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lunes, 7 de marzo de 2011

VUELTA AL MAR



         He vuelto al borde del mar buscando un remedio para disolver este sólido desgaste con el que a duras penas me sostengo.
         Ahora escribo poemas desde el umbral del océano.
         Garabateo mis versos sobre la arena como si fueran suaves pétalos o punzantes lágrimas.
         Aunque esa sensación de vacío que percibo ahora en este lugar de agua ha tomado enteramente un sabor salado y el sentido de esos mensajes que trazo sobre la arena, las olas enseguida lo borran o se oxida antes de tiempo en la yema de mis dedos. Pero no ha sido un viaje en vano, puesto que todas las imágenes poéticas que imagino se me han vuelto azur marino o azul cielo y eso ya es algo. Y cuando sostengo la mirada en la lejanía ahuyento mi destierro hasta acoplarlo en esa imaginaria línea que separa el tinte añil del agua marina del tono celeste del espacio.
         No obstante, mientras escribo, tengo una lanza clavada en el pecho. En ese punto, es un decir, se sedimenta mi desazón y se unifica mi inagotable hastío. Una trampa cerrada siempre en falso, pero en cuyo engaño quedé apresada dentro.
         El mar ahora es un desierto garzo que agita su poderosa cabeza tanto como yo remuevo mi cerebro.
         Sin embargo, ese movimiento de repetición que se acumula en la orilla rezuma además de humedad, una calma, que en este momento yo disfruto con sumo gusto. Aunque esa ondulación perpetua, se parece, al rumor de la memoria atrapado eternamente en el oleaje.
         Un rumor, que viene a mí, para azuzarme con una multitud de oscuros mensajes que procesa a menudo mi pésimo discernimiento.
         Sin embargo, esta tarde, no quiero escuchar ese pelotón de fusilamiento que se ha instalado en mi viciada conciencia. Solo ansío respirar intensamente el oxígeno de la ribera que tanta falta me hace.
        Más que nada, respiro, tomo aliento y resucito; respiro, tomo otra vez aliento y de nuevo resucito…