Seguidores

jueves, 28 de enero de 2010

LA ARQUITECTURA DEL CIELO




UN LUGAR PARA VIVIR.


La fiesta sigue en el jadín
y las guirnaldas después de muchas horas
cuelgan de los árboles,
exhaustas.
Pero cuando la piñata se abre reparte por el patio
el eco del aire
un poema secreto
y mi nombre, condenado al olvido.
Y los pájaros negros
que aletean, volando entre los tejados,
llevan la certeza de esa eternidad
atrapada en su pico.

martes, 26 de enero de 2010

JOVEN CON SOMBRERO



ABISMOS A MIS PIES (Continuación)

 
         Mi hija es ocho años menor que su hermano. Sin embargo, entre ellos dos existe bastante filling. Su empatía es mutua y persiste desde que eran críos. Los dos hermanos han hablado y cuando ella vuelva para la Navidad a casa, su hermano mayor viajará a Roma con Doris y pasarán, juntos y solos, unos días en su apartamento. Entre ellos han encontrado la fórmula perfecta para encajar cada cual en su sitio durante las fiestas. Mis hijos entretejen sus hilos como si fueran grandes ideales que tubieran de conectarse entre sí. Nunca hablan de sus intimidades, pero esos hilos finísimos son como lengüetas estiradas y pegajosas que sujetaran por las puntas su excelente relación.
         Y mientras pienso en ese pormenor, intercambio miradas retadoras con una muñeca Barbie de ojos azules, labios sonrosados y sonrisa permanente. Una muñeca que permanece estática como un mueble, sobre una estantería del cuarto. 
         En la pared de la derecha hay colocados, dos repisas con sus libros, cada una de un metro de largo.Y por instinto paso el dedo indice de la mano derecha por el lomo de todos los libros en dirección a la mesita de noche. Algo así como si tocara la escala musical de forma rápida en las teclas de un piano. Los libros no suenan a música (o sí) pero su tacto es ligero y su olor a papel me petrifica junto a las estanterias como si hubiera olido a rosas. Son como pétalos de  flores. Huelen bien y están llenos de matices.
         Por este orden, en la primera estantería y de una punta a otra, hay cinco libros de Stephen king, dos de Michael Ende, Momo y La Historia Interminable, toda la serie de Harry Potterr y por último tiene ordenados junto a los anteriores la serie de Crepúsculo.  

         En la siguiente estantería, están colocados El Bosque de Los Pigmeos, El Reino del Dragón de Oro y La Ciudad de las Bestias de Isabel Allende, y después de ese tocho exagerado de libros hay pegado a ellos, La Casa de los Espíritus, en una edición de bolsillo. Y por último se han quedado, al final de ea segunda estantería, como relagados al olvido, los relatos que leía en su infancia de Disney, algo de la colección del Barco de Vapor, y algunos de Espasa Juvenil. En realidad sus aficiones literarias hablan por ella. Y supongo que esconde su clarísima timidez detrás de tanta fantasía libresca. 
          Todo en el cuarto está super ordenado. Mi hija es casi adicta al orden. 
          Una tarde, esta última primavera, subido, como si nada, al lomo superior del libro de la Cenicienta de Disney, atrapé por el rabillo enrocado un diminuto ratón, con unas pinzas de cirujano. 
         No sabría decir de dónde saqué la habilidad aquella tarde para atraparlo. Ni se sabe. Pero a veces soy de una frialdad pasmosa. Es cierto.
         Tres días llevábamos mi hija y yo detrás de ese bicho astuto. 
         El ratón había roído con sus dientes dos velas azules que decoran la mesita de noche que está situada al lado derecho de su cama y bajo las estanterías de sus libros. Cuando mi hija dormía escuchaba cierto alboroto de patas y dientes entre la duermevela del sueño. Según me contaba por la mañana. El roedor paseaba entre los objetos depositados en la mesita y trituraba la cera de las velas celestes. Por la mañana el ratón desaparecía detrás de la mesita, aunque nosotras no lo adivinamos hasta dos días más tarde.
         La tercera mañana retiramos de la pared la mesita y lo vimos balanceándose en el cable de electricidad de la lamparita del mueble. Nos miraba desafiante. Se había mimetizado con la decoración del cuarto y era difícil distinguirlo sin prestar atención a los detalles. Desde luego nunca antes había visto ni imaginado una escena tan singular en casa. Disparamos tres fotografías y una de ellas fue a parar al Tuenti. Aquella en la que dejaba ver su cara de astucia y sus ojos redondos y brillantes. Durante unos días recibimos numerosas respuestas de los usuarios de esa red social, principalmente de las amistades de mi hija, para que le salváramos la vida. Le pusieron de nombre Gus. Estaban de acuerdo con mi hija, que desde el primer momento quiso salvarle la piel, ya que en el fondo, sintió una gran atracción por ese roedor que sin duda se había extraviado por las dependencias de la casa pero, además de conmoverse por el bicho, sintió una innegable repugnancia cuando lo teníamos sujeto con las pinzas.
         Decidimos atraparlo antes de darle un buen zarpazo, y sin más, quitárnoslo de en medio. Lo hubiéramos inmolado en la Red y habría pasado a ser un héroe muerto a manos de unas traidoras. Sin embargo, no hubo modo alguno de apresarlo aquella mañana en el cable eléctrico. Por la tarde, lo atrapé yo, con esas enormes pinzas de cirujano (no recuerdo cómo llegaron a mi casa) mientras permanecía subido en el estante de los libros. Aproveché que estaba desprevenido y de espaldas a mí, y lo agarré del rabo enroscado con aquella herramienta. Me miró retador mientras estaba sujeto en el aire, pero le perdoné la vida. Y fue a parar, a una bolsa de plástico y de allí, dio con su esqueleto, en las fincas vacías que existen alrededor de la vivienda.
         Que cómo trepó a casa ese roedor, será siempre una incógnita. Pero imagino que utilizó el tronco y las ramas del álamo que dan al baño y a la terraza para ascender a la segunda planta y todo lo demás fue por cuenta absolutamente suya. Es decir, entró totalmente de incognito e igualito que un ladrón muy experimentado.
         Y cómo escaló de la mesita de noche al estante de los libros, supongo también que a través de la larga cabellera negra de la Barbie Sirenita (señera reliquia, que ha quedado suspendida en las estanterías, como única muestra de ese paso de la infancia por mi hija) que cae como una interminable cascada desde los libros de Disney de la estantería, hasta la lámpara de la mesita de noche. Sin embargo, el sigiloso roedor, fue dejando un rastro de excrementos desde la terraza al baño y luego en el cuarto de mi hija. Y esas excreciones nos dieron la pista, de que un probable roedor, andaba suelto por la casa y totalmente a sus anchas.         
         Pero de aquella anécdota tan divertida han pasado varios meses, y al entrar hoy en el dormitorio de mi hija, ha crujido la madera del cuarto. En el silencio siento, que se amplifica ese sonido. Y la verdad es que me impresiono, como si hubiera relámpagos estallando en su interior vacío y enrarecido.
         Ya no hay ningún ratón, ni tampoco está mi hija, y en dos meses, el cuarto ha adquirido el aspecto de un lugar sin rostro que recorre el habitáculo de un extremo a otro como una sombra mecida por un soplo de aire. Pero sin embargo en este momento tengo la sensación de estar tratando de aferrarme a la nada, o algo invisible.

lunes, 25 de enero de 2010

LA HERMOSA INFANCIA






PÉRDIDAS.


Recuerdo su sonrisa
como mi última esperanza.

Una mueca remota
de cuando yo era niña.
La mímica de una escena nostálgica
donde todo eran flores en mi boca,
en mis ojos miel
y en mis brazos de pájaro
todo libertad.

Recuerdo,
un aullido interior
entre la médula

y luego
los restos de una ardua conmoción.

Después vino la ausencia
el desaliento
el silencio, la codena, la m...
y la privación del amor.



sábado, 23 de enero de 2010

LA FUERZA DE LA LUZ.




ABISMOS A MIS PIES (Continuación)

         La mañana se hace larga y mi horizonte vital, lo devoro a mordiscos  graduados. Porque, una vez que dejo la habitación amarilla, escucho como se filtran hacia la galería, por el tabique de división, los rumores inagotables de la habitación de al lado.
         Mi hija es la menor de la casa. Su puerta la despliego cada día. Sus paredes hablan como los arroyos en los valles. Susurrantes e invariables. Aunque, su habitación, igual que las otras está totalmente a oscuras. Sin embargo, cada vez que practico ese ritual de traspasar su puerta, aparece el croar de  mi llanto rodando por mis mejillas. Todo enmudece en el acto en esta penumbra. Sólo hablan mis ojos a través de mis lágrimas. Aún más, el poder de l llanto irrumpe hasta en mi descanso nocturno. Al emigrar el último de mis vástagos, han salido de estos ojos vidriosos todos los anfibios atrapados durante años y ahora croan sin parar desde finales de verano, cuando mi hija dejó su hogar, y montó su refugio en Roma.
         Ahora la imagino, indiferente, pero sobre todo ignorante de mi desconsuelo, además de gozando de la ciudad eterna como haría cualquier joven atolondrada o convulsionada por tantas expectativas de independencia y de futuro.     
         Hace años que mi llanto no era tan real, tan intenso, tan continuo, y mucho menos tan ciego. Me despierto por la mañana y al instante me asfixio como si me rodeara el humo. He perdido profundidad de campo y la sin razón, definitivamente, me asiste a cada instante. Por eso esta mañana repaso la vivienda, escrutadota, y con lupa de aumento entre mis manos como si jugueteara con una ficha entre los dedos convertida de pronto en el silencio que devora hoy toda la casa. Realmente parece un castigo que me impuesto esta mañana en mitad de ete epacio silencioso mientras el otoño va trazando fuera un agugero de aire frío
          Los cuartos deshabitados me parecen desvanes silenciosos. Sólo que en ellos reina el orden en vez de reinar el caos que rige en los altillos de algunas viviendas.
          En su cuarto, entre tanto y mientras vuelve, cuando lo abro, solo veo sus ojos acaramelados y penetrantes. Es como si una lechuza me acompañara en la penumbra. Todo lo demás que se quedó dentro, duerme profundamente.           


viernes, 22 de enero de 2010

MUJER A LA DERIVA




¿SUEÑO O PESADILLA?


          La noche anterior tuve un sueño, y no hay duda, era extraño y más que extraño sofocante. El escenario era lóbrego, gris, negro… y todo eso, a pesar, de que el material del sueño transcurría en mitad del océano o al menos a mar abierto, pero en realidad bajo un cielo de plomo.
          El mar aparecía bravío y la atmósfera, como la de algunos sueños, parecía irreal y escurridiza, y el oleaje azotaba el barco en el que yo viajaba, como si hubiera sido una frágil cáscara de nuez.
          Presentía, que la muerte circundaba la corpulencia del navío. El viento tempestuoso, me sacudía la tez de la cara y resonaba, idéntico, al aullido de un lobo. Las aves marinas revoloteaban zarandeadas por el aire del mar, pero a veces se quedaban suspendidas esperando saltar sobre alguna presa entre la cresta que levantaban las numerosas las olas. La apariencia de las demás personas que viajaban conmigo, era amorfa o imperfecta y por supuesto, tan irreconocible, que semejaban esas masas informes de las películas de miedo, moviéndose, igual que espectros ligeros sobre la cubierta del barco -manchas impalpables y casi transparentes- que se esfumaban del ángulo de mi vista, a la primera intención de mirar atentamente aquellos movimientos en grupo de lo que parecían figuras humanas.
          El viaje adelantaba a duras penas, porque desde el fondo del mar surgía el movimiento de las olas, y el ir y venir de la marea, dejaba ver, cuando las aguas se retrepaban hacia dentro, grandes rocas por las que se deslizaba por inercia y hacia abajo, la espuma del oleaje y luego, entre esas rocas, avanzaba la nave en medio de un pasillo estrecho abierto entre los gigantescos promontorios pero, como si la barriga del barco hubiera adelgazado al tamaño de una lámina de acero, sorteaba el peligro y atravesaba una línea recta de agua, derecha, derecha, hacia su meta. Todo aparentaba en el barco, que aquel cuerpo imponente de madera, iba a encallar y hacerse cientos de pedazos entre un mar abrupto, del que sería imposible salir a aguas más profundas y tranquilas, y teñidas de aquel hermoso azur del mar de mi adolescencia.
          Sin embargo, el barco, siguió su marcha mecánica impulsado seguramente por una fuerza antigua más poderosa que la tempestad marina, gestada, entre la soledad de un sueño que parecía vívido, y no una asfixiante pesadilla.
           Al despertar, la mañana me trajo el júbilo en su pico, como si tal contento hubiera sido la presa de una de aquellas aves marinas, enfocadas por mí, durante el transcurso de esa alucinación. A continuación, las primeras luces del día, me sacaron de aquella atmósfera de ruinas que aparecía en el sueño, llevándome de la mano hasta el exterior de la casa y recorriendo abstraída el extenso muro que forman los cipreses, hasta acomodarme feliz y como un guante, en el lugar más recóndito del jardín.


martes, 19 de enero de 2010

CONTORNO BAJO EL AGUA.


Sobre mi mano ha cimentado
un jardín hermoso.
Un marco perfecto
donde crecen el cedro, las rosas,
las marañas de sueños
y una frágil nube
eternamente suspendida
entre la lejanía del cielo.
Bajo esa nube;
un estanque y una sombra oscura
flotando entre las aguas cristalinas.
Y en el fondo del embalse
blando, maleable
y posado sobre el limo, como las algas,
un hombre rana
con una mirada apacible,
al que se le ha evaporado el rostro.


lunes, 18 de enero de 2010

ABISMOS A MI PIÉS (Continuación)


         Aquellas navidades, Doris trajo a casa, una bocanada de aire fresco, una sonrisa de oreja a oreja, unas gafas de ratón de biblioteca, una timidez medida, una complacencia inusual entre los cinco miembros que componen mi familia, una belleza exótica aunque no extremada y como he dicho antes, un cabello largo, lacio y negro como el azabache de tal modo que cuando se esparcía por el suelo algún mínimo mechón de ese pelo absolutamente oscuro, sobresalía entre el blanco del mármol de la habitación amarilla. Y ese cabello caído sobre el enlosado, parecía, la delgada sombra de un filamento de hilo eléctrico.
          En un descuido, durante aquellos días de fiesta, le pregunté a mi hijo y -cómo es Doris- preocupada por el extravagante porvenir de mi primogénito. -Un pedazo de pan- contestó él. Si bien, yo ,de vuelta de todo, también de los afectos y de las razones inexplicables que acaban con ellos, no obstante, le dije, -perfecto, si ese es tu tren súbete a la máquina porque hay mercancías que solo pasan una vez en la vida-. 
         O, como dice una amiga mía, "las cosas buenas hay que buscarlas porque las malas ya vienen solas". Y lo expresa tan bien y con tanto entusiasmo, que puesto en su boca, parece un lanzamiento tirado al aire para que todo el mundo lo recoja.
         Y ahí sigue mi hijo subido a ese ingenio insuperable de máquina que a veces parece el artilugio del amor. 
         Pero, por saber, aunque siempre mirándome en las palabras y usándolas  en su justa medida le sigo preguntando -cómo es Doris- y me sigue diciendo lo mismo -un pedazo de pan- aunque ya le ha añadido una variante, -un pedazo de pan que esconde sus cosas, como todos-, me dice.
         La realidad es que el viento de China es el mismo que corre  en todos lados.
         Ahoa bien, cuando pienso en los dos, me digo ¡Dios los bendiga! como hacía mi abuela paterna que a menudo tenía a Dios puesto en la boca, tal vez porque a ella, el Creador la honró bien poco con su grandeza. O tal vez es que el Redentor del mundo le tenía reservada, la ansiada gloria, una vez muerta.
         Sin embargo, imagino su reacción y creo que le habría dirigido unas palabras tan cabales y tan prácticas a su bisnieto como estas. -Pero hombre de Dios, es que no había mujeres agraciadas en nuestra tierra-.
          Su lucidez, a veces, era abrumadora. Y lo que nadie se atrevía a hablar ella lo ponía en su boca de forma tan razonable, incluso tan cruda, como franca. Y si me hablara a mí en estos momentos probablente me diría, -deja ya de darle tantas vueltas a las cosas que las engordas a todas horas-. Aunque tal vez pensando en aconsejarse a sí misma porque hablaba poco, pero sin embargo movía los labios cuando estaba a solas. Alimentaba, tan bien como les doy de comer yo, sus causas perdidas. Cosas de familia, supongo.
          En fin que este año mi hijo y Doris pasarán juntos, pero solos, sus singulares navidades y a medio camino entre Madrid y Roma. Y la habitación amarilla seguirá aquí, bien decorada, pero en el sur, tan muda como siempre.
          Aunque puede que suelte algún voto al aire, eso sí, sin voz ninguna. ¡Maldita sea! las distancias me están arruinando la vida. Tal vez lloraré, solo tal vez, porque al corazón se le van formando año tras año capas de cemento y a estas alturas se ha endurecido. Desde luego, pediré para mis adentros cuando me siente a la mesa y me falten unos cuantos, que vuelvan; o quién sabe, si recurriré a alguna fórmula mágica para que aparezcan rápido, aunque ello sea, sencillamente, una entelequia.