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martes, 29 de junio de 2010

ABISMOS A MIS PIES (Conti....)


         A media noche, la luz artificial de los neones de la calle se cuela igual que un tenebroso intruso por los vidrios de la escalera y por los ojos de pez de la cúpula. Y esa luz, deja repartidos sus brillos espectrales sobre este espacio medio vacío. Esa trama de destellos, al mismo tiempo que abastece al ambiente de una clara intimidad, le crea además una anormalidad que se traduce después en mi cabeza en sugestión y, lentamente, en sobresalto. Y a esas inhóspitas horas de sombras y de confusión, los chispazos zanganeando por las calles solitarias y metiéndose a través de los cristales en mi loca imaginación, hacen, que se me erice el vello de las extremidades y del rostro.
         En la calzada, hay un faro medio estropeado y parpadea fogonazos sobre la casa. Su pestañeo es muy desagradable, sin embargo, me gusta imaginar que alguien inmaterial, un espectro de esos de los míos, me está mandando mensajes de humo y cuya principal misión es dotarme de renovada energía, a través, de esa fugaz gesticulación que descarga sobre el vestíbulo el foco abollado de la vía. Algo así, como si fueran mensajes de confianza enviados, por los míos, en el lenguaje del sistema Morse telegráfico.
         En alguna ocasión una corriente de aire ha traqueteado las puertas en la penumbra de la madrugada y, no he esperado ni al segundo movimiento ni al crujir de las maderas para saltar, en sólo dos pasos, de la sentada del vestíbulo a meterme rauda en la cama. Después me quedo petrificada bajo las sábanas, como si fuera otra vez aquella niña pequeña que sucumbió bajo la tiranía de las pesadillas, cuando desfilaban por mis sueños un sin fin de monstruos, en los años siguientes al fallecimiento de mi madre.
         Mi marido duerme al otro lado de la puerta del dormitorio. Con él no va mi mundo de claros y sombras. Sigue en su limbo de toda la vida, donde se hacinan dormidos los seres candorosos que gozan de una paz envidiable y de un alma hecha a prueba de bombas. Un témpano de hielo es su cerebro, cuando se trata de dormir además de otras cosas.
         Como otras noches de machacón insomnio dejo una ligera abertura de un dedo en la puerta del dormitorio. Escucho continuamente su respiración acompasada o por el contrario, sus rugidos de león selvático, cuando mi hombre ronca. Esos malditos ronquidos tienen gran parte de culpa de que yo no duerma a mis anchas. Poco a poco me volví delicada y nerviosa. Pero esos modales de oso, que tiene mi cónyuge cuando duerme a pierna suelta, han condenado un sin número de mis madrugadas, a un prolongado deambular por el vestíbulo o a una sentada a media noche en cualquier lugar de la casa. Paso frío. Medito. Me hago pedazos el cerebro y cuando acabo, mi vida se convulsiona como si un gran temblor de tierra moviera de madrugada las entrañas de esta vivienda.