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martes, 26 de enero de 2010

JOVEN CON SOMBRERO



ABISMOS A MIS PIES (Continuación)

 
         Mi hija es ocho años menor que su hermano. Sin embargo, entre ellos dos existe bastante filling. Su empatía es mutua y persiste desde que eran críos. Los dos hermanos han hablado y cuando ella vuelva para la Navidad a casa, su hermano mayor viajará a Roma con Doris y pasarán, juntos y solos, unos días en su apartamento. Entre ellos han encontrado la fórmula perfecta para encajar cada cual en su sitio durante las fiestas. Mis hijos entretejen sus hilos como si fueran grandes ideales que tubieran de conectarse entre sí. Nunca hablan de sus intimidades, pero esos hilos finísimos son como lengüetas estiradas y pegajosas que sujetaran por las puntas su excelente relación.
         Y mientras pienso en ese pormenor, intercambio miradas retadoras con una muñeca Barbie de ojos azules, labios sonrosados y sonrisa permanente. Una muñeca que permanece estática como un mueble, sobre una estantería del cuarto. 
         En la pared de la derecha hay colocados, dos repisas con sus libros, cada una de un metro de largo.Y por instinto paso el dedo indice de la mano derecha por el lomo de todos los libros en dirección a la mesita de noche. Algo así como si tocara la escala musical de forma rápida en las teclas de un piano. Los libros no suenan a música (o sí) pero su tacto es ligero y su olor a papel me petrifica junto a las estanterias como si hubiera olido a rosas. Son como pétalos de  flores. Huelen bien y están llenos de matices.
         Por este orden, en la primera estantería y de una punta a otra, hay cinco libros de Stephen king, dos de Michael Ende, Momo y La Historia Interminable, toda la serie de Harry Potterr y por último tiene ordenados junto a los anteriores la serie de Crepúsculo.  

         En la siguiente estantería, están colocados El Bosque de Los Pigmeos, El Reino del Dragón de Oro y La Ciudad de las Bestias de Isabel Allende, y después de ese tocho exagerado de libros hay pegado a ellos, La Casa de los Espíritus, en una edición de bolsillo. Y por último se han quedado, al final de ea segunda estantería, como relagados al olvido, los relatos que leía en su infancia de Disney, algo de la colección del Barco de Vapor, y algunos de Espasa Juvenil. En realidad sus aficiones literarias hablan por ella. Y supongo que esconde su clarísima timidez detrás de tanta fantasía libresca. 
          Todo en el cuarto está super ordenado. Mi hija es casi adicta al orden. 
          Una tarde, esta última primavera, subido, como si nada, al lomo superior del libro de la Cenicienta de Disney, atrapé por el rabillo enrocado un diminuto ratón, con unas pinzas de cirujano. 
         No sabría decir de dónde saqué la habilidad aquella tarde para atraparlo. Ni se sabe. Pero a veces soy de una frialdad pasmosa. Es cierto.
         Tres días llevábamos mi hija y yo detrás de ese bicho astuto. 
         El ratón había roído con sus dientes dos velas azules que decoran la mesita de noche que está situada al lado derecho de su cama y bajo las estanterías de sus libros. Cuando mi hija dormía escuchaba cierto alboroto de patas y dientes entre la duermevela del sueño. Según me contaba por la mañana. El roedor paseaba entre los objetos depositados en la mesita y trituraba la cera de las velas celestes. Por la mañana el ratón desaparecía detrás de la mesita, aunque nosotras no lo adivinamos hasta dos días más tarde.
         La tercera mañana retiramos de la pared la mesita y lo vimos balanceándose en el cable de electricidad de la lamparita del mueble. Nos miraba desafiante. Se había mimetizado con la decoración del cuarto y era difícil distinguirlo sin prestar atención a los detalles. Desde luego nunca antes había visto ni imaginado una escena tan singular en casa. Disparamos tres fotografías y una de ellas fue a parar al Tuenti. Aquella en la que dejaba ver su cara de astucia y sus ojos redondos y brillantes. Durante unos días recibimos numerosas respuestas de los usuarios de esa red social, principalmente de las amistades de mi hija, para que le salváramos la vida. Le pusieron de nombre Gus. Estaban de acuerdo con mi hija, que desde el primer momento quiso salvarle la piel, ya que en el fondo, sintió una gran atracción por ese roedor que sin duda se había extraviado por las dependencias de la casa pero, además de conmoverse por el bicho, sintió una innegable repugnancia cuando lo teníamos sujeto con las pinzas.
         Decidimos atraparlo antes de darle un buen zarpazo, y sin más, quitárnoslo de en medio. Lo hubiéramos inmolado en la Red y habría pasado a ser un héroe muerto a manos de unas traidoras. Sin embargo, no hubo modo alguno de apresarlo aquella mañana en el cable eléctrico. Por la tarde, lo atrapé yo, con esas enormes pinzas de cirujano (no recuerdo cómo llegaron a mi casa) mientras permanecía subido en el estante de los libros. Aproveché que estaba desprevenido y de espaldas a mí, y lo agarré del rabo enroscado con aquella herramienta. Me miró retador mientras estaba sujeto en el aire, pero le perdoné la vida. Y fue a parar, a una bolsa de plástico y de allí, dio con su esqueleto, en las fincas vacías que existen alrededor de la vivienda.
         Que cómo trepó a casa ese roedor, será siempre una incógnita. Pero imagino que utilizó el tronco y las ramas del álamo que dan al baño y a la terraza para ascender a la segunda planta y todo lo demás fue por cuenta absolutamente suya. Es decir, entró totalmente de incognito e igualito que un ladrón muy experimentado.
         Y cómo escaló de la mesita de noche al estante de los libros, supongo también que a través de la larga cabellera negra de la Barbie Sirenita (señera reliquia, que ha quedado suspendida en las estanterías, como única muestra de ese paso de la infancia por mi hija) que cae como una interminable cascada desde los libros de Disney de la estantería, hasta la lámpara de la mesita de noche. Sin embargo, el sigiloso roedor, fue dejando un rastro de excrementos desde la terraza al baño y luego en el cuarto de mi hija. Y esas excreciones nos dieron la pista, de que un probable roedor, andaba suelto por la casa y totalmente a sus anchas.         
         Pero de aquella anécdota tan divertida han pasado varios meses, y al entrar hoy en el dormitorio de mi hija, ha crujido la madera del cuarto. En el silencio siento, que se amplifica ese sonido. Y la verdad es que me impresiono, como si hubiera relámpagos estallando en su interior vacío y enrarecido.
         Ya no hay ningún ratón, ni tampoco está mi hija, y en dos meses, el cuarto ha adquirido el aspecto de un lugar sin rostro que recorre el habitáculo de un extremo a otro como una sombra mecida por un soplo de aire. Pero sin embargo en este momento tengo la sensación de estar tratando de aferrarme a la nada, o algo invisible.