Seguidores

martes, 6 de diciembre de 2011

LA ÚLTIMA ROSA



         Y este deambular por el jardín como en la cuerda floja. Este funambulismo en franca rebelión. Este hilo de seda a punto de cortarse que relumbra su prodigio fortuito y después me atrapa en su hebra o en su añoranza de luz o, en ese espíritu de exterminio que vaga  bajo la ventisca del jardín. Añoranza… o como incubar cadáveres sobre el musgo y rebotarlos vivos sobre el surtidor del agua.

         Este invisible alambre. Indolente filamento que es como una mísera larva, un beso siniestro o unos salobres labios, da lo mismo. Este celofán por donde camina errabunda mi amarga figura o el letargo. Y este estigma errante que soltó su herida entre la infancia  y dejó calado un vasto túnel con su negro aliento y aquel temblor que me vio morir a la vez, de ultraje y de deseo.

          Esta violencia extraviada en mi cerebro o este pánico innegable.
         Dame tu auxilio árbol del invierno. Sujétame a tu descarnada copa y enlázame a tu enramada de fronda o de hojarasca o de escarcha. Y a tus raíces y a esa matriz que devora la tierra. Esquivo invierno, desvestido de dulzura y de rosas. Vorágine de remordimiento irreparable y de creencias o desesperación. Vendaval de traición y hastío o impaciencia.

         ¡Madre!  Y tú no estás. Y qué horrible esta mortífera fantasía. Madre, préstame siempre tus manos y escucha mi ensueño o mi delirio y esta súplica. Aquieta mi destino y frena este rumbo que excava en el silencio y en el frío y en esta casa descomunal. Y luego… luego entrégame tu estela luminosa y ¡haz algo! Haz florecer la última rosa del invierno.

                                                                                                                                     


                                                                              Maribelflores