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jueves, 6 de octubre de 2011

EPISTOLAR (a la Alpujarra, mi tierra)


Mi querido Iván:

       He cambiado aquel lugar de incontables granos de arena por un destino de hoyas, cauces de agua, alcores y un vaho zigzagueante que asciende desde el valle y encumbra las alturas. 
         Bruma. Informe masa de humo, que trepas como la hiedra entre la aldea. Acuosa amalgama confundes a las víboras de aquel secano, que ya salieron de los guijarros a hurtarle rayos al sol y vaciar su mezquindad. 

         Sinuoso valle, inventor de sueños y voraz demoledor de paz.

        Aquí se alarga el tiempo como la sombra de un cuerpo al caer la tarde y se espera sólo la bondad del agua, el soplo helado de los cerros y el canibalismo de los fantasmas que transitan por la oscuridad.

         Pero llevadme noche a medir esas quimeras palmo a palmo y a calmar en breve, el termómetro de mi nostalgia. 

         Iván, amable amigo, hace días que en la ciudad me aniquilaba el otoño y la desgana. Aquí mi carne, cual jícara de barro, se vacía de esa mezcla tóxica. Pues este valle se parió para seres desesperados. Y en sus colinas, debieron edificarse, en vez de blancas casas, templos griegos donde asentar efebos y vestales y consagrarlos uno por uno, a la copula y a la contemplación. Aquí el amor debiera ser un trazo dulce y posado. Un círculo perfecto donde toda presteza concluye.

        Pero no hay tregua bajo la launa de los tejados. Pues estos seres humanos se concibieron sobre cal viva y también, uno por uno, se carcomen o se apolillan. Esta especie de lobo estepario trasiega sola por el monte. Cuerpos monótonos deambulando a modo de almas en pena. Aquí la lógica es ¡tan empecinada! Y el corazón, el ojo humano y la mano  tan sumisos a esa predestinación.

         Iván ha pasado el día, y la noche, en este lugar del Olimpo, parece ahora abominable y obsesiva. Tan solo la luminiscencia de los astros hace de mi soledad y de mi antiguo sudario una melancólica placenta que envuelve mi cuarto y me devuelve al vientre de mi madre.
         Aquí, si abres la ventana y miras la gran luna de la media noche, intuyes, que el suicidio es una opción romántica de cómo detenerse para siempre en esta hondonada y perpetuarse flotando igual que el oro en suspensión. 

         Pero cuando el azor sobrevuela el valle, arrójate al destino pues dirige tus pasos derechos al tártaro, y ya, el entusiasmo no vale de nada y nada tiene que hacer.
         Satán, bestia rugiente, cimientas tu odio de flameantes llamas y en este subsuelo me incineras y luego amontonas mis cenizas. Y por último, izas un tumulto en el aire con mis parvos residuos.

         Adiós mi querido Iván,
quiero mirar la noche y este escenario, cuchillo de lobo.  

                                                                                                                 Maribelflores