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martes, 27 de abril de 2010

ABISMOS A MIS PIES. (Continuación)


         Los muros interiores de mi casa son mudos, o al menos, algo inexpresivos de la mañana a la noche. Los cuartos respiran un vacío opaco y dentro habita principalmente la penumbra. En los pasillos, los rayos del sol que entran por los vidrios no hablan, pero su acento de sombras y brillos evocadores, da luz, a mi vida solitaria.
         Aunque a veces aparecen monstruos sutiles o también peliagudos entre la soledad de las mañanas. Monstruos vitales que hacen que cambie y tiemble, de pronto, mi mundo de irrevocables ausencias.

         Sin embargo, esta larguísima mañana, finalmente escucho el golpeteo de mis pasos bajando de nuevo la escalera blanca de mármol. Observo atentamente la vidriera y reconozco que nos equivocamos de lado de fachada al encajar ese escaparate de colores al lado Noroeste de la casa. Tiene luz, pero los rayos solares nunca realzarán eficazmente los matices de esos cristales.
         Y después de esa fútil observación, imagino, que la mañana más larga de mi vida empieza a diluirse en la nada. Aunque delante y detrás del contorno de mi cuerpo bajan los peldaños conmigo, las siluetas imaginarias de un séquito, que desde su guarida de sombras, cuidan siempre de mí. Son el cordón umbilical que me mantiene atada a esa maraña indescifrable de lo acontecido en el pasado y de los pormenores del presente.
         Si bien, delante de mis torpes piernas bajan mis tres hijos, que a veces vuelven su maravillosa cara y prácticamente los tres a coro me hablan.
        _ Mamá tienes demasiados pájaros en la cabeza. Porque no descansas.
        _Más aún, les contesto yo.
         Si estoy exhausta de mi habitual inactividad física a cuya vida le falta bien poco, para transformarse en existencia contemplativa.

         A mi espalda prácticamente, palpo a mis parientes con sus ojos de anzuelo echados sobre mí. Bajan de igual forma que ascendieron esta mañana conmigo. Mis dos sagradas abuelas, mis ansiados padres… me tienen enganchados a su tupida red, como si fuera un pescadito extraviado entre el enredo de los hilos. Y con ese cordón intangible se han propuesto sujetarme para que no malgaste mi frágil equilibrio. Me siento vulnerable y sin esa estratagema, rodaría escalera abajo, desplomándome sobre el pulido marmóreo de los peldaños.



DUNAS DE FLORES.