Oí voces sin comprender nada
redobles que me hacían abrir la boca
aves negras soltando su graznido
sobre la tierra
abismos donde se perdía el sonido
al lanzar una piedra
y sombras que arañaban mis tímpanos
destapando las burbujas de mi tribulación.
Oí un hombre vigilando
mi descanso
y ahuyentando un trueno interminable
que asestaba golpes secos contra mi puerta.
Luego, descendió un rayo,
y mi corazón escapó, raudo, entre el fulgor
que atravesó por debajo del quicio.