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viernes, 7 de mayo de 2010

GRAN MISTERIO ES EL ROSTRO.


ABISMOS... (Continuación).

      
         Ahora, cuando por fin esta mañana pongo un pie en el primer peldaño que da al vestíbulo, miro de soslayo hacia atrás y veo que todo mi séquito ha desaparecido. Al punto, corro una cortina de humo sobre estos personajes entresacados, con habilidades de mago, de la chistera del tiempo. Se ha volatizado toda esa comitiva imaginaria, que adiestré, para que aparezca y desaparezca sólo a capricho de mi voluntad. En estos momentos, la he transformado, en un viento mecido que me libera de esa venerada pero melancólica carga.

         El vestíbulo hoy, aunque tiene el suelo pulido como el resto de la casa, parece un ruedo de arena a las cinco de la tarde. Un coso donde capear viejos y nuevos temporales, donde tragar saliva, hacerse la distraída o sentarse en el banco de la paciencia, porque la capacidad de aguante de esta plaza es colosal. ¡Oh Señor, ten misericordia!.
         Y eso mismo hago durante un rato, sentarme en el banco de la paciencia -una silla de madera con brazos- hasta que viene a almorzar mi marido. Pero, a pesar de que hace un día soleado -no olvidemos que estamos ya a finales de octubre- el fresco socava este espacio casi circular, desde el hueco de la torre hasta el recibidor de abajo, donde ahora estoy sentada. Y, es que a veces, una se estremece como si la recorriera un frío invernal.
         Si bien, es verdad, que mi vocación de siempre, es la de esperar. Esperar, sublime pero del mismo modo irritante palabra. Hacer tiempo de pie o sentada igual que un soldado al que nunca hubieran levantado la imaginaria. Ahora aguardo a una madre, ahora un padre, ahora un marido, ahora un hijo…una plaga, que tolero estoicamente desde aquellos tiempos de mi abuela. Porque además de rebonita vida, que diría un conocido mío del ciber espacio, y que yo, aparte de todo, pienso que sin duda lo es, ¡Perra vida! que me ha creado un continuo desafuero. Pura maldad. Aunque habrá a quien esto, le parezca, un asunto en exceso dramatizado. Y tal vez lo es. Porque reconozco, que cuando razono tranquilamente, me crispa ser tan resentida. Si bien, mi zozobra y mi rebeldía, muy a menudo, pasean de la mano
         Sin embargo, es innegable que mi madre estuvo eternamente en las nubes, y nunca mejor dicho, que mi padre aparecía en el umbral de la puerta una vez por año, pero como los cometas, nos iluminaba sólo unos segundos, y mis hijos, que ya perdieron su inocencia, prácticamente, se han desintegrado.
         Finalmente, mi marido, ha convertido su hogar en un hotel donde come al otro lado de la mesa y duerme al otro extremo de la cama. Nosotros dos, nos hundimos o nos reflotamos y con ese cuidadoso proceder gestionamos esta laboriosa relación en estos novísimos años. Una relación prácticamente póstuma que se alimenta, a duras penas, del recuerdo, pero que sin embargo administramos con absoluta amabilidad además de con una extrañísima pasión. Ahora ,como dos ladrones, nos robamos los besos por algunas de las esquinas de esta casa. Como si nos sobraran entre los labios, nos los quitamos de la boca, de noche bajo las estrellas y de día sentados en un banco del jardín; y a luz tenue de la sala mientras miramos el televisor y sin motivo alguno o sin aparente apetito libidinoso. Pero además reinventamos una especial manera de entregarle nuestros besos al otro como el que no quiere la cosa y, en la penumbra y la intimidad de un cine nos entregamos mutuamente la boca, cuando vamos solos a ver una película. Tal vez fue esa intimidad que da la pantalla encendida de un cine, la que hizo, que reinventáramos de nuevo la ternura. Porque en el lecho dormimos. Él con tanta firmeza, que el dormitorio le parece un lugar profundo donde va a parar su desmemoria. Y yo decanso con tanta ligereza, que mi oído se agudiza y mis ojos se detienen en el techo del dormitorio y el mundo entonces cobra un nuevo significado.