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domingo, 11 de julio de 2010

SILUETA ATRAVESANDO LA CIUDAD.


ABISMOS A MIS PIES (Continuación).


         Durante mis desvelos hay ocasiones en las que ciertamente valoro, el poder oculto pero sensato que despliegan los fantasmas de mis padres, cuando me descargan los dos, a cuatro manos, la cordura sobre los hombros como si fuera una de aquellas viejas talegas del pueblo, llena ahora de lecciones sedativas para el insomnio.
         Su aparición resiste sólo unos segundos. Tiempo suficiente para que yo no me desmorone en mitad de una noche interminable.
         Y creo oírle decir a mi madre con una voz ya muy desvanecida, -de tantas décadas siendo un fantasma- pero hablándome con mucha sensatez.

_¡He, queridísima hija, estas viva y eso es un privilegio! Vuelve a la cama. Y lo dice percibiendo mi zozobra y mi ceguera. Y en realidad, debo darle la razón en esos dos apuntes que me hace

Y a mi padre, como si todavía no hubiera asimilado que he crecido y pensara en mí y en la suerte que me espera, cuando sea mayor.

_Escúchame niñita, todavía tienes todo el porvenir por delante. Por favor vete ya a dormir.

         Entonces me tomo buena nota de esas palabras tan sabias salidas de los labios de ultratumba de los míos. Después miro atentamente como brilla, frente a mis ojos noctámbulos, el negro de la noche y como se disuelve, en segundos, el vacío que se ha creado minutos antes a mi alrededor.
         Pero mi padre, que sabe todo lo que sabe, le da cien vueltas al vestíbulo lo mismo que un espíritu inquieto corroído, del mismo modo que su hija, por la desolación. Y pensando en su fuero más interno, que podría cortar con un cuchillo, el aire denso y pesado de la antesala.
         Ese vacío con forma de culebra, que desaparece cada noche antes de que amanezca, haciendo zig, zag, zig, zag… por debajo de la puerta y atravesando luego el frío otoñal que planea en estas fechas por el exterior de la casa y vaya usted a saber, a dónde va a parar.
         Huir, huir. Siempre huir. Huir de mí. Huir por inercia tal como me dicta el pensamiento a diario. Huir de todo. Huir de alguien. Huir; simplemente, una sombra obsesiva que abarrota esta antesala de la misma manera que lo haría si fuera una apretujada muchedumbre concentrada en el vestíbulo con el único propósito de asfixiarme durante esas largas madrugadas. Pero huir de uno, no es fácil. Cuántos en su sano juicio se aventurarían ponerlo en práctica. Aunque, no sé, si por pura sensatez o nos lo impediría, a manos llenas, un miedo paralizante. Sin embargo, una vez, hace poco, puse en práctica la gran evasión. Aquello se prolongó a lo largo de un verano y se terminó por pura inercia y por consenso entre las partes, pero sin celebrar el regreso con ninguna fiesta. En ocasiones, me he preguntado, si pude sufrir entonces enajenación mental transitoria.
         Existe en mí, un miedo a liberarme del pasado, y de este pesado yo. Sin embargo, no hay duda, escaparía zigzagueando bajo la ranura de la puerta igual que un infame reptil, aunque luego me carcomiera el alma, tal bajeza. Si bien, también me pregunto en comparación con mis ansias de huida. Salir por esa puerta, pero en dirección ¿a dónde?