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jueves, 30 de diciembre de 2010

FINAL DE AÑO.

        
         Son las tres de la madrugada y no puedo dormir. Extraños invitados anidan esta noche en casa aunque, supuestamente, todos duermen. Serpientes enroscadas en los lechos soltando el veneno de un naciente idilio. Cuerpos enredados los unos con los otros al amparo de la oscuridad. Seres vivos, que reposan entre la opacidad de una señalada noche donde sin embargo yo no veo ningún fondo ni otros signos de relieve trascendental. Si bien, a mí, en estos momentos, se me ha metido en la cabeza que esos cuerpos han sido disecados por unas horas. Aparentemente soy la única persona viva entre esas formas embalsamadas bajo las sábanas. Pero cuando me levanto de la cama y deambulo por toda la vivienda imagino que estoy muerta a pesar de mi desvelo. Soy un vigía, un centinela, un guardián nocturno, pero qué digo ¡soy una aparecida! que anudada a un hilo invisible, la hebra me lleva por toda la vivienda haciendo de imaginaria para los todos los demás. Un estambre al que seguramente estaré sujeta de por vida. En segundos, ojeo este magno espacio totalmente en penumbra y descubro, que todas las puertas de los cuartos están entreabiertas. Y cuando paso delante de esos resquicios, oigo la respiración mecánica de mis seres queridos, perdidos entre tanto, en esa nebulosa de su flamante romance y de un apacible sueño. Sin embargo, me huelo ya cierto vacío enquistándose prematuramente en unas habitaciones completamente opacas. Por eso, mientras rondo sigilosa estos pasillos, escucho acongojada el desgarro de la noche. Y mi figura alicaída vaga como un fantasma de punta a punta de la vivienda olisqueando, igual que un sabueso, a sus presas.
         De madrugada, me rodean seres con los que no puedo comunicarme pues una excluyente irrealidad -el espejismo del sueño- los ha confinado al silencio. Mortales dormidos, que de momento, tampoco pueden relacionarse entre sí. Son los míos, y al mismo tiempo no lo son. Son los otros. Trozos de carne desnuda y ausente que, mientras yo hago mi turno de guardia les calculo dibujada una mueca bobalicona, o al menos, un gesto de entrega en su cara adormilada.
        Rostros que, en noches como la de hoy, para mí tan grises como las cenizas, percibo sus sienes embarradas por algún inoportuno desenlace que ni siquiera yo conozco. No obstante, en estos momentos, su sueño parece enormemente pesado y se han abandonado, en su lecho, a una novísima esperanza.
         La vida de esas personas durmiendo a pierna suelta, si yo quisiera, esta noche, podría estar en mis manos. si bien, sería imperdonable y sobre todo monstruoso acabar con la existencia de esos infelices adormecidos. Pues el eco sobrecogedor de las víctimas me perseguiría toda la vida por estos pasillos circulares. Después, un miedo aterrador haría ondas expansivas en mi sangre. Y por último, la nada, o la presencia de la negación total de la realidad se quedarían instaladas en casa como mi único destino.


         Esos advenedizos pensamientos y otras múltiples zozobras, me impiden gozar del enigma de la oscuridad cuando estoy desvelada, pues mientras recorro los pasillos, tan licenciosa imaginación corrompe claramente mi cerebro. Esa anemia moral domina mi buen juicio de modo instintivo cuando merodeo entre el sueño ajeno o entre el mío propio. De madrugada, mi poderosa razón rodeada por una impenetrable oscuridad, un total silencio y una conciencia desquiciada por el insomnio, no tiene desenfreno y a tan altas horas, algo incomprensible me aviva un turbio discurso que no me deja mostrarme tranquila o despreocupada del universo. De noche, la creación surge ante mí, caótica, insana, lóbrega… y por supuesto transita a sus anchas por el edificio.

lunes, 13 de diciembre de 2010

NEBULOSA AL AMANECER.


         Son casi las ocho de la mañana. Están asomando en mi ventana los primeros visos del amanecer. El tiempo se levantó con lluvia. De nuevo, el día está a punto de derrumbarse porque escucho caer sobre la persiana la inercia de las gotas de agua y ese sonido flojo, semejante a puntas de alfiler.

         Llevo despierta una hora, un momento, un instante, no lo sé, porque no soy plenamente consciente de ese intervalo que a mí me ha parecido una eternidad o por el contrario, un relámpago. Por mi cara ahora está a punto de rodar el llanto o la nostalgia, como si ambos estados de ánimo fuesen, el canto rodado de un peñasco gris al derribarse sobre mi rostro de mujer. El amanecer es solitario, lánguido y casi sombrío, como el día tan lluvioso de ayer o de antes de ayer. Es decir, estoy abstraída y sola, invariablemente sola, y está claro que esta mañana llueve sobre mojado. Sola pues y pensativa, pero en mi cabeza, en mi cuerpo y en mi cama hay señales de que alguien ha dormido a mi lado, sin embargo, es innegable que ya no está. No obstante, en las sabanas se atraviesa el dolor de ese abandono y un olor agridulce tan imponente, que me hace zozobrar bajo la ropa de cama. No sé si esta madrugada, extrañamente, tuve algún delirio o si esa inusual aparición de un cuerpo ágil a mi lado fue algo real, pero un ser prodigioso a la vez que cruel, anoche, yació conmigo. Un ser, que antes del amanecer se dio a la fuga pero que me dejó un rastro parecido al de una estela detenida a ras del lecho. Si bien, su visión, fue un lapso insuficiente en el espacio tan vacío de esta habitación. Un ser de ojos brillantes y sesgados, dedos de artista y una naturaleza tan feroz como seductora. Un ser que tenía un complexión volátil, que iba y venía por encima de mi superficie y la del lecho, rápido como un torbellino de luz. Un ser confuso para mi ardor pero muy dinámico, pues rebasaba mi morfología rompiendo milagrosamente mi incansable tedio. Un ser que anudado a mi piel, surcaba mi figura como una oleada de masa maleable y reluciente, similar al embate del oleaje cuando llega a las costas. Navegaba sinuoso y bebiendo entre los muchos rincones de esta carne ávida de pasión y cortejo. Un potro que alborotó mi lánguida noche de sueños absurdos, donde me vi completamente aislada aparte de verme yerma el alma. Ese alma, que en ocasiones, se crece desmesuradamente entre la soledad arruinando mi reposo. Porque, cuando la noche se desploma, a menudo, me atosiga el vértigo. Pero anoche alguien vino a mí con su hábil sonrisa, y me causó aturdimiento y devoción, al mismo ritmo, que me aplicaba sus movimientos de éxtasis y de suspensión en el aire, en el exiguo espacio de la cama. Un ser, al fin al cabo, que me hizo olvidar el abandono en el que acontecen mis extensas madrugadas.

         Pero despierta, he visto otra vez el desierto bajo las sábanas, así que intenté razonar si todo no habría sido, por ventura, el sueño divino de una mente que se expresa más rápida que este ansioso cuerpo. Un cuerpo lleno de recovecos. Recodos voluptuosos, que de un día para otro, se volvieron insondables. Un sueño hendido entre las grietas que atraviesan mi frente bajo cuya superficie, se alternan a menudo, un mar que duerme o por el contrario un mar embravecido.


Pon tu frente sobre mi frente y tu mano,
en mi mano
Y hazme los juramentos que romperás mañana.
Y lloremos hasta que amanezca,
mi pequeña fogosa.
                                                  Paul Verlaine.

jueves, 2 de diciembre de 2010

NOCTURNO.

Cuando fluya la noche
todos los días se me juntarán en la boca
y grandes nombres
revolotearan sobre mis labios
igual que esos pájaros de papel
hechos puramente de memoria
y de recortes del corazón.

Cuando vuelva luego la noche
y vuelva además el tiempo adormecido,
sin duda, yo buscaré refugio
en el templo de mis antiguos sueños.

Para entonces  
la esperanza vendrá ya derrotada
y las temores del mundo
se me harán realmente posibles
en el cosmos ruinoso de algunas pesadillas.

¡Agrio amor!
donde naufragó mi alma
y más tarde se ahogó mi nombre,
sin aprender el sano oficio de la natación.