Seguidores

viernes, 8 de octubre de 2010

A MEDIA NOCHE.


POSEÍDA POR UN MIEDO INVISIBLE.

       
         Son las tres de la madrugada. Hora indiscutible de brujas. Un intervalo fluorescente en el transcurso de la noche. Estoy extenuada. No duermo más de tres horas seguidas desde hace semanas. Si pudiera chillaba como un pájaro. Está bien, para que ocultarlo, disfrutaría aullando como los lobos. Qué digo, ahora mismo me tomaría unas copas y armaría una escandalera de órdago. Pero imagino, que alguien al oírla, se temería lo peor. Pensándolo bien, lo dudo. La casa está prácticamente vacía. Mis hijos están fuera, a numerosos kilómetros de aquí. Mi marido duerme tan profundamente, que para mí, insomne de por vida, es como si viera cada madrugada una criatura letárgica hasta el colmo. Un ser inocente del todo, que se adentra en un abismo donde yo no tengo ninguna cabida. La noche es para ese infeliz, un escenario sin paisaje ni rostro. Sencillamente, el valle de los sueños. Yo sin embargo, sufro de metamorfosis y a estas horas me convierto en ceniza.

         A medida que la noche avanza a paso de tortuga, los residuos me ahogan. Cuando estoy tan excitada, la oscuridad, terriblemente empalagosa, me hace levantarme de la cama y pasear sola por la casa como si estos pasillos circulares, fueran la calle Mayor de cualquier localidad. En este momento, mi silueta, resulta ser, una proyección tenebrosa entre los claroscuros del suelo y las paredes de mi hogar. Mis pasos de fantasma, cada noche son más mecánicos. Robóticos, diría yo.

         Miro tras la vidriera de la puerta de entrada a la casa y bajo el porche se acurrucan, sobre el cojín de un sillón, dos gatitos callejeros. De repente, no sé por qué, pero sobre mi cabeza abultan, sombreros invisibles, como si estos fueran cascos de metales pesados haciendo una montaña de un grano de nada. Ínfimas partículas que se van trasformado, pasito a pasito, en bolitas de plomo. En este silencio, la muerte se hace polvo con apariencia de serrín. Las maderas crujen, dentro de los cuartos vacíos, a la manera retorcida del tronco seco de un árbol. Los miedos me dominan. Sin voz ninguna imploro al cielo una simple muestra de apoyo. Hacia dentro grito socorro. Porque esta noche soy incapaz de vencer esas voces que me delatan, clarísimamente, como si yo fuera culpable de algo. Aunque, me rindo, pero aún no sé de qué. La atmósfera por momentos se calienta, y un gas espeso y letal se cierne sobre mi rostro y entra por la nariz. Mientras tanto, ese aire denso del pasillo se puede morder, porque además de condensado, se hace negro y luego gris o blanco y sabe a dardos dentro de mi boca, a rayos y a diabólicos presentimientos