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jueves, 7 de julio de 2011

COMO EN EL MAR.



Esta mañana aspiro con fuerza el viento de poniente que llega del océano.
A veces,
ese mar lejano,
trae en el aire su olor a salitre o yo solo me lo imagino.
Por el levante, el sol,  ha decido vaciarse de sí mismo sobre aquel horizonte de montañas.
Y si cierro los ojos,
aspiro, aspiro… y todo es brisa o soplo de aire que me embriaga del ambiente,
pues todo ese confín, es inmensurable
e insólitamente hermoso,
y por una vez,
tejo una falsa tela de araña que no aprisiona ni el dolor ni el desvelo de la noche ni el socavo del alma.
Y si despliego mis brazos delante de la ventana como si fueran dos mástiles despojados
de su vela,
tanta maldición se desvanece y mi corazón se ensancha y luego la estancia cobra vida de pájaro y me muestra virgen sobre un acantilado. ¿O seré yo la gaviota?. 
En verdad, un dios me protege hoy de aflicciones pasadas,
y si contemplo el cielo, veo,
como le crecen alas plomizas, a un ave poderosa,
pero cuando vuela, al frente de aquel cúmulo nacarado.