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viernes, 30 de abril de 2010

ESPINAS.

¡Ay de mi!, amor,
que todavía espero tus labios
enredándose en mi boca.
¡Ay! Que mi saliva tiembla
al recordar tu opio
y que mi herida abierta,
aún sangra.
¡Ay! Amor, cuando duermo,
me cuesta un mundo respirar.
Amor 
¡ay de mi amor!

PUEBLOS.





martes, 27 de abril de 2010

ABISMOS A MIS PIES. (Continuación)


         Los muros interiores de mi casa son mudos, o al menos, algo inexpresivos de la mañana a la noche. Los cuartos respiran un vacío opaco y dentro habita principalmente la penumbra. En los pasillos, los rayos del sol que entran por los vidrios no hablan, pero su acento de sombras y brillos evocadores, da luz, a mi vida solitaria.
         Aunque a veces aparecen monstruos sutiles o también peliagudos entre la soledad de las mañanas. Monstruos vitales que hacen que cambie y tiemble, de pronto, mi mundo de irrevocables ausencias.

         Sin embargo, esta larguísima mañana, finalmente escucho el golpeteo de mis pasos bajando de nuevo la escalera blanca de mármol. Observo atentamente la vidriera y reconozco que nos equivocamos de lado de fachada al encajar ese escaparate de colores al lado Noroeste de la casa. Tiene luz, pero los rayos solares nunca realzarán eficazmente los matices de esos cristales.
         Y después de esa fútil observación, imagino, que la mañana más larga de mi vida empieza a diluirse en la nada. Aunque delante y detrás del contorno de mi cuerpo bajan los peldaños conmigo, las siluetas imaginarias de un séquito, que desde su guarida de sombras, cuidan siempre de mí. Son el cordón umbilical que me mantiene atada a esa maraña indescifrable de lo acontecido en el pasado y de los pormenores del presente.
         Si bien, delante de mis torpes piernas bajan mis tres hijos, que a veces vuelven su maravillosa cara y prácticamente los tres a coro me hablan.
        _ Mamá tienes demasiados pájaros en la cabeza. Porque no descansas.
        _Más aún, les contesto yo.
         Si estoy exhausta de mi habitual inactividad física a cuya vida le falta bien poco, para transformarse en existencia contemplativa.

         A mi espalda prácticamente, palpo a mis parientes con sus ojos de anzuelo echados sobre mí. Bajan de igual forma que ascendieron esta mañana conmigo. Mis dos sagradas abuelas, mis ansiados padres… me tienen enganchados a su tupida red, como si fuera un pescadito extraviado entre el enredo de los hilos. Y con ese cordón intangible se han propuesto sujetarme para que no malgaste mi frágil equilibrio. Me siento vulnerable y sin esa estratagema, rodaría escalera abajo, desplomándome sobre el pulido marmóreo de los peldaños.



DUNAS DE FLORES.




lunes, 26 de abril de 2010

DESEO.

El fondo de mi boca es acre y pedregoso.
El oleaje de mi saliva bronco
como la persistencia de las rocas
y vivo
como los cristales rotos.

¡Aire! Extiende tu cola de pavo real
y avienta el polvo del camino de mis ojos,
porque esa polvareda
me ahoga el corazón.

jueves, 22 de abril de 2010

ABISMOS A MIS PIES (Continuación).


                                                              Fuego en el hogar.

         Mi hijo es un trueno. De hecho, su cuerpo es imponente y musculoso y tiene un rostro de cine que embriaga a las jóvenes desde que era un adolescente. Sin embargo, él sólo tiene ojos para un álamo de movimientos seductores, en cuya resistencia, se apoya fuertemente.
         Pero cuando mi retoño de incalculable estatura, se enfada, derrocha también composturas poco moderadas y aviva en un solo pestañeo una llama enrarecida, cuya reacción, puede echar a temblar esta casa, ya que se abre, un nuevo brote -de abismos bajo mis pies¬-. Tal como si un meteorito hubiera caído sobre la tierra y en esa profundidad sin límites lo único que veo es el rostro volátil de mi padre –yo diría extracorpóreo- que mueve sus labios como un dibujo animado con movimientos pausados y me insinúa, desde la hondura de esa sima;
          _Donde las dan las toman hija de mi vida. Ahora te toca aguantar a ti tu palo.
         No es que mi padre fuera vengativo, ¿ó sí? Pero desde luego, soy yo la que me imagino expiando mi grandísima porción de culpas.

         Yo que puedo ser mujer impávida pero, que además soy lengua; yo muda, rígida, yo llanto, pantano, yo quien besa, quien abomina, quien maldice, quien detesta quien reniega, quien mima y mezcla en su cabeza una cadena interminable de sentimientos encontrados. Yo alguien sin rostro… esa invisible madre, hija, esposa que piensa tanto y que es un híbrido entre roedor y pájaro, pero que sobre todo muerde fantasmas de forma anónima, entre las sombras que cruzan a mi alrededor cuando alguien se desmanda.

         Y aunque nuestro nido es grande, tan grande que los sonidos se dispersan al segundo, cuando mi niño baja la escalera encolerizado, es descarado en sus movimientos y levanta un gran escándalo. Es exageradamente atronador y sus pies son un galimatías de piruetas, como si hubiera olvidado echar suavemente sus pasos por los peldaños de la escalinata. Desde luego, en esos momentos, a mí me parece un elefante moviéndose como una apisonadora en una cacharrería. Además, cuando anda por la galería de morros, a cada paso que da, aparentemente, sus zapatillas cobran vida y la posibilidad de que a ese calzado le crezcan alas como a los pájaros y se echen a volar por los pasillos haciendo cabriolas en su vuelo. Sin embargo, a veces me hundo entre la barriga de esa tormenta que desata mi amadísimo hijo de cuando en cuando, puesto que le tengo miedo al descontrol de los relámpagos desde que era niña. Mas, tengo que reconocer, que todo en él es breve, como la electricidad que despliega la descarga del rayo.
         En fin, que la palabra mesura no entra en el diccionario que utiliza mi hijo.
        Así que, cuando concluye su visita, esta vivienda entra durante unos días en una calma chicha –un caos calmo, que diría Veronesi- indiscutiblemente necesario. Y al instante de marcharse me quedo moribunda y ese tropel que dejó y que me alcanza de pleno mientras se mantiene el encuentro, entra, punto más o menos, en un henchido sueño reparador.

lunes, 19 de abril de 2010

JUEGOS DE AGUA.



ABISMOS A MIS PIES (Continuación).


         Mi hijo mediano es atronador y cuando aparece por casa, me resigno al abandono de cuerpo que producen las tormentas cuando acampa el cielo después de una endemoniada borrasca.

         Sin embargo, su presencia es absolutamente oportuna porque me trae un mundo de chasquidos y de urgencias que suele despertar los cimientos de este hogar despoblado. A menudo tan silencioso, monótono o habitado por el tedio. Su aparición, me hace pensar que ese tiempo que él no está por aquí, parezca, un collar engarzado de piedras todas iguales y una detrás de otra.

         El benjamín de mis dos hijos varones, es periodista. Es joven pero tiene su lengua suelta y llena de recursos, aunque carece de momento, de esa perspectiva lógica que da la maquina del tiempo cuando pasan los años.

         Su habitación, cuando la abro, como esta mañana dedicada completamente a la introspección de vidas ajenas, huele a pachulí. Mi retoño de casi dos metros, cuando de nuevo se esfuma, deja ese rastro a perfume esparcido en el ambiente tal como si fuera otra reseña de identidad igualita a ese enorme ruido que despliega. Allí donde se traslada esa caballería de hombre, todo retumba. Es puramente vísceras, esperando a escupirse compulsivamente.
    
         Su cuarto, que es claramente minimalista mientras pasa su ausencia _cama vestida, armario, mesa de trabajo y un sobrio asiento_ si él está por aquí, se transforma en una fragosa decoración de fuegos artificiales. Y lo digo con plena conciencia de lo que esa expresión simboliza en esta casa atiborrada de orden y silencio.

         Si mi hijo se ríe dentro del cuarto, es como si volaran mariposas por toda la casa que en segundos acaban haciendo un bello remolino de colores alrededor de mí, ya que me transportan con ese conjuro mágico a mi primera infancia. Sus risotadas me recuerdan las carcajadas sonoras de mi madre que se quedaron en una inequívoca fantasía de mi memoria,  y que más tarde, amplificó a lo grande, el transcurso del tiempo y mis ganas de aferrarme a un algo, que se pareciera minimamente a unas raíces. Algo, más que nada, en lo que ovillarme cuando un aire dislocado atraviesa por la casa y me tira sobre el fango.

viernes, 16 de abril de 2010

MOSAICOS.




ABISMOS BAJO MIS PIES (Continuación).


         Esta mañana larga de otoño, que realmente comenzó hace seis meses, cuando el último de mis niños salió por la puerta del jardín y percibí que efectivamente me quedaba sola, sola sin mis hijos (aquello que más me enamoro del mundo) sola con mis pensamientos, sola con mis vacíos. Sola, _Cual abismos bajo mis pies_.
         Por eso le he dado prácticamente la vuelta completa a la galería de la segunda planta; recordando, imaginado, soñando despierta y más que nada, hablándole a la pared. Y detrás de cada puerta, en este momento ya cerradas, quedaron caras convertidas en humo.
         ¡Qué asco de ausencias! Y, ¡Qué agudo a veces es mi dolor!.
         Un malestar, igualito, al de aquella mañana de octubre cuando comencé mi historia y mis ojillos negros, antiguamente ojazos oscuros, crepitaron todo el tiempo bajo mis párpados al descubrirme pequeña y breve, e idéntica a los soplos de viento, aunque bisbiseando entre pasillos conmigo misma.
         Sin embargo, cuando salgo del cuarto de trabajo (mi despacho) donde ubiqué, aunque en tonos sepia y entre libro y libro, mi viejo arsenal de parientes con los que todos los días hablo, asumo que todos esos rostros arcaicos se diluyen en la nada cuando cierro este ordenador que parece hacerles cobrar vida al abrirlo cada mañana. Si bien, muertos y ausentes, me mostraron su cara más humana y más desconocida. Su piel desnuda, ese frío invernal, sus guerras, la tierra que los escupió al mundo, los rosarios que desplegaron sus viejas cuentas, aquellos gritos que alzaron hacia dentro y en silencio; total (para que hablar tanto, dirían mis viejos, mis viejísimos ancianos). Todos silenciosos mostraron durante mi infancia sus estridencias y hoy me revelan fugazmente sus recuerdos con su presencia fantasmal. Uno tras otro, yo los observaba durante mi lamentable niñez con mis grandes ojos abiertos y mis ansias desmedidas y acabaron mostrándome sus tripas rajadas, pero llenas de huellas y de dientes y queriendo morder tantas injusticias que les entregaba el mundo en aquel tiempo, si bien en un paquete sin envoltura de papel de regalo, sin lazos y sin adornos ningunos.


         Pero, todavía, me queda una habitación en la planta alta, cuya pared izquierda, linda con mi despacho. En ella trasiega y descansa mi hijo mediano cuando vuelve a casa. En tres o cuatro ocasiones al año. Sus visitas son ruidosas y suelen dejarme con la boca abierta y las asfixia en los labios.

domingo, 11 de abril de 2010

ABRIL.

Yo amo este jardín donde se tejen telarañas
y una impalpable seda,
de silencio
de luz
y de viento en espera.
Yo amo este jardín
de redes y sombras
en donde se oye, como en una cantinela,
un rumor de insectos
tocando un blues de alas.
Este jardín
que, cual alfombra persa,
piso una y otra vez
como si regresar
a estas calles cerradas
y a estas flores abiertas,
fuera mi único destino.



jueves, 8 de abril de 2010

ABISMOS A MIS PIES (Continuación).


         Observando atentamente la fotografía y mirando en esa blanca cabellera, me viene por última vez una remota evocación a la cabeza.

         Cuando yo era niña, y nos quedábamos mi abuela y yo solas en en la casa, a veces trepábamos al terrao como dos abejas libando entre la corola de aquella vieja vivienda de varias plantas. Un hogar viejo como el mismo tiempo. Ella se sentaba en una silla baja de anea, se deshacía el rodete de la cabeza y dejaba caer su pelo plateado sobre la espalda, y yo de pie, detrás de aquel asiento enano, y a mitad camino entre discreta y tarabilla pero con aquellas dos trenzas oscuras desplomadas también sobre mi espalda de niña, le alisaba su larga melena con el peine mojándolo en agua de colonia y luego de mimar durante un rato su extensa cabellera le hacia su trenza y cuando yo finaliza el ritual, la abuela se la enroscaba en su nuca con esa habilidad que dejan tantos años cumpliendo con los mismos hábitos personales. Después se colocaba sobre el pelo dos peinetas de concha fina, una a cada lado del rodete.

         Pero en alguna ocasión, contemplando aquella escena rutinaria a su espalda, yo pensaba que tal vez, mi vieja abuela, debió ser hermosa y joven antes de ser una anciana de ojos extenuados y mirada meditabunda. Unos ojos aquellos, clavados, al norte de un rostro hecho trizas y eternamente contrariado.

         Sin embargo, como mi vieja solo hablaba lo estrictamente necesario, terminado aquel ritual de pulcritud, mirábamos absortas el valle imponente que había bajo el terrao y los cerros cercanos que amurallaban el pueblo. Después oteábamos plenamente el sur y aquella línea inaccesible del horizonte que a veces nos dejaba divisar las costas de África y algún barco navegando a través del mar. Y detrás de aquella estela que dejaban los barcos, se marchaban, nuestros ideales de pájaros en libertad. En fin , cada una  de nosotras huía de aquel fango que nos recubría, a su manera.

         Cuando por distintas circunstancias madrugábamos más de lo habitual, por el Este, detrás de los montes, veíamos nacer el sol. Entonces, aquel cielo del amanecer se iluminaba de color naranja y los cúmulos de nubes que remontaban las montañas, se eclipsaban en le centro del nublado y por el contrario, los filos de las nubes, se silueteaban de aquel tono anaranjado.

         Debajo del nublado, el ribete de la montaña parecía una línea recortada y dibujada bajo el cielo del amanecer. Mi abuela y yo mirábamos embelesadas la carga dramática y fascinante de ese misterioso cielo, que le imprimía tal belleza al pueblo, que nos hacía palpitar el corazón y a mi abuela además, abrir de par en par sus ojos azules. Realmente contemplábamos, como dos ilusas, el único infinito que ponía Dios a nuestro alcance.



PUEBLOS.


miércoles, 7 de abril de 2010

ABISMOS A MIS PIES. (Continuación)

       
         A voz de pronto, que una anciana muerta hace veinte años censure sin más, esta lengua diabólica soltándose a través del espacio cibernético, he de reconocer, que tal reproche, podría conseguir que a partir de ahora me surjan dudas para prolongar este propósito de descubrir mis insólitos recuerdos a través de Internet. Pero empecé un viacrucis hace meses y pienso vaciar esta memoria y recorrer cada una de sus estaciones hasta completar todas las etapas. Aunque si alguien quiere formarme un consejo de guerra por este asunto, puede empezar a trazar, desde ya, ese plan miserable para que la justicia me meta rápido, y bajo llave, en algún calabozo.

         Estoy viendo, que mi abuela, con ese olfato que poseía para comprender algunas cosas, y en vista de que no pienso deponer mi firme actitud de exteriorizar mi historia; que esa anciana salta de nuevo con su clamor, desde el retrato, insinuándome, que esta mañana de meditabundo otoño me parezco a un escarabajo pelotero que disfruta arrastrando la inmundicia bajo sus patas. Reconozco que la comparación es harto ingeniosa y me sonrío por lo bajo. Que le vamos hacer, los fantasmas del cuarto hoy se alzan contra mí, con brazos, manos, rostro y mensajes de cordura. Tal vez mis parientes se levantan contra mí persona, con el propósito de lanzar al aire sus propias señales de humo, dejando en esa estela su oportuna defensa.

         Sin embargo cuando el silencio lo vuelve a cubrir todo en el cuarto donde yo trabajo, la cara rígida de mi abuela paterna, su pelo níveo y su abnegado y dúctil rostro me mira bendito como lluvia caída del cielo. Realmente en esa instantánea fotográfica, sin duda piensa, porque tiene su mano izquierda sujetándose un lado de la barbilla y sus ojos postrados mirando al vacío. Ella era una mujer muy reflexiva y sus posturas las de una persona absorta en su tremendo mundo. Pero, carajo, también fue una mujer sumisa, y doblegada, por la mala uva de mi abuelo. Ese prohombre, al que alguna vez, alguien, debería haber condecorado por cobarde.

lunes, 5 de abril de 2010

ABSTRACCIÓN.


EL IDIOMA DE LAS TÓRTOLAS.

Deseó acariciar
aquel dorso blando y suave
y lo recorrió con sus dedos
como si caminara de puntillas.

Extenso campo de mansa hierba,
imagina,
por donde su su aliento volaba
tan obediente,
como sus rendidas manos.

A tientas, se anida,
entre la madeja misteriosa de unos brazos
y de una boca, ansiosa de otros labios.

Su cuerpo de aire
rodaba bajo un cielo púrpura,
pero hundido entre el rumor del alma
y el ocaso de la tarde.

domingo, 4 de abril de 2010

ROSAS.


ABISMOS A MIS PIES (Continuación)


         Mi abuela paterna al lado derecho del portarretratos hierve de cólera indignada de ver la historia tan distorsionada que cuento, y por lo que veo, con la que no está en absoluto de acuerdo. Así que de pronto comienza a mover los labios, como hablando para ella, entre dientes. Una habilidad autómata, engendrada, bajo la autocracia que le impuso la tiranía del machito de mi abuelo.
         Detrás del cristal del portarretratos, parece un dibujo animado haciendo muecas de estupor y de enojo. A mi anciana abuela por fin le sale fuera del retrato la voz cansina y dura y aquel pensamiento coherente del que era dueña. Mi queridísima abuela, me pide, en estos momentos, que no diga barbaridades a destajo.

_Niña esa descripción de los hechos es tan retorcida que te dará dolor de cabeza además de considerables remordimientos.

         Desde que murió primero mi madre y años más tarde mi abuela paterna, por turnos, las dos se convirtieron en el Pepito grillo de mi conciencia, por otro lado, un ente casi incontrolable.

_ Pero niña  porque hablas esos disparates_ me dice llevándose sus dos manos a la cabeza. Por lo que yo recuerdo tu abuela materna te quería. Vamos que si te quería. Ahora mismo, deja de decir tonterías que suenan a maldades y bosquejos de maltrato.

         Y en mi boca resentida se me cuela de pronto la reprimenda tal como si fuera una abeja enfurecida picando para hacerme daño.

_Maldita seas niña_ denuncia entre dientes. No ves que la infelicidad entonces nos arruinaba la vida. Crees que estaban aquellos tiempos para golosinas, balbucean sus frustrados labios.

         Cuando ella acaba su pelea conmigo, yo me muerdo también mis resecos labios frente a ese retrato que de repente ha cobrado unos segundos de vida, e imagino, ese supuesto imposible, de que alguien, en aquel tiempo de pegajosas moscas, de azada y de ausencia de abrazos, me hubiera alcanzado la luna y me la hubiera puesto, como un pan tierno, bajo el brazo.

ROSTRO CON PAISAJE

Densas sombras violáceas
modelan la aureola de sus ojos.
Sombras, que hacen su mirada
algo más profunda y su pensamiento, más inaccesible.