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viernes, 3 de junio de 2011

FRAGMENTOS

         En un sueño trasformé a mi corpulento padre en una escarpada roca. Y desde aquellas oquedades hendidas sobre la piedra, un águila, asomaba su colosal pico y después levantaba vuelo lanzándose en círculos sobre la maleza. Mientras volaba, me sujetaba entre sus poderosas garras y yo observaba la naturaleza igual que si hubiera sido el corazón palpitante de la tierra. Una creación inmensa y tan infinita como un océano. Agua sobre agua. Rumor que crea y destruye y luego retorna a la roca al compás de la sacudida del viento. Sonido que creció cuando el pájaro desplegaba sus alas y se lanzaba con heroicidad sobre el alma del planeta.   

         En el mismo sueño a mi madre la fui moldeando íntegramente a mi gusto en tacto y suavidad. De aquel barro le saque sus delicadas manos y unos suaves labios, por donde luego se escurría la ternura de su boca. Devoción que en seguida fue rodando de su rostro al mío. Entre sus brazos, yo me había trasformado en una luna redonda llena de ojos, nariz y boca. Una luna resplandeciente que buscaba con avidez aquel cuerpo donde calmar su tristeza de niña, su sed de vaso y sus ansias de memoria.

         El sueño transcurrió de hora en hora. Y quimera tras quimera, yo construía con un lenguaje utópico vacío de vocablos, un mundo de fantasía elevándose sobre los tejados del barrio. Puesto que todo lo que yo amé o lo que hoy amo, se disfrazaba en el sueño de aves migratorias, que iban y venían, a mi caprichoso antojo. Mis hijos se volvieron blancas palomas. Mensajeros de un futuro lleno de zozobra y pródigas incógnitas, y para los que yo imploré desde esa invención noctámbula, un hermoso canto de sirena. Pero mientras los acunaba con dulces y pueriles canciones de infancia, su inocencia, me fue quedando muy lejana.

         Y cuando aquel sueño llegó al albor del amanecer, el amor se desvanecía bajo unas sábanas tan límpidas como hurañas. Porque las llamas de mi enamorado se hicieron mudas cuando el lenguaje del cortejo amoroso, esa noche, se guareció entre el miedo y silencio de la madrugada. Durante ese preludio que antecede al despertar, por fin comprendí, que todo lo que ardía en el sueño era mi dudoso destino.

         ¡Mariposas negras, manos crispadas y música ancestral! salieron de mi cuerpo, al sacudirme de aquel espejismo nocturno.