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martes, 10 de mayo de 2011

IRREALIDAD

      
         La noche anterior tuve un sueño, y no hay duda, era extraño y más que extraño sofocante. El escenario era lóbrego, gris, negro… a pesar, de que el material del sueño transcurría a mar abierto, pero en realidad bajo un cielo de plomo.
         El mar surgía bravío desde un abismo de agua muy agitado, y la atmósfera, como la de muchos sueños, aparecía irreal y escurridiza cuando el oleaje azotaba el barco en el que viajaba, igual que si hubiera sido una frágil cáscara de nuez.
         Presentía, que la muerte circundaba la corpulencia del navío. El viento tempestuoso me golpeaba el cutis y aquel bofetón de aire resonaba idéntico al aullido de un lobo después de atravesar mi cara. Las aves del litoral revoloteaban zarandeadas por el aire marino, pero a veces se quedaban suspendidas en el espacio esperando saltar sobre algún pescado entre la cresta que levantaban las olas.
         La apariencia de las demás personas que viajaban conmigo, era amorfa o imperfecta y tan irreconocible, que me recordaban, a esas masas informes de las películas de miedo moviéndose igual que espectros ligeros sobre la cubierta del barco. Manchas etéreas o como creadas de esa materia impalpable de la que está hecha el humo. Una cortina humana, que se esfumaba del ángulo de mi vista a la primera intención de mirar fijamente, aquel telón de animación en grupo, de lo que parecían frágiles mortales.
         El viaje adelantaba a duras penas, porque desde el fondo del mar surgía el movimiento encrespado de las olas y aquel ir y venir de la marea, dejaba ver, cuando las aguas se retrepaban hacia dentro, grandes rocas por las que se deslizaba por inercia y hacia abajo la espuma del oleaje. Todo en la embarcación, aparentaba, que aquel cuerpo imponente de madera, iba a encallar de un momento a otro y hacerse cientos de pedazos entre un mar abrupto del que sería imposible salir a aguas más tranquilas y teñidas de aquel hermoso azur del mar de mi adolescencia.
         Sin embargo, entre esas rocas avanzaba la barriga del barco, adelgazada hasta el tamaño de una lámina de acero, en medio de un pasillo de agua estrecho abierto entre los gigantescos promontorios. Pero como solo sucede en la magia prodigiosa de los sueños, el navío afilado sorteaba el peligro y atravesaba una línea recta de agua, derecho, derecho, hacia su meta. Y el barco siguió su marcha mecánica impulsado seguramente por una fuerza antigua más poderosa que la tempestad marina, aunque gestada, entre la soledad de un sueño que parecía vívido y no una asfixiante pesadilla.
        
         Al despertar, la mañana, me trajo un gran júbilo en su pico como si tal contento hubiera sido la presa de una de aquellas aves marinas, enfocadas por mí, durante el transcurso de la alucinación. Las primeras luces del día, me sacaron de esa atmósfera de opresión que se revelaba en el sueño, llevándome de la mano hasta el exterior de la casa y recorriendo abstraída el extenso muro que forman hoy los cipreses, hasta acomodarme igual que encaja un guante en una mano, en el lugar más plácido del jardín.