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lunes, 10 de enero de 2011

PEQUEÑOS SECRETOS.


        Donde yo vivo, una ciudad cualquiera al sur de todo. Un lugar, tal vez, que no tiene futuro aunque también es probable que todavía esté por hacer.
         La ciudad en sí misma y el extrarradio donde hoy me hallo son poderosamente hermosos. Me refiero a que hay a mi alrededor un continuo susurrar de árboles y pájaros, un considerable muro verde y montañoso y barrios viejos o nuevos de los que se heredan los jardines generación tras generación.
        Pero detrás de esa interminable sucesión de tapias, parcelas y edificios, el sol y la melancolía, están continuamente royendo la expresión de los seres humanos que aquí habitan.

         Durante la jornada, una cotidianidad sensata se incorpora al tránsito vivo de la ciudad. Sus habitantes parecen ser extremadamente hacendosos. Si bien, en las inmediaciones de esta vivienda, hasta los perros andan rezagados como si sabuesos y humanos masticáramos, diariamente, considerables dosis de adormidera. El invierno nos reserva diferentes placeres en la reclusión de las casas y se nos llega a poner catadura de idiotas, al amparo del fuego o la calefacción. Afuera, el entorno, se mantiene tercamente salpicado de un tono gris ceniza. Me desconsuelan mucho, el mal tiempo, el frío y este diluvio de mil demonios, que temporadas, no nos deja. Y pienso que si el agua fuera un bloque de mineral compacto, me entrarían ganas de estrangularlo por su parte más frágil, por ejemplo el cuello, si es que ese insufrible líquido se trasformara de pronto además de en un bloque de piedra, en una repugnante persona.

         Realmente no comprendo esta rebeldía contra las fuerzas incontrolables de la naturaleza. Soy tan majadera al levantar mis brazos en contra de esa descabellada lluvia…

         Y cuando llega la noche me imagino que en estos alrededores se vive un sinsentido tras otro, entre la retaguardia de tantas persianas bajadas. Lo supongo, sólo, por esa paridad de situaciones que unen unas vidas a otras. Y como en mi casa la incoherencia duerme o hace vigilia conmigo enriqueciéndose una temporada tras otra, lo confieso, tejo las vidas ajenas a razón de cómo se forja, habitualmente, la mía propia. Una barbaridad, puede… Pero en el fondo la mayoría de nosotros somos fotocopias los unos de los otros.
         De noche soy un mochuelo oteando intramuros. En realidad, en la ciudad la mayoría duermen mientras yo abro a este colosal espacio, mi corazón roto, mi torpeza y mis ojos azabaches. Sin embargo, ociosa entre la oscuridad, bailo un aquelarre alrededor de ese fuego que arde en mis entrañas. Y aún sin expirar esa maldita danza de la confusión, salen de sus hoyos mis antepasados con su vestimenta carcomida por la fosa y los años, y luego, danzan como locos ese mismo aquelarre conmigo. Bumba, bumba, bumba... alrededor del fuego. Entonces brota de mí, un griterío histórico transmitido por una estirpe siempre incomodada consigo misma, con los demás y con el entorno.