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lunes, 17 de mayo de 2010

JARDÍN Y CIELO (Lo que tú quieras imaginar lleno de color).



ABISM... (Continuación).


         Pero a lo que iba, cuando llega la noche, en sueños, me atosiga la necesidad.
         Y anoche, veía, entre laberintos de calles sinuosas y fachadas antiguas, que me perseguía un viejo amigo por el casco histórico de la capital. Yo llevaba un vestido verde manzana muy vaporoso que se reflejaba en las lunas de los escaparates de las tiendas. El color esperanza de mi atuendo, se diluía como la mancha desenfocada en una de mis fotografías o como una pintura acuosa, derramada, en la superficie lisa del cristal del comercio. Yo había cambiado de semblanza y era otra vez joven y hermosa. Un codiciado disfraz que hacía de anzuelo para quién corría detrás de mí.
         El sueño acontecía en una nebulosa extraña de calles vacías y saltos míos, a cámara lenta, en el espacio silencioso de las calles. Aquella zona histórica estaba vacía de seres humanos. Solamente un comercio de antiguallas mantenía su puerta abierta. Todo lo que allí se vendía, eran miniaturas de madera, de vidrio o de metal. Intenté robar una campana de bronce del tamaño de un dedal, pero alguien entró de repente al negocio y desistí de mi idea. Según un novísimo amigo mío, estrictamente virtual, soy una ladrona de rostros, cuando acarreo mi cámara conmigo. Anoche, en sueños que parecían desvaríos, pretendía llevarme otras cosas. Pero, cuando salí de nuevo al exterior de la tienda, mi perseguidor, había desaparecido y yo estaba otra vez a solas. Ahora me perseguía una sombra tirada por el suelo y enganchada a mis pies. La mía. Me veía a solas y con mi suerte a cuestas. Sin embargo, mi preciosa cara se reflejaba todavía en los escaparates, mis labios carmín de un rojo vivo, resplandecían, entre los vidrios. Aquel cuerpo y aquella cara eran mi doble perfecta. Y mis labios carmesí un ardid que jugaba con los espejos de la calle esperando que cayera mi presa. Seducir al perseguidor estaba anoche en mi naturaleza. Y las esquinas de las calles eran el mejor sitio para embelesar al enemigo. El resto de ese cuerpo núbil, que ya no parecía el mío, estaba prácticamente desenfocado.
         Al despertarme, pensé, qué rabia, cuánto entregué al vacío por el camino.
         La noche anterior a la pasada y casi de amanecida, soñé igualmente, que dos hombres me poseían de forma alterna, uno joven y macizo que me magreaba pero que luego se diluyó entre la nada sin acabar su impetuosa faena. Otro hombre anciano, muy anciano, yo diría casi repulsivo, consiguió su propósito y se derramaba dentro y fuera de mí. Confieso que me sentí asquerosa porque una tremenda suciedad me inundaba el cuerpo desnudo. Una odia decir esto, cuando la penuria abunda hasta en sueños, pero admito también, que aquello, más que echar un polvo, fue inundarme de una pesadilla con olor a repugnante pócima. Hubiera querido degollar con la lengua aquel inmundo viejo que goteaba su semilla sobre mi preciada tierra. Mi deseo se transformó en engaño y en el sueño temblé como las hojas. Y al despertarme, repentinamente, los objetos del cuarto: los armarios, la cómoda, la cama…hicieron un insólito ruido que me hizo anticipar mi muerte. Pensé, angustiada, que se movía una lúgubre premonición entre las sombras del cuarto.