera se volvería pálida como si alguien desde el exterior de esta casa, convertida para entonces en un cobijo de ermitaño, celebrara ya mis funerales.
         Porque viviendo aislada, con el trascurrir de la noche, la cerrazón invadiría este lugar casi redondo y tan impecable como ese acabado círculo que perennemente ansío. Aquí abandonado, hasta un pájaro, podría volverse loco. Y perdería sus alas y su pico. Sin embargo, seguiría graznando traído y llevado por un viento suicida que se agitaría como un intruso enquistado en el ambiente. Incomunicada en este espacio descomunal, estallarían, el delirio y mis monstruos. Que, muy a propósito, articularían palabras de condena contra mí, cuyo efecto, me llevaría directamente a la alcantarilla del mundo por donde sólo transitan las repulsivas ratas. Enclaustrada en este lugar y sin nadie que llevarme a la boca, comerían de mi miedo los fantasmas que habitan en esa otra dimensión de la casa. Esas sombras que hago aparecer y desaparecer con mi varita mágica y que se desploman sobre mí a media noche. Cuando en el fondo, a esas horas, lo que más deseo es dormir. Sin embargo, mis ojos, no sé por qué no me obedecen. La verdad es que todas esas apariciones, son como un pelotón de fusilamiento dispuesto frente a mí en fila horizontal, deseando disparar sus armas. Un puñado de aullidos voceando y arrojando metralla.
         En realidad, quisiera limitarme hoy a ser un acabado círculo. O por lo menos, perseguir serlo tratando de encontrar un pozo lleno de paz. Si bien, puede que suspire ya por algo ilusorio. Tal vez sea demasiado tarde. Tal vez sea, que recluida en este lugar de ausencias hoy se me abre una página en blanco. Tal vez sea, que no me queda ninguna inocencia varada ya en el corazón. Y estrictamente, hoy, me tocaba hacer recuento. Mezclar los sueños imposibles con la amargura implícita en mi vida. Algo tácito que se quedó sin palabras ahí dentro y que ahora adquiere, sin remedio, posición y nombre.
         Porque a todas horas escucho una voz en mi interior que me incita a hablar. Una voz antigua que pulsa en mi lengua para que expulse de mí, ese escenario interno de cenizas.
         A pesar de todo, este sitio ha terminado tatuado sobre mi piel y en el interior de mis ojos. Mi vida entera se ha quedado hincada en mi córnea como un clavo. Y este lugar se ha trasformado ahora en una esfera llena con imágenes ocultas y silencios perfectos que se alimentan, por otro lado, de esa cabeza que tengo atiborra de pájaros.
         Pero, este espacio, cuando destapa sus secretos, arrasa conmigo. Como si sus extraños moradores prendieran de cuando en cuando un fuego en sus entrañas, con el que arde toda la casa.

jueves, 22 de julio de 2010

DESAFÍO.



ABISMOS A MIS....


         Escucho ruidos de un manojo de llaves al revolverse. Alguien buscando, exactamente, la que encaja en la cerradura de mi puerta. Son las tres de la tarde. Mi marido llega puntualmente para almorzar.
         Soy una mujer solitaria. En realidad, tal costumbre, por poco, no me ha trasformado en un ser antisocial.
         Sin embargo, si esa puerta no se abriera hoy, nadie más podría salvarme de una mañana de fantasmas memoriales. De una mañana sola, aunque recluida con mis retratos mentales. Nadie subiría ni bajaría por mi impoluta escalera para protegerme del ente indeseable de la soledad, cuando a última hora volviera a caer plomiza la dilatada noche, llena para entonces de una completa orfandad.
         Cuando mi cónyuge aparece en este umbral, mi cárcel se destapa, y su presencia me arranca de golpe de una vida envenenada. Seguidamente, se me abre un acceso a la esperanza.
         Si esa puerta no se abriera dentro de un instante, o nunca. ¡Dios no lo quiera! Esta casa huérfana de personal, pero no del todo, se poblaría de desesperanza y mi existencia pasaría de ser únicamente solitaria a ser, para siempre, inaccesible. Y con toda probabilidad, en la persistencia de la madrugada, la imagen oscura de mi sombra entre el vestíbulo convertida en mi doble, sería un cuerpo vacío de sentimientos aunque lleno de visiones pululando de nuevo entre la penumbra de esa desértica atmósfera. Mi negra silueta tirada por el suelo como jamás lo habría estado en la vida, sería una forma, de arriba abajo nueva, pero más sombría que nunca.
         Mi estampa nocturna, atravesaría huidiza y serpenteando el ancho vestíbulo, para luego desaparecer bajo ese portón de entrada con el que se accede a la vivienda. Porque esta antesala repleta de columnas y puertas y con apariencia de claustro circular, de noche, surge ante mí, igual que un mar de oscuridad en el que sólo se ve y se escucha, a mi lado, el embate de una ola de ojos dilatados y brillantes, rompiendo, alternamente, entre este espacio despoblado.

martes, 20 de julio de 2010

JUEGO DE DAMAS.


ESPACIOS.

A través del jardín deslizo
sin parar mi inconfundible sombra.
Empujo mi estampa tortuosa
por secretos pasadizos
donde se apilan miles de cálculos
y especulaciones.
Aquí, mi rastro, cruje como un matorral
sediento de agua.
Bajo mis pies descalzos
mis pasos se pierden
por un reguero pétreo, donde se dibuja,
el trazo negro de mi sombra.
Pero, en dos zancadas del recorrido,
pierdo mi solitaria naturaleza
y ese cable que me guía para retornar,
a la incomparable superficie de este paraíso.

viernes, 16 de julio de 2010

MUJER ASFALTO,


ABISMOS A MIS PIÉS ...


         No encuentro mejor oficio, hoy, que aplanarme en esta antesala y maquinar o inventar planes, aunque no comprenda bien, con qué finalidad. Nada mejor, esta mañana, que hacerle un agujero al asiento del sillón, implorando en nombre de la nada, que alguien o algo me revele mis futuros designios.
         Pero maquinando como estoy ahora, recuerdo de repente, que hace ya algún tiempo, una noche de enero, de auténtico frío, le ofrecí a mi cónyuge un vaso de leche caliente con miel antes de irnos a la cama -nunca me falla esta golosina cuando se la pongo como cebo durante el largo invierno-. Un anzuelo más que atrayente y con el que infaliblemente, pica el infeliz.
         Supongo que fui mala o al menos rematadamente diabólica y una de esas ideas venenosas atravesó como un relámpago mi mente. Un talento que poseo desde hace décadas, y por cuyo poder me he convertido ahora en adicta a pasatiempos inmorales con los que practico terapia nocturna -confieso, de nuevo, que mi cerebro es absolutamente ingobernable. Un molinete de viento impulsado en cada momento por el aire que silba en el ambiente. Esa es mi cabeza. Francamente una veleta sin ningún control. Porque mi cerebro, sin lugar a dudas, tiene alas. En fin, que durante las noches de vigilia gozo jugando al peligroso juego del ahorcado y abuso, inocentemente, de algunos personajes cotidianos totalmente ignorantes a mis peligrosos enredos desplegados, durante mis quilométricas madrugadas.
         Aquella noche, se me ocurrió la idea descabellada de soltar sobre la leche, ya trituradas, un comprimido de viagra y dos somníferos. Y aproximadamente media hora después, tapada hasta los ojos dentro de la cama contemplaba muerta de risa –disfruté como nadie de un cosquilleo en los labios de auténtica pájara- a mi marido todavía dando bandazos por la habitación admirado de su abultada bragueta y en paralelo, abriéndosele, de par en par, la boca. Por su expresión de asombro estaba experimentando una innegable incredulidad observando aquel promontorio sobresaliendo entre su pernera. Desde la cama, creía adivinar sus pensamientos de escepticismo y su estado mental de clarísima confusión. Aquella atalaya que percibía más abajo de su ombligo, imagino que pensó, era ilusoria. Ahí estaba el meollo de su incredulidad. No entendía nada. Pero, al mismo tiempo de descubrirse en ese estado de inconfesable euforia, se sentía intimidado por una plomiza modorra, más gigante aun, de lo acostumbrado en él.
         En realidad mi candoroso marido- hombre bueno donde los haya, pero igual de gélido que si lo hubieran parido erróneamente en el Ártico- no comprendía nada de lo que le estaba pasando de cintura para abajo.
        Su mujer, a sabiendas, le había dado la pócima mágica en paralelo a su castigo, para que no pudiera disfrutar de aquel artificioso pero dulce deseo de carnes. En realidad tan necia sanción me la infringí, yo misma. ¡Estúpida de mí, despilfarrar tal ocasión de tálamo!. Confieso, que además de veleta, de vez en cuando soy también dura como adoquín y me comporto enteramente como un asno.
         Cuando mi marido por fin se embutió en la cama, más adormecido que otra cosa, pero echando miraditas de soslayo a su entrepierna, sólo acertó a decir con su boca completamente pastosa y a rebosar de una letal adormidera.
         _Me siento francamente pesado, habré cenado mucho, nena.



domingo, 11 de julio de 2010

SILUETA ATRAVESANDO LA CIUDAD.


ABISMOS A MIS PIES (Continuación).


         Durante mis desvelos hay ocasiones en las que ciertamente valoro, el poder oculto pero sensato que despliegan los fantasmas de mis padres, cuando me descargan los dos, a cuatro manos, la cordura sobre los hombros como si fuera una de aquellas viejas talegas del pueblo, llena ahora de lecciones sedativas para el insomnio.
         Su aparición resiste sólo unos segundos. Tiempo suficiente para que yo no me desmorone en mitad de una noche interminable.
         Y creo oírle decir a mi madre con una voz ya muy desvanecida, -de tantas décadas siendo un fantasma- pero hablándome con mucha sensatez.

_¡He, queridísima hija, estas viva y eso es un privilegio! Vuelve a la cama. Y lo dice percibiendo mi zozobra y mi ceguera. Y en realidad, debo darle la razón en esos dos apuntes que me hace

Y a mi padre, como si todavía no hubiera asimilado que he crecido y pensara en mí y en la suerte que me espera, cuando sea mayor.

_Escúchame niñita, todavía tienes todo el porvenir por delante. Por favor vete ya a dormir.

         Entonces me tomo buena nota de esas palabras tan sabias salidas de los labios de ultratumba de los míos. Después miro atentamente como brilla, frente a mis ojos noctámbulos, el negro de la noche y como se disuelve, en segundos, el vacío que se ha creado minutos antes a mi alrededor.
         Pero mi padre, que sabe todo lo que sabe, le da cien vueltas al vestíbulo lo mismo que un espíritu inquieto corroído, del mismo modo que su hija, por la desolación. Y pensando en su fuero más interno, que podría cortar con un cuchillo, el aire denso y pesado de la antesala.
         Ese vacío con forma de culebra, que desaparece cada noche antes de que amanezca, haciendo zig, zag, zig, zag… por debajo de la puerta y atravesando luego el frío otoñal que planea en estas fechas por el exterior de la casa y vaya usted a saber, a dónde va a parar.
         Huir, huir. Siempre huir. Huir de mí. Huir por inercia tal como me dicta el pensamiento a diario. Huir de todo. Huir de alguien. Huir; simplemente, una sombra obsesiva que abarrota esta antesala de la misma manera que lo haría si fuera una apretujada muchedumbre concentrada en el vestíbulo con el único propósito de asfixiarme durante esas largas madrugadas. Pero huir de uno, no es fácil. Cuántos en su sano juicio se aventurarían ponerlo en práctica. Aunque, no sé, si por pura sensatez o nos lo impediría, a manos llenas, un miedo paralizante. Sin embargo, una vez, hace poco, puse en práctica la gran evasión. Aquello se prolongó a lo largo de un verano y se terminó por pura inercia y por consenso entre las partes, pero sin celebrar el regreso con ninguna fiesta. En ocasiones, me he preguntado, si pude sufrir entonces enajenación mental transitoria.
         Existe en mí, un miedo a liberarme del pasado, y de este pesado yo. Sin embargo, no hay duda, escaparía zigzagueando bajo la ranura de la puerta igual que un infame reptil, aunque luego me carcomiera el alma, tal bajeza. Si bien, también me pregunto en comparación con mis ansias de huida. Salir por esa puerta, pero en dirección ¿a dónde?


martes, 6 de julio de 2010

TARDES AL SOL.

Me rodean cosas incomprensibles.
Sustancias inmóviles 
habitando las tardes jugosas del verano.
Pétalos desgajándose por el sendero
de una rosaleda en flor
como si fueran labios perfectos,
que al caer, besan,
el dorso incandescente de las piedras del suelo.
En el jardín, hoy,
un enjambre de abejas
liba dentro de estas venas
y una mariposa de la col
posa su boca sobre las arterias,
y hace diana en el centro de mi corazón.

lunes, 5 de julio de 2010

MUJER MALÉVOLA.




Continuación de, ABISMOS A MIS PIES.


         Algunas de esas noches de clarísima intranquilidad y notoria vigilia, me da por imaginar alguna forma fácil de homicidio. La falta de descanso y la incomunicación con los demás, mientras me amparo en la noche oculta entre las sombras, son horrendamente peligrosas y me hacen imaginar múltiples maldades. La soledad y la mala uva, la indignación y la impotencia que siento, noche tras noche, cuando no duermo a pierna suelta, me dan sobrados motivos para poner en rumbo este cerebro y las malas ideas. Y percibiendo que algo ajeno a mí, interrumpe asiduamente mi placentero sueño, el insomnio se me convierte en el mejor caldo de cultivo con el que fantasear con diferentes felonías.
         Y heme aquí, que hay noches de éstas, que hay sentada en la antecámara frente a mi dormitorio, me entran unas ansias irrefrenables de cometer un modestísimo asesinato. Y conjeturo con la posibilidad idónea, entre otras, de asfixiar a mi marido embutiéndole un par de calcetines en la boca con el único fin de librarme de sus ronquidos. Tales resuellos, se suceden noche tras noche y son tan irritantes, que me han robado media vida de plácido sueño, además, de haber convertido mis ojos grandes y negros en dos diminutas pasas bordeadas por oscuras sombras.
         Aunque en el fondo, como soy un alma cándida incapaz de hacerle daño a una humilde mosca, permanezco quieta, callada, sola como la una y sentada en el vestíbulo admirando los destellos opalinos que caen temblorosos, igual que se desploman las hojas secas de este insociable otoño, sobre estos muros. Noche tras noche, me abono a este solitario palco de mi chiquita plaza y a mi lamentable anonimato como mujer insomne. Un anonimato muchísimo más palpable, a esas horas tan chocantes de la madrugada, donde no hay amigos leales ni afectos ningunos para socorrerla a una de su propio pánico. Ni tampoco hay nadie, para liberarte de esas toscas inclinaciones malsanas.
         En ese estado tan penoso de desorden mental, mis pensamientos insanos se forjan cada vez más fuertes, y a lo largo de la noche desempeñan su papel de forma absolutamente autónoma, como si fueran de otro país distinto al que rige cotidianamente mi cabeza. De madrugada deciden, por si solos, mantener un ciclo venenoso que se repite impepinablemente, en cada una de esas insufribles madrugadas de desvelo. Como si tales inclinaciones mortales contra el hombre que duerme a mi lado desde hace más de treinta años, poseyeran por si solas, el poder desmedido o abusivo de un gurú con diabólicos propósitos.