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lunes, 7 de noviembre de 2011

ESCALINATA

         
         Esta casa es como una cripta de vidrio por donde se cuela el resplandor a brazadas. Pero cuando estoy sola,  me siento como un poste quebrado que observa la vida tragada por esos ventanales. Los vidrios forman adentro una confluencia de luces y espejos cuyas imágenes desprenden, al parecer, un secreto, que hospeda en su interior a mis ancestros. Y como yo no soy medrosa y mis ancestros son extremadamente leales, deambulan a sus anchas delante de mis acalorados movimientos o se orean al sol detrás de los cristales lo mismo que si fueran seres mortales.


         Ahora mismo, mi abuela paterna, trepa muy paciente por la gran escalera de mármol. De un escalón a otro, la anciana toma aliento, cogiéndose al pasamano de la baranda. Confusa, a cada peldaño que asciende, abre más y más la boca y pierde aquel aspecto inexpresivo de antaño. Mi cuerpo la sigue enderezado y sube más dinámico que el de ella, pero escala cronometrado y a la zaga del compás pausado de la anciana. Mi abuela lleva puestas varias capas de enaguas. Todas pardas. Ella es el símbolo maternal de mi pasado y su amor fue, más poderoso que la vida. Hoy sólo es una presencia tolerable y la luna de un espejo agrietado  en cuyo fondo, aún se bosqueja, alguna quimera.


         Paralizada sobre el rellano de la escalera, al pie de una enorme vidriera, suelta sus escuálidos dedos del listón de la baranda y  muestra un gran asombro mientras observa todos los matices de los cristales. Se piensa olvidada, pero yo aúllo con un alarido tácito y gozo cuando se me cruza su estela. ¡Oh, la anciana! que ha puesto ahora cara de quien ha descubierto la puerta de acceso a la gloria. Y yo atónita mirando su blanca cabellera destellando por el viso que desparrama ese escaparate de colores. Y arrebatada por el afecto que aún le guardo, beso el polvo reluciente que cayó sobre sus manos como ofrenda a sus antiguos sacrificios.


         Mi abuela suspira como si fuese ella, y no yo, la que sufriera la alucinación. Y esos suspiros penden ahora de su candor y de mi enorme sobresalto. Todo le suena a persuasión. Y noto como se rebela y urde contra su pasado. Y percibo que todo ese esplendor la coloca al borde del regreso a la vida. 


         Pero cuando finalizamos la escalada, mi vieja, parece una luz que parpadea en el extremo de la gradería, y embebe y embebe y presto se disuelve en el último escalón. Y mi iris, herido desde niña, sufre un desmayo lo mismo que si alguien me hubiese arrojado ácido a la cara. Y yo experta, de nuevo, incubo el drama. 


         Se dispersó su fantasma, pero se queda flotando en otra dimensión. Su cabellera blanca ondea ya en el vestíbulo tan lánguida como los líquenes. Y su cara pálida se derrite suavemente reclinada bajo el sol cálido de noviembre que se filtra sobre la gradería. Sobre su rostro inerte cae, ahora, polvo iluminado de mariposas. ¿Adónde fue mi pasado?  Sensaciones, imágenes, vivencias, me pregunto hoy. No hay respuesta, sólo escucho un silencio agónico de cripta y un ruido atenazador de osario.

                                                                                  Maribelflores