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viernes, 22 de enero de 2010

MUJER A LA DERIVA




¿SUEÑO O PESADILLA?


          La noche anterior tuve un sueño, y no hay duda, era extraño y más que extraño sofocante. El escenario era lóbrego, gris, negro… y todo eso, a pesar, de que el material del sueño transcurría en mitad del océano o al menos a mar abierto, pero en realidad bajo un cielo de plomo.
          El mar aparecía bravío y la atmósfera, como la de algunos sueños, parecía irreal y escurridiza, y el oleaje azotaba el barco en el que yo viajaba, como si hubiera sido una frágil cáscara de nuez.
          Presentía, que la muerte circundaba la corpulencia del navío. El viento tempestuoso, me sacudía la tez de la cara y resonaba, idéntico, al aullido de un lobo. Las aves marinas revoloteaban zarandeadas por el aire del mar, pero a veces se quedaban suspendidas esperando saltar sobre alguna presa entre la cresta que levantaban las numerosas las olas. La apariencia de las demás personas que viajaban conmigo, era amorfa o imperfecta y por supuesto, tan irreconocible, que semejaban esas masas informes de las películas de miedo, moviéndose, igual que espectros ligeros sobre la cubierta del barco -manchas impalpables y casi transparentes- que se esfumaban del ángulo de mi vista, a la primera intención de mirar atentamente aquellos movimientos en grupo de lo que parecían figuras humanas.
          El viaje adelantaba a duras penas, porque desde el fondo del mar surgía el movimiento de las olas, y el ir y venir de la marea, dejaba ver, cuando las aguas se retrepaban hacia dentro, grandes rocas por las que se deslizaba por inercia y hacia abajo, la espuma del oleaje y luego, entre esas rocas, avanzaba la nave en medio de un pasillo estrecho abierto entre los gigantescos promontorios pero, como si la barriga del barco hubiera adelgazado al tamaño de una lámina de acero, sorteaba el peligro y atravesaba una línea recta de agua, derecha, derecha, hacia su meta. Todo aparentaba en el barco, que aquel cuerpo imponente de madera, iba a encallar y hacerse cientos de pedazos entre un mar abrupto, del que sería imposible salir a aguas más profundas y tranquilas, y teñidas de aquel hermoso azur del mar de mi adolescencia.
          Sin embargo, el barco, siguió su marcha mecánica impulsado seguramente por una fuerza antigua más poderosa que la tempestad marina, gestada, entre la soledad de un sueño que parecía vívido, y no una asfixiante pesadilla.
           Al despertar, la mañana me trajo el júbilo en su pico, como si tal contento hubiera sido la presa de una de aquellas aves marinas, enfocadas por mí, durante el transcurso de esa alucinación. A continuación, las primeras luces del día, me sacaron de aquella atmósfera de ruinas que aparecía en el sueño, llevándome de la mano hasta el exterior de la casa y recorriendo abstraída el extenso muro que forman los cipreses, hasta acomodarme feliz y como un guante, en el lugar más recóndito del jardín.