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jueves, 13 de mayo de 2010

LA MIRADA.


ABISMOS A MIS PIES. (Continuación)


         Tal vez porque en la cama, mi marido y yo, simplemente dormimos, recuerdo ahora el sueño de esta pasada madrugada y levemente el de la noche anterior. Los dos estaban relacionados. Y los dos están revelándome lo que este cuerpo, tan desatendido, demanda.
         Eran sueños eróticos. ¡Por Dios! casi habían desaparecido de mi memoria onírica. Pero cuando estoy dormida, en mi cabeza flotan aún, dunas de camas blandas y viscosas, y cuerpos a la deriva yaciendo sobre mí. El organismo es tan sabio, al menos, como su turbulento subconsciente. Y reclama imperioso la porción de un pastel que se le ha negado con los años.
         Y aunque es innegable que ya no soy una joven maniquí de veinte años, mí ser al completo sigue acariciando antiguos apetitos. Una avidez que de madrugada me proporciona escandalosas pesadillas y agitados sueños. Sin duda, transparencias que se esconden detrás del descanso. Visiones de lechos en desorden que hablan como si fueran campos de batalla. Hambre de falo. Hambre sobre hambre… No podría negar lo evidente. Por supuesto, la espera es ilusoria.
         Me han mutilado parte de mi naturaleza y mi inanición es tan grande, por lo menos, como la superficie del lecho donde duermo. El frío chirría sobre esa habitación y corroe de noche, igual que el óxido, mis blancas sábanas. Y cuando despierto de esas pesadillas, el sudor recorre mi cara y la desazón interrumpe entre el silencio del cuarto atacando de forma penosa mi cerebro. Sobre todo, la desesperanza cae redonda sobre mí alma como si fuera un círculo perfecto. La bestia que hay en mí, me inspira el resto de la noche. El dolor también, pues se hace punzante como si me clavaran una rueca de huso en el pecho. Pero el dolor, es la forma más delicada posible, que ha tomado el individualismo, el orgullo y sospecho que el desamor, en esta cama de matrimonio