Seguidores

jueves, 12 de agosto de 2010

MUJERES VISIONARIAS.




ABISMOS A MIS PIES...


         Pero cuando mi marido por fin abre la puerta. Cuando veo su aspecto cansado, su mirada prieta y huraño su rostro. Porque hay algo áspero y seco en su cara. Algo que no me atrevo a mirar fijamente por miedo a palpar el muro que se alza en esta clandestinidad que a duras penas, sujeta nuestro vínculo. Cuando todo, hoy en día, se ha transformado en un antiguo sueño y comprendo que amo a una sombra del pasado que se ha quedado ahora suspendida como si fuera el polvo levantado en un camino. Cuando acepto que la vida, últimamente, nos ha maltratado y que se extinguen por si solas todas aquellas cosas que nos anudaron hace años al otro. Cuando la edad ya no puede reclamar lo que en justicia era suyo. Cuando el cuerpo se nos quedó seco a la manera del rictus de mi esposo. Palpo un desasosiego indeseable en el vestíbulo. Y oigo voces morando dentro de mi cabeza que quieren salir hacia fuera y prorrumpir con su grito. Si bien rápidamente, otro miedo espantoso me hace de mordaza tapando mi avasalladora boca a punto de estallar. Una amenaza peligrosa que nos deja a los dos, con la boca abierta y la voz entrecortada. O lo que es peor, una desconfianza mutua, que nos deja sin habla.
         Y en ese vaivén de pensamientos y emociones disparatadas, noto a mi lado su presencia y también como me cae después un beso lleno de inercia sobre los labios, del mismo modo, que si se hubiera desplomado sobre mi ansioso pico, un cubito de hielo sacado del frigorífico. Algo parecido a sentir la escarcha derritiéndose en la parte más suculenta de mi boca. Y a menudo, ese lenguaje gélido y de desgana que me deja su escuálido beso, dura sólo un soplo, pero aventaja, con mucha diferencia, a la peor de las palabras. A menudo, esa escena de indolencia debería ser la tregua que precede a la tormenta. Una estación intermedia entre esta anodina vida de pareja y el auténtico desastre. Pero una se acostumbra, a vivir al borde del abismo. O aún más agotador, debajo mismo del abismo.

         No obstante, mientras se despegan de mí esos labios témpano de hielo, mis pensamientos, siguen distintos itinerarios y uno de ellos, me dice, antes de que reviente sobre la silla del vestíbulo, que mi hombre me alimenta con su presencia como un verdadero compañero de fatigas. Y que me mantengo potencialmente viva gracias a sus inestimables sentimientos amistosos. Aunque por otro lado, está claro, que a mi corazón de pájaro se le han roto las alas y que por tanto, alienta en su mente, su eterno sueño de volar. Aunque sabe muy bien, que se arroja en esos sueños, contra un muro insalvable.