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viernes, 27 de mayo de 2011

VENDAVAL

        
         Las puertas de los armarios rechinan en noches solitarias. Por los cristales de las ventanas chorrea el agua de lluvia. Por mi diabólica cabeza navegan barcos a la deriva y una botella con un mensaje inteligible pero perverso. Por mi corazón se agitan lejanas pesadillas en una noche de diluvio cerrada totalmente en falso igual que algunas de mis primeras heridas. Un alma grazna tras la puerta del dormitorio de al lado lo mismo que si tuviera clavos bajo las sabanas. Todas las aves de los árboles han cerrado esta noche su pico y sus alas mientras el viento traspasa las esquinas: chirriando, resonando, desafinando… Aunque los pájaros siguen pernoctando como benditos y como si tal cosa, sobre las ramas de la arboleda. Sin embargo mi desvelo es algo indescifrable. Las madres no duermen. Las esposas no duermen. La ciudad aparentemente, sí que duerme. Pero el silencio del barrio lo rompe ese destello blancuzco de luces de neón envuelto en agua de lluvia, bruma y un mare mágnum de confusión. Mis malditos pensamientos vagan por la casa como mascotas domesticadas, aunque se han vuelto tan foscos como pesados porque muchas de esas cavilaciones se están congelando en mitad del vendaval que arrecia afuera en el ambiente. El campo se ha mudado plenamente en noche y borrasca. Y como resultado la casa quedó embrujada, aunque tal maldición, está rozando por momentos mi piel de hielo.

         Por los muros de esta vivienda, no hay duda, reptan a sus anchas, secretos insondables trasportados por el aire. Reptiles hambrientos deseosos de devorarme de un solo bocado por sorpresa y mientras duermo. Alimañas rastreras que engullen ¡a todas sus presas! en el estupor de la madrugada, como si esos botines humanos fuesen verdaderos despojos.


martes, 10 de mayo de 2011

IRREALIDAD

      
         La noche anterior tuve un sueño, y no hay duda, era extraño y más que extraño sofocante. El escenario era lóbrego, gris, negro… a pesar, de que el material del sueño transcurría a mar abierto, pero en realidad bajo un cielo de plomo.
         El mar surgía bravío desde un abismo de agua muy agitado, y la atmósfera, como la de muchos sueños, aparecía irreal y escurridiza cuando el oleaje azotaba el barco en el que viajaba, igual que si hubiera sido una frágil cáscara de nuez.
         Presentía, que la muerte circundaba la corpulencia del navío. El viento tempestuoso me golpeaba el cutis y aquel bofetón de aire resonaba idéntico al aullido de un lobo después de atravesar mi cara. Las aves del litoral revoloteaban zarandeadas por el aire marino, pero a veces se quedaban suspendidas en el espacio esperando saltar sobre algún pescado entre la cresta que levantaban las olas.
         La apariencia de las demás personas que viajaban conmigo, era amorfa o imperfecta y tan irreconocible, que me recordaban, a esas masas informes de las películas de miedo moviéndose igual que espectros ligeros sobre la cubierta del barco. Manchas etéreas o como creadas de esa materia impalpable de la que está hecha el humo. Una cortina humana, que se esfumaba del ángulo de mi vista a la primera intención de mirar fijamente, aquel telón de animación en grupo, de lo que parecían frágiles mortales.
         El viaje adelantaba a duras penas, porque desde el fondo del mar surgía el movimiento encrespado de las olas y aquel ir y venir de la marea, dejaba ver, cuando las aguas se retrepaban hacia dentro, grandes rocas por las que se deslizaba por inercia y hacia abajo la espuma del oleaje. Todo en la embarcación, aparentaba, que aquel cuerpo imponente de madera, iba a encallar de un momento a otro y hacerse cientos de pedazos entre un mar abrupto del que sería imposible salir a aguas más tranquilas y teñidas de aquel hermoso azur del mar de mi adolescencia.
         Sin embargo, entre esas rocas avanzaba la barriga del barco, adelgazada hasta el tamaño de una lámina de acero, en medio de un pasillo de agua estrecho abierto entre los gigantescos promontorios. Pero como solo sucede en la magia prodigiosa de los sueños, el navío afilado sorteaba el peligro y atravesaba una línea recta de agua, derecho, derecho, hacia su meta. Y el barco siguió su marcha mecánica impulsado seguramente por una fuerza antigua más poderosa que la tempestad marina, aunque gestada, entre la soledad de un sueño que parecía vívido y no una asfixiante pesadilla.
        
         Al despertar, la mañana, me trajo un gran júbilo en su pico como si tal contento hubiera sido la presa de una de aquellas aves marinas, enfocadas por mí, durante el transcurso de la alucinación. Las primeras luces del día, me sacaron de esa atmósfera de opresión que se revelaba en el sueño, llevándome de la mano hasta el exterior de la casa y recorriendo abstraída el extenso muro que forman hoy los cipreses, hasta acomodarme igual que encaja un guante en una mano, en el lugar más plácido del jardín.