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miércoles, 26 de septiembre de 2012

FLAMANTE VERSIÓN DE LA SOLEDAD



    Esta es una certeza de que todavía estoy viva, pues gozo como nadie cantando a plena voz en el vestíbulo. Aunque, segundos después, se desploma el eco de mi voz encima. Tanta vitalidad me la sirve una machacona melodía en bandeja, porque hay sonidos que se engarzan a mí como turbinas enardecidas y además de la voz de una balada, me impulsan los pies y la cintura por el escurridizo piso de la casa y al momento danzo enloquecida el cimbreado agonizante de unos funerales. Zumba, zumba, zum… y le hago ofrendas al infierno antes de evaporarse ese cerco de pánico que, por ahora, me hace sobrevivir. Como la mezquindad, me retuerzo en cabriolas y todo el holocausto se vuelve indoloro. Con la música rozo anhelos y violines y un coágulo de misericordia en mitad de la antesala.
      
      Saberse libre es un cadalso intimo y el último bastión inverosímil.

     Pero cualquier día en el jardín (que es un lugar como un espejo) se me desnuda el alma. Pues ando descalza sobre la suavidad de la tierra de este hermoso espacio mientras recibo su influjo telúrico. Hilvano oasis y esplendor y entro en trance si de súbito escucho un tumulto de pájaros como si fueran impromptus planetarios.

     Aunque, ayer tarde, miré en el estanque y sólo vi el espejismo horrible de mi rostro desencajado y en el tornasol de mis mejillas únicamente se encendía, una soledad extrema, semejante, al aullar de una fiera irascible.



                                                                Maribelflores