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jueves, 30 de septiembre de 2010

NOCTURNO CON PÁJAROS.


         Con los años me he convertido en noche. En la oscuridad hablo siempre, mejor o peor que a pleno sol. Depende de la noche, claro. Alguna que otra vez, se me corta en seco la respiración y la inspiración que pudieran provocarrme las musas a altas horas de la madrugada. Pero sin duda, en la oscuridad soy más yo que nunca. Soy débil y fuerte. Y eternamente contradictoria. Pienso en todo y tiemblo, luego me acobardo y me creo absolutamente perdida. Durante la primera etapa del sueño, dedico mis ojos a la contemplación de las sombras que emergen, desde la oscuridad, como pájaros negros. A esa hora arcana, pero enteramente inocente, mi mirada se hace umbral para recibir formas y rostros. Bajo las sábanas me vuelvo un maniquí sin habla, pero con ideas propias y visionarias. Mientras permanezco despierta veo objetos y siluetas en constante movilidad, y en apariencia se mueven dentro de la habitación, como si fueran una alfombra mágica volando por encima de mí. Ese ritual se repite cada noche acompasando a mi respiración. Aunque nunca sé si tal protocolo antes de dormirme es una buena señal. No debe serlo, porque después, dormida aparentemente como un tronco, mis sueños se vuelven premoniciones agónicas que me privan de un descanso tranquilo y me dejan sin ningún aliento. Porque en los sueños, mi lengua se hace muda, sin embargo, mis anhelos más profundos salen desde la oscuridad por una imperceptible fisura y buscan refugio en mí, como si yo fuera el aeropuerto donde esperan aterrizar. Por eso, cuando el cansancio y la meditación me aíslan por completo del mundo real y caigo en un sueño profundo, como anoche, presiento cosas espeluznantes o increíbles.

         Ese sueño, me situaba en la sala de la casa del pueblo donde yo nací. Estábamos reunidas cuatro personas en torno a una mesa redonda. Yo miraba al frente y de pronto la pared de ladrillo desapareció de mi visión y todo el tabique se transformó en un vidrio absolutamente límpido y transparente. Aquello parecía una pared de cristal de una vivienda extraordinariamente moderna. Las cuatro personas allí reunidas hablábamos sin parar, pero no recuerdo nada de lo que decíamos. De repente se estrelló contra el cristal un pajarraco negro parecido a un cuervo, aunque recuerdo muy bien que su pico era blanco. Hay detalles que se quedan en la retina de los sueños. Otras pinceladas, al despertarnos, se disuelven como la ceniza. El pájaro muerto y despachurrado se escurrió cristal abajo y desapareció en el vacío. Segundos más tarde un buitre leonado salido del tejado de enfrente, se lanzó también en picado contra aquella pared transparente. Tal y como lo había hecho segundos antes el pájaro negro. El buitre tuvo el mismo final sanguinoliento. Pude morir de escalofríos ante la presencia de aquellos pájaros carroñeros. Mi estremecimiento fue grande. Aquella pared de cristal parecía una puerta invisible abierta completamente al viento y al vacío. Pero, la visión que las dos aves tenían de los cuatro seres humanos en el cuarto, es innegable, que era perfecta a través del cristal. Qué vieron. Cuando me desperté imaginé una desdicha. Habrían percibido los pájaros alguna carroña para llevarse a su buche. Olieron la podredumbre, o me avisaron algo.

En mis huesos la noche tatuada.
La noche y la nada. (A. PIZARNIK).