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lunes, 21 de marzo de 2011

FIN DE SEMANA RURAL.


         A cien kilómetros de la ciudad, hoy, no tengo excusa alguna para sentirme desafortunada.
         El día es espléndido y los rayos de sol se erigen poderosos, y como la mejor predisposición posible para ser dichosa sin más.

         Estoy en la aldea donde nací. La luz que irradia ese astro irrumpe, dentro de esta casa heredada de mis antepasados, por todas sus oquedades de idéntico modo que un raudal de luminosidad. Delante del gran ventanal, se contempla el paisaje lejano de la sierra de Gador con su cresta todavía nevada y, de entre esos altozanos, emerge un asomo de neblina que hace de esas lomas un horizonte, fabuloso, insólito, irreal… Fotográficamente hablando, lo que yo calificaría como un fondo medianamente desenfocado. Pues bien, detrás de esos alcores, imagino ahora, ese mar azur que dejé en plena tempestad hace apenas una semana.
         A espaldas de mi antigua casa, se posiciona la cara sur de Sierra Nevada, con esas lomas escarpadas que arruinarían el calzado de cualquier senderista y una cúspide, tan densa y tan blanca, que la nieve centellea tanto como el fulgor del sol y como si estuviera chispeante o viva.

         Yo viví en esta aldea en tiempos miserables. Nací, de padres muy honestos aunque pobres de solemnidad. Y recuerdo mi infancia como algo plenamente campestre y muy localista donde, llegar a una población cercana a ésta, era una autentica aventura y viajar a la capital, algo así, como dar la vuelta completa al orbe y reavivar plenamente la fantasía de una criatura de corta edad marcada entonces por la tragedia, nada más emprender la edad escolar.

         Hoy sentada en esta sala tras el cristal, aquel periodo de desamparo, se ha vuelto oscura añoranza. Pero sobre todo, esa misma nostalgia que me llevó media vida entenderla, se fue recubriendo de un inseparable rechazo, a un pasado, en el que ahora preferiría no pensar porque a continuación, se me acomoda adentro un enorme abandono del alma.

         Sin embargo, hoy mismo, se vislumbra ante mi atónita mirada, un panorama bastante lozano nacido solo para gozar plenamente del sol, de las hermosas vistas de esas cumbres desnudas o nevadas y de este esplendoroso día.