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lunes, 31 de mayo de 2010

ROSAS.



LA MUJER DEL ESPEJO.

Está pasando.
La edad, la está dejando hipnotizada.
Pero, mientras regresa,
abre aquella mirada infantil
de grandes ojos castaños.

La cara de esa mujer está perpleja.
Sus ojos son preguntas.
Sus labios, fronteras.
Líneas divisorias,
que ahora mismo no se pueden traspasar.

Algo serio.
Algo inmaterial
está atravesando su hechizado rostro,
tan ajeno a ella,
que en estos momentos,
el silencio se le desmenuza en oscuras señales.
Hoy, tal confusión, es tacto,
y por muy poco, no lo puede tocar.

lunes, 24 de mayo de 2010

ABISMOS A......


         Durante un buen rato, mientras olvido esas pesadillas de las noches pasadas y mientras espero a mi marido para almorzar, sentada en este sillón con brazos de madera, me muevo sólo con los ojos como si fuera el foco de mi cámara.
         Mi vestíbulo tiene ocho paredes dividas una a una por las columnas redondas que unen las caras planas de los tabiques. Salvo en dos de esas paredes, que están decoradas con un reducido mobiliario –una en la que estoy sentada- en los demás muros hay puertas para entrar a la sala, a mi dormitorio, a la cocina y al baño. El tabique que hay frente a mí, ese, no tiene puerta, pero está arreglado con una cómoda antigua y un cuadro abstracto y casi ininteligible, colgado encima del mueble. La pintura simboliza una planta de calas sumergida en un fondo de agua, en cuya superficie transparente, se reflejan los esbozos de unas hojas verdes y las flores blancas de las calas.
         Una particularidad que me hace imaginar, de repente, que si todas estas paredes planas se transformasen en espejos ligeramente cóncavos como las cucharas, yo, me vería reflejada boca abajo. Proyectada, deformada y multiplicada ocho veces. Y si esa multiplicación de mi misma además se hiciera infinita en cada cara de espejo cóncavo pegado en la pared, puede que diera como resultado las incalculables apariencias que podría tener mi persona.

         Fisonomías sorprendentes, que ni siquiera yo me las conozco bien. Por ejemplo, ¿Qué pasaría si alguno de esos reflejos míos mostrara claramente mi pasión ciega, casi obsesiva, por huir de casa?. Aunque por orto lado, ni se sabe adónde. Esa escaramuza -ese pulso que mantengo con la huida, desde la mismísima infancia, y cuyo extraño poder alimenta una carrera disparatada con el personaje multiplicado de esos espejos- haría que todas las imágenes homogéneas del las lunas de los cristales, chocaran entre si como si toparan con algo opuesto a su naturaleza más visible o más obvia. Segundos después, aquí sentada en mi silla, palidecería de rabia al ser desenmascarada mi perturbadora realidad mental. Una chocante vida que aviva una supuesta y constante fuga. Una evasión solamente especulativa que no tiene más sentido que el accidental y que se diluye rápidamente, cuando abro los ojos a la realidad y veo que tengo una vida fácil en mi propia casa. Si bien, una vida de retiro.
        Mi otro proceder, ese que yo he creado de la nada en las paredes de este vestíbulo octogonal, se ha detenido de forma desproporcionada entre tantos espejos imaginarios. Mi figura y mi universo se han invertido en ese sibilino interior y se han puesto a trabajar, solitos, y me lo han colocado, todo, boca abajo.



miércoles, 19 de mayo de 2010

MÉTAFORA DE UN DESTINO.


CALLEJÓN NOCTURNO.

Algunas tardes
los ocasos deberían estar prohibidos.
Pues esa línea rojiza en el cielo
es un poema inconcluso
que regresa la luminiscencia del sol
al vientre opaco de la noche.
Todo comienza como un ensayo de despedida
que ciega, por poco,
mi confianza en este maravilloso mundo.


Luego,ante mis ojos, 
asoma la desaparición de esa enorme hondonada
El estupor le precede.
Después, la incertidumbre me traga
y la debilidad me corroe,
entre la confusa garganta de la noche.
Finalmente,
esta materia mía, pierde toda consistencia.

lunes, 17 de mayo de 2010

JARDÍN Y CIELO (Lo que tú quieras imaginar lleno de color).



ABISM... (Continuación).


         Pero a lo que iba, cuando llega la noche, en sueños, me atosiga la necesidad.
         Y anoche, veía, entre laberintos de calles sinuosas y fachadas antiguas, que me perseguía un viejo amigo por el casco histórico de la capital. Yo llevaba un vestido verde manzana muy vaporoso que se reflejaba en las lunas de los escaparates de las tiendas. El color esperanza de mi atuendo, se diluía como la mancha desenfocada en una de mis fotografías o como una pintura acuosa, derramada, en la superficie lisa del cristal del comercio. Yo había cambiado de semblanza y era otra vez joven y hermosa. Un codiciado disfraz que hacía de anzuelo para quién corría detrás de mí.
         El sueño acontecía en una nebulosa extraña de calles vacías y saltos míos, a cámara lenta, en el espacio silencioso de las calles. Aquella zona histórica estaba vacía de seres humanos. Solamente un comercio de antiguallas mantenía su puerta abierta. Todo lo que allí se vendía, eran miniaturas de madera, de vidrio o de metal. Intenté robar una campana de bronce del tamaño de un dedal, pero alguien entró de repente al negocio y desistí de mi idea. Según un novísimo amigo mío, estrictamente virtual, soy una ladrona de rostros, cuando acarreo mi cámara conmigo. Anoche, en sueños que parecían desvaríos, pretendía llevarme otras cosas. Pero, cuando salí de nuevo al exterior de la tienda, mi perseguidor, había desaparecido y yo estaba otra vez a solas. Ahora me perseguía una sombra tirada por el suelo y enganchada a mis pies. La mía. Me veía a solas y con mi suerte a cuestas. Sin embargo, mi preciosa cara se reflejaba todavía en los escaparates, mis labios carmín de un rojo vivo, resplandecían, entre los vidrios. Aquel cuerpo y aquella cara eran mi doble perfecta. Y mis labios carmesí un ardid que jugaba con los espejos de la calle esperando que cayera mi presa. Seducir al perseguidor estaba anoche en mi naturaleza. Y las esquinas de las calles eran el mejor sitio para embelesar al enemigo. El resto de ese cuerpo núbil, que ya no parecía el mío, estaba prácticamente desenfocado.
         Al despertarme, pensé, qué rabia, cuánto entregué al vacío por el camino.
         La noche anterior a la pasada y casi de amanecida, soñé igualmente, que dos hombres me poseían de forma alterna, uno joven y macizo que me magreaba pero que luego se diluyó entre la nada sin acabar su impetuosa faena. Otro hombre anciano, muy anciano, yo diría casi repulsivo, consiguió su propósito y se derramaba dentro y fuera de mí. Confieso que me sentí asquerosa porque una tremenda suciedad me inundaba el cuerpo desnudo. Una odia decir esto, cuando la penuria abunda hasta en sueños, pero admito también, que aquello, más que echar un polvo, fue inundarme de una pesadilla con olor a repugnante pócima. Hubiera querido degollar con la lengua aquel inmundo viejo que goteaba su semilla sobre mi preciada tierra. Mi deseo se transformó en engaño y en el sueño temblé como las hojas. Y al despertarme, repentinamente, los objetos del cuarto: los armarios, la cómoda, la cama…hicieron un insólito ruido que me hizo anticipar mi muerte. Pensé, angustiada, que se movía una lúgubre premonición entre las sombras del cuarto.



jueves, 13 de mayo de 2010

LA MIRADA.


ABISMOS A MIS PIES. (Continuación)


         Tal vez porque en la cama, mi marido y yo, simplemente dormimos, recuerdo ahora el sueño de esta pasada madrugada y levemente el de la noche anterior. Los dos estaban relacionados. Y los dos están revelándome lo que este cuerpo, tan desatendido, demanda.
         Eran sueños eróticos. ¡Por Dios! casi habían desaparecido de mi memoria onírica. Pero cuando estoy dormida, en mi cabeza flotan aún, dunas de camas blandas y viscosas, y cuerpos a la deriva yaciendo sobre mí. El organismo es tan sabio, al menos, como su turbulento subconsciente. Y reclama imperioso la porción de un pastel que se le ha negado con los años.
         Y aunque es innegable que ya no soy una joven maniquí de veinte años, mí ser al completo sigue acariciando antiguos apetitos. Una avidez que de madrugada me proporciona escandalosas pesadillas y agitados sueños. Sin duda, transparencias que se esconden detrás del descanso. Visiones de lechos en desorden que hablan como si fueran campos de batalla. Hambre de falo. Hambre sobre hambre… No podría negar lo evidente. Por supuesto, la espera es ilusoria.
         Me han mutilado parte de mi naturaleza y mi inanición es tan grande, por lo menos, como la superficie del lecho donde duermo. El frío chirría sobre esa habitación y corroe de noche, igual que el óxido, mis blancas sábanas. Y cuando despierto de esas pesadillas, el sudor recorre mi cara y la desazón interrumpe entre el silencio del cuarto atacando de forma penosa mi cerebro. Sobre todo, la desesperanza cae redonda sobre mí alma como si fuera un círculo perfecto. La bestia que hay en mí, me inspira el resto de la noche. El dolor también, pues se hace punzante como si me clavaran una rueca de huso en el pecho. Pero el dolor, es la forma más delicada posible, que ha tomado el individualismo, el orgullo y sospecho que el desamor, en esta cama de matrimonio

lunes, 10 de mayo de 2010

IRRESISTIBLES, LAS ROSAS.




RENDICIÓN.

Este jardín tan solitario
y sin savia.
Estas galerías de árboles
¡sin alma!
y devorándome este absurdo sobrepeso.
Pero hoy, estos ojos contemplan el cielo,
la luz, y los motivos del mundo
que me retienen aquí
indefinidamente
aunque por engañosa causa.
Hoy, se abrió un boquete
en el tronco de un árbol
y se desgajó una astilla
y mi corazón, delicado, cedió
antes de romperse. 

viernes, 7 de mayo de 2010

GRAN MISTERIO ES EL ROSTRO.


ABISMOS... (Continuación).

      
         Ahora, cuando por fin esta mañana pongo un pie en el primer peldaño que da al vestíbulo, miro de soslayo hacia atrás y veo que todo mi séquito ha desaparecido. Al punto, corro una cortina de humo sobre estos personajes entresacados, con habilidades de mago, de la chistera del tiempo. Se ha volatizado toda esa comitiva imaginaria, que adiestré, para que aparezca y desaparezca sólo a capricho de mi voluntad. En estos momentos, la he transformado, en un viento mecido que me libera de esa venerada pero melancólica carga.

         El vestíbulo hoy, aunque tiene el suelo pulido como el resto de la casa, parece un ruedo de arena a las cinco de la tarde. Un coso donde capear viejos y nuevos temporales, donde tragar saliva, hacerse la distraída o sentarse en el banco de la paciencia, porque la capacidad de aguante de esta plaza es colosal. ¡Oh Señor, ten misericordia!.
         Y eso mismo hago durante un rato, sentarme en el banco de la paciencia -una silla de madera con brazos- hasta que viene a almorzar mi marido. Pero, a pesar de que hace un día soleado -no olvidemos que estamos ya a finales de octubre- el fresco socava este espacio casi circular, desde el hueco de la torre hasta el recibidor de abajo, donde ahora estoy sentada. Y, es que a veces, una se estremece como si la recorriera un frío invernal.
         Si bien, es verdad, que mi vocación de siempre, es la de esperar. Esperar, sublime pero del mismo modo irritante palabra. Hacer tiempo de pie o sentada igual que un soldado al que nunca hubieran levantado la imaginaria. Ahora aguardo a una madre, ahora un padre, ahora un marido, ahora un hijo…una plaga, que tolero estoicamente desde aquellos tiempos de mi abuela. Porque además de rebonita vida, que diría un conocido mío del ciber espacio, y que yo, aparte de todo, pienso que sin duda lo es, ¡Perra vida! que me ha creado un continuo desafuero. Pura maldad. Aunque habrá a quien esto, le parezca, un asunto en exceso dramatizado. Y tal vez lo es. Porque reconozco, que cuando razono tranquilamente, me crispa ser tan resentida. Si bien, mi zozobra y mi rebeldía, muy a menudo, pasean de la mano
         Sin embargo, es innegable que mi madre estuvo eternamente en las nubes, y nunca mejor dicho, que mi padre aparecía en el umbral de la puerta una vez por año, pero como los cometas, nos iluminaba sólo unos segundos, y mis hijos, que ya perdieron su inocencia, prácticamente, se han desintegrado.
         Finalmente, mi marido, ha convertido su hogar en un hotel donde come al otro lado de la mesa y duerme al otro extremo de la cama. Nosotros dos, nos hundimos o nos reflotamos y con ese cuidadoso proceder gestionamos esta laboriosa relación en estos novísimos años. Una relación prácticamente póstuma que se alimenta, a duras penas, del recuerdo, pero que sin embargo administramos con absoluta amabilidad además de con una extrañísima pasión. Ahora ,como dos ladrones, nos robamos los besos por algunas de las esquinas de esta casa. Como si nos sobraran entre los labios, nos los quitamos de la boca, de noche bajo las estrellas y de día sentados en un banco del jardín; y a luz tenue de la sala mientras miramos el televisor y sin motivo alguno o sin aparente apetito libidinoso. Pero además reinventamos una especial manera de entregarle nuestros besos al otro como el que no quiere la cosa y, en la penumbra y la intimidad de un cine nos entregamos mutuamente la boca, cuando vamos solos a ver una película. Tal vez fue esa intimidad que da la pantalla encendida de un cine, la que hizo, que reinventáramos de nuevo la ternura. Porque en el lecho dormimos. Él con tanta firmeza, que el dormitorio le parece un lugar profundo donde va a parar su desmemoria. Y yo decanso con tanta ligereza, que mi oído se agudiza y mis ojos se detienen en el techo del dormitorio y el mundo entonces cobra un nuevo significado.



martes, 4 de mayo de 2010

ARCO IRIS.


ABISMOS A MIS PIES.(Continuación)


         Cuando era una niña imaginaba a mi madre abriendo un hueco entre la espesura de las nubes y sosteniendo boca arriba con sus tensos hilos mi pequeño mundo de fantasía y cerrazón. Ahora que soy algo mayor, la contemplo, en noches de luna, subida a horcajadas sobre ese astro y entre sus dedos, como si esas tramas fueran de arena, se cuelan hacia abajo los hilos que sujetan este cuerpo de de harina.
         Allí arriba, mi madre, se aparece, como la directora de un teatro de guiñol moviendo con mucho talento este polichinela de trapo que ella mantiene a todas horas, erguido y en constante acción para que nunca se derrumbe.

         En realidad siempre me he imaginado parida por algún astro y como si nunca hubiera tenido padres conocidos, de ausentes, que mis dos progenitores, resultaron ser. Sí, posiblemente, fui parida por la luna y eso en mí, siempre resultó ser un motivo de impacto. Dicho así -Hija de la luna- ahora de mayor, aparenta, que crecí en un mundo de purísimo éxtasis. Aunque, nada más insólito que tal arrobamiento, que en nada se pareció a mi niñez.
        
         Sin embargo, muy a pesar de aquel empeño de mi progenitora de mantenerme todo el tiempo en pie, pienso yo, han convivido en mí, desde época inmemorial, un “pesimismo recalcitrante” y una vitalidad inusual qué no sé, ni tan siquiera, cómo esos dos estados de ánimo, tan opuestos, se casaron sin pelear. Pero, sea cual fuere la explicación a esa convivencia emocional, tan dispar, en la misma persona; es verdad que ese doble carácter, diariamente me hace andar con pies de plomo hacia delante. Aunque, no hay duda, ¡Que grande fue ese dulce y complaciente poder de mi invisible madre, y cuán necesaria, su intangible ayuda!.
         Qué fea habría sido la muerte si no hubiera palpado aquel rostro cuando me escondía bajo una mesa, malograda en mi mundo de turbaciones y hecha un apretujado ovillo. Pero, además, sin ningún cabo a mi alcance para tirar de la madeja.