Seguidores

jueves, 11 de febrero de 2010

EL ESTANQUE





EN EL JARDÍN (Primera parte)


         En el jardín hay pájaros colonizando un árbol que germinó de una semilla latente en tierra, pero por si solo, sin yo sembrarlo. Camarillas de verderones, que en el preludio del verano, vuelan desde este árbol al pilar del agua, beben, y rápidamente, vuelven de nuevo a las ramas flexibles de de esta planta cuyo nombre aún no conozco.
         En el jardín siempre hay avecillas revoloteando de un árbol a otro árbol y de una fuente a otra fuente. A veces, grupos de gorriones, planean tan bajo como pequeñas avionetas, y ahora mismo, cinco de esos pardales, picotean su alimento en la base del arce. Además hay mirlos, que no descansan, y cada año, saquean los olivos y el cerezo y día tras día pinchan insectos entre la humedad de la hierba de los setos. Y en algunos lugares del terreno, esas aves, tan negras como urracas, escarban con sus patas la tierra pero a traición y con autentica maldad, puesto que nunca los veo. Solamente les escucho levantar el vuelo, cuando me acerco a ese rincón de la parcela. Es obvio que les suministro su comida pero que son unos pajarracos muy ladinos y, obviamente, unos desagradecidos.
         A mi jardín llegan desde otros lugares las tórtolas, que planean, de copa en copa, desplegando unas hermosas alas pardas y su extraordinario arrullo. Algunas veces se posan en el picacho de la farola de la calle igual que si fueran los equilibristas de un circo. A continuación se mueven con pequeños pasos, subidos, sobre la punta de la farola, de esta travesía estrecha. En otros casos, las parejas de tórtolas, avistan el mundo paradas encima de la antena de un tejado cercano
         Durante el verano, en el jardín se mezclan en la misma banda sonora, el zumbido de las abejas libando entre las flores malvas del árbol del Júpiter, y el vuelo pérfido de las avispas sobrevolando los filos del agua. Y de repente recuerdo, que una vez, cuando tenía aproximadamente ocho años, me picó una avispa en la espalda, y al menos, medio metro de mi cuerpo, se hinchó como un pez globo y todo el mundo en casa, durante unos días, se hizo presa de una terrible angustia y los rostros de los míos, contraídos y tan pendientes de mi estado, me avisaban o me hacían creer en un amenazador destino. En el fondo, durante mi interminable infancia, aquella máscara de la muerte, la veía por todos lados. Por suerte, aquel percance, se quedó sólo en un buen susto de temporada de verano. Sin embargo, por más tiempo que haya pasado, desconfío exageradamente, cuando uno de esos traidores insectos retumba junto a mí. Supongo que algunas vivencias resultan difíciles de olvidar, sobre todo cuando las asocias con otras experiencias todavía más arduas. !Maldita sea! la memoria nunca tiene el menor escrúpulo conmigo.
         Bajo unas formidables sombras, dos perros despanzurrados sueñan igual que las personas, y mientras tanto, sus cuerpos se cimbrean, cuando les pica una mosca pero del mismo modo que si los aguijoneara una descarga eléctrica. Otras veces, sus bocas, hacen muecas extrañas que parecen sugerirme algo de ese sueño o de esa pesadilla, en la que se supone, están los canes inmersos. Alguna vez, levantan con cierta vaguedad esos parpados pesados como plomos y miran a su alrededor, cerciorándose de dónde están, y aseverando que aún sigo en el mismo sitio dándoles sombra y haciéndoles de escolta. Si los observo bien, y luego recapacito sobre esa vida que llevan, comparto con otros seres humanos la certeza, de que en algunas ocasiones, mi envidia va dirigida a ese mundo ingenuo del que disfrutan los perros, tan simple y tan indiscutiblemente complaciente con sus amos. Pero también hay gatos ocultos en este espacio privado. Los felinos, de día, rondan sigilosos entre los muros de la parcela. Aunque de noche, entran en este lugar, cuando los dos perros están a buen recaudo. Supongo que es ese eterno enfrentamiento entre perros y gatos y esa eterna cobardía, que les hace huir, cuando mis perros andan sueltos fuera de casa.
        En mi jardín hay ratones de campo que se burlan, sencillamente, de los dos perros, de los gatos y de todas las aves, cuando trepan a sus anchas por el tronco de los árboles buscando merendarse los huevos de los nidos de pájaro. Los ratones nos toman el pelo delante de nuestras narices a todos los que habitamos la casa. Son tan ladrones y tan ladinos como los mirlos. Pero si mi escoba alcanzara a unos y a otros les atizaría sin compasión alguna. Sin embargo, se entrenan a diario, para estar más alerta que yo, a ese zarpazo.