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domingo, 4 de abril de 2010

ROSAS.


ABISMOS A MIS PIES (Continuación)


         Mi abuela paterna al lado derecho del portarretratos hierve de cólera indignada de ver la historia tan distorsionada que cuento, y por lo que veo, con la que no está en absoluto de acuerdo. Así que de pronto comienza a mover los labios, como hablando para ella, entre dientes. Una habilidad autómata, engendrada, bajo la autocracia que le impuso la tiranía del machito de mi abuelo.
         Detrás del cristal del portarretratos, parece un dibujo animado haciendo muecas de estupor y de enojo. A mi anciana abuela por fin le sale fuera del retrato la voz cansina y dura y aquel pensamiento coherente del que era dueña. Mi queridísima abuela, me pide, en estos momentos, que no diga barbaridades a destajo.

_Niña esa descripción de los hechos es tan retorcida que te dará dolor de cabeza además de considerables remordimientos.

         Desde que murió primero mi madre y años más tarde mi abuela paterna, por turnos, las dos se convirtieron en el Pepito grillo de mi conciencia, por otro lado, un ente casi incontrolable.

_ Pero niña  porque hablas esos disparates_ me dice llevándose sus dos manos a la cabeza. Por lo que yo recuerdo tu abuela materna te quería. Vamos que si te quería. Ahora mismo, deja de decir tonterías que suenan a maldades y bosquejos de maltrato.

         Y en mi boca resentida se me cuela de pronto la reprimenda tal como si fuera una abeja enfurecida picando para hacerme daño.

_Maldita seas niña_ denuncia entre dientes. No ves que la infelicidad entonces nos arruinaba la vida. Crees que estaban aquellos tiempos para golosinas, balbucean sus frustrados labios.

         Cuando ella acaba su pelea conmigo, yo me muerdo también mis resecos labios frente a ese retrato que de repente ha cobrado unos segundos de vida, e imagino, ese supuesto imposible, de que alguien, en aquel tiempo de pegajosas moscas, de azada y de ausencia de abrazos, me hubiera alcanzado la luna y me la hubiera puesto, como un pan tierno, bajo el brazo.

ROSTRO CON PAISAJE

Densas sombras violáceas
modelan la aureola de sus ojos.
Sombras, que hacen su mirada
algo más profunda y su pensamiento, más inaccesible.