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jueves, 25 de febrero de 2010

OTOÑO EN EL RÍO.


NOVIEMBRE EN EL JARDÍN.

Calmosa la tarde,
donde todo es canto
y es luz
y fuego de poniente.
Se oyen pájaros
y ecos
y signos de vida y de alivio.
En el rincón norte
mi amado enmudece
de espaldas al mundo
dejando tras sí,
una incognita emotiva
en el ambiente.
En el rincón sur
el silencio se desborda
como si fuera el agua rebosando
en el pilón de la fuente.
La eternidad está aquí,
y no tiene voz, ni tampoco es extraña,
pero es palpable
y esplendorosa
como toda esta belleza.

lunes, 22 de febrero de 2010

ABISMOS A MIS PIES (Continuación)

         Fuera ya de ese cuarto rosa que ha sufrido una especie de encantamiento desde que mi hija se trasladara a Roma, entre el espacio circular de la galería, se cuelan ahora, los rayos del sol por el gran ventanal de la terraza y por los ojos de pez de la cúpula. La luz va a dar en el mármol de la solería, donde se calca el perfil de la ventana por ese poderío que la luminosidad del sol suelta dentro de la casa. Desde la baranda que delimita el hueco de la galería que da al vestíbulo de la primera planta, observo atentamente el resplandor que ahora mismo reparte tanta claridad a todo el hueco del vestíbulo y al segundo piso.
        Cuando me fijo concienzudamente, entre esa pantalla de sol que se cuela a través de los cristales y que permite que se refleje la apariencia de la ventana sobre el pavimento o las paredes de la casa, las motas de polvo flotan suspendidas aparentando que se mecen en el ambiente como diminutos granos de polen. Y este inexplicable haz de luz, me recuerda, aquellas tardes de finales de verano en las que el sol de poniente irrumpía unos segundos por la claraboya del tejado de launa, de la vetusta casa de mi abuela paterna, dándole un sin fin de magia al cuarto destartalado de los trastos y a mi infancia sombría.
        Estos detalles nimios que me regalan tantas horas de soledad son los que en ocasiones, me traen, además de volátiles imágenes, aquellas antiguas ganas de cantar que tenía a todas horas y que ya forman parte de una juventud atolondrada, en la que una hermosa canción salía con pasión desde mi garganta hasta mi boca, y me distraía, de cualquier contaminación que pudiera ensombrecer, en aquel entonces, mi alma. Una juventud aquella, vista desde el plano puntual que me han entregado los años, tan radiante como esta claridad que se ha colado como una fisgona muy queridísima en la casa.
         Pero de pronto pegada a la baranda de hierro de la galería, me invento, por eso de matar a la vez de un mismo disparo la morriña y el aburrimiento, que la casa se ha dado la vuelta y se ha colocado boca abajo, y ahora el techo de la cúpula se ha trasformado en el suelo del vestíbulo y luego piso sobre ese yeso blanco con mis dos pies y como si caminara guardando el equilibrio sobre una estrella radiante de ocho puntas, igual a las nervaduras que unen los fragmentos de ese cascarón que cierra mi casa y cuya forma octogonal se parece, pero en mayor tamaño, a la silueta marmórea de la entrada.
         Poderosa cabeza, siempre acaba dándole un giro de tuerca a mi vida como si no tuviera nada más útil qué hacer. Pero no contenta del todo, pongo el dibujo del vestíbulo, de techo de esta vivienda. Un dibujo octogonal formado con pequeñas y romboides piezas de mármol en el centro del vestíbulo, y que se trasforma en la imagen central del techo, por el impulso de mi fascinación. La imagen improvisada de un rosetón gótico por donde se cuela la luz del exterior dándole transparencia y color al jaspe que he adaptado arriba minutos antes, y con toda intención sobre mi cabeza, pero en la cubierta de la casa. Así puedo imaginarme que estoy plantada bajo la poderosa protección de un templo y recibiendo los beneficios de mi fe, porque supuestamente, el esqueleto de una iglesia, debería desplegar su gran poder mediático ante la presencia de Dios.
         Y esta mañana de peregrinación por casa y de invitación a la abstracción percibo que necesito la ayuda del Todopoderoso para, que “no me engulla el vientre oscuro de este gran pasillo” que se ha trasformado en el día de hoy en las fauces abiertas de un enorme dragón que exhala hacia afuera, en vez de fuego, un gran vacío por la abertura de su boca.

martes, 16 de febrero de 2010

ORACIÓN

Y puesto que todo sucedió de golpe:
el amanecer
y la caricia del mundo,
el tiempo acelerado de la mañana
la eterna despedida
de las tardes,
y la llegada
al puerto infalible de la noche;

y puesto que un temblor
avivó el cáncer de las madrugadas
y la plaga inagotable
de la verdad sin compasión;

ya nunca mi cuerpo habrá de recobrar
el engaño de la felicidad
ni  el sueño de la gloria.
Pero será ahora,
cuando suplique, la misericordia de Dios.

lunes, 15 de febrero de 2010

GIRASOLES


EN EL JARDÍN (Última Parte)

      
         Y sentada en este esplendido jardín, en el que tan a menudo me columpio con la imaginación y vuelo por encima de la zona y, que lo hago, verdaderamente, como en una fantasía casi perpetua aunque rotundamente inconcebible si la llevara al plano de la realidad; reconozco, que hay instantes, a pesar de que estos setos de hierba son llanos y limitados como el suelo de casa o la palma de las manos, en que mi ilusión los tergiversa y los inclina a completamente a mi gusto, y en segundos, se transforman en laderas tupidas de verde pasto situadas entre las montañas cercanas y en las que ruedo cuesta abajo, cilíndrica, estirada, sin aristas, casi líquida, y a la velocidad que llevaría el agua al volcarse por el repecho, y sobre todo, que me deslizo sin parar hasta llegar al llano pero abrazada a un pasto verde, esponjoso y húmedo –una idea, como se ve, nada original, y con la que todo el mundo fantasea alguna vez- aunque me precipito por el declive en plena libertad de movimientos, y ese rodar tan continuo de mi cuerpo, desearía, no frenarlo en ningún momento ni en ningún lado.
         Rodar en un movimiento perpetuo pero con la absoluta liberación de este cuerpo que no siempre accede a responder a ese persistente deseo. Sueño extraordinario, pero más que abrumador, imposible, porque ya se ha colocado en el plano definitivamente de esas ocurrencias míticas que me vienen continuamente a la cabeza.
         Una liberación física, que francamente, hecho muchísimo de menos y cuyo vocablo ha perdido toda su consistencia, cuando lo aplico a mi propia persona, puesto que, cuando dejo la imaginación al margen o renuncio a contemplar el esplendor que se encierra en lo más insondable del jardín, siempre pienso en lo mismo. ¿Cómo he podido llegar a esta reclusión? Y tal indefensión de la que me confieso ahora y en secreto, la guardo para mí, como un incuestionable fracaso.
         Sin embargo, me sacan de esos pensamientos un tanto hoscos, las voces cercanas o en otras ocasiones, el chapuzón de los cuerpos infantiles, cuando los oigo entrar y salir del agua de los estanques de las zonas vecinas. La barahúnda que aparenta traer el aire con los juegos de los críos, me hacen respirar profundamente y vuelvo de nuevo a la realidad prestando atención a ese tumulto porque intuyo, que tal vez, sienta todavía, algo de nostalgia de esa niñez, que con la edad nos parece a menudo, por supuesto sin razón alguna, un despilfarro, y me sorprendo a mi misma, con emociones que no debieran venir a cuento en esos segundos. Luego, cierro los ojos ensimismada y repentinamente me transformo de nuevo en una criatura de pocos años haciendo regresar a mí, otra de aquellas ancestrales fantasías que tenemos los inocentes humanos en la infancia, y ¡por fin! aunque sin saber por qué, ideo, cómo emprender un viaje interminable alrededor del mundo subida en una nube esponjosa y blanda desde la que pudiera atisbar sin ningún esfuerzo ese universo que a diario me estoy perdiendo. Aunque, en mi utópico periplo por el mundo, me imagino ¡ilusa de mí! contemplando la creación posada sobre las alturas, pero como esas tórtolas que visitan mi jardín de cuando en cuando.
         En realidad, reconozco además, que quisiera sentirme tan ligera como las plumas o al menos poder volar como los pájaros, de árbol en árbol y de un lugar a otro, pero sin pararme mucho en ningún punto del universo, como si yo fuera realmente un ave de paso en esos territorios que supuestamente visito. Porque aferrarse con garra a las cosas o a los sitios me produce una esclavitud extraña, a la que le tengo miedo.
         Pero toda esa figuración, esa hipótesis fantástica también trazada por mi mente, es una huida. Sí, en el fondo se trata de eso, de una fuga o de un escape para salir de aquí.
         Porque, este lugar, en ocasiones, por muy perfecto que parezca, me asedia tanto, que termino por imaginarme rodeada por un tupido incendio que ha prendido en el núcleo mismo de alguno de éstos magníficos árboles bajo cuya sombra me cobijo, y por supuesto, me veo en el centro de esa diana en llamas, aislada del resto del mundo y sin poder salvarme del fuego por ninguno de los lados.

             “En un jardín no se está solo” Margueritte Duras.

viernes, 12 de febrero de 2010

OTOÑO


EL CIELO ESTÁ MUY OSCURO

El cielo está muy oscuro
y algo extraordinario
podría suceder ahora mismo.
Porque el misterio de la tormenta
 rechina sobre los árboles
y el agua,
amenaza este paisaje de otoño,
y de pronto,
mi piel cruje como las hojas secas.
Sin embargo, yo habito,
entre esta intimidad que me da el silencio
y que me deja muda
y dueña,
de la lluvia que luego vendrá.

EN EL JARDÍN (Segunda parte)


         Desde que vivo en esta zona de la ciudad, a campo abierto, en mi jardín se dan cita, una prolífica colonia de lagartijas. Se refugian entre las rendijas de los muros o bajo la espesura del arrayán de los setos. Y de vez en cuando, entre el silencio de este vergel y, si mis pisadas o mis movimientos no las intimidan, salen de su escondite reptando presurosamente por las losetas de un seto a otro seto o por las piedras de los muros de unas grietas a otras, pero mientras el silencio acontece, los reptiles se deslizan bajo el sol del medio día, a veces tranquilos, a veces muy diligentes.
         Y en otras ocasiones, cuando la humedad invade la superficie de este jardín, miles de hormigas emergen en barahúnda de su escondite, aparentemente desorientadas, pero utilizando esa habilidad innata que tienen esos insectos para alejarse de su agujero en busca de comida y luego volver de nuevo al hormiguero, sin perderse, claro. Salen a miles y de idéntico modo que si los cimientos de la casa fuesen minas socavadas bajo los pies, produciendo insectos en grandes cantidades, en vez de producir algo que les fuese más propio, como el cobre o el carbón
         Sin embargo, a pesar de toda esta belleza, en el jardín, cuando de repente se agita el aire de poniente y la parcela se transforma de seguida en un terral, se configura en este espacio, algo así, como si se apostara de pleno en la zona un viento enfermo, y es en ese momento cuando aparece dentro de mí, una vieja zozobra, que me levanta la paz del alma. Señal inequívoca, de que vive en mi interior, algo sombrío, que nunca descansa, por más que me imagine haberlo dejado atrás con el transcurso de los años.
         Es obvio, que en el exterior de la casa nunca estoy sola, aunque, a menudo me descubro, llevando una existencia de ermitaña que se ha retirado a vivir entre el boquete de un monte perdido porque, hay momentos, que éste intenso aislamiento, me resulta casi mortal.
         Aunque, por encima de todo, del bullicio de esa fauna, o de esa incomunicación, en el jardín me alimento de las pequeñas cosas que ocupan inagotablemente mis cinco sentidos. Y las luces y las sombras que se proyectan sobre la hierba y bajo los árboles, son semejantes a los claroscuros románticos o mágicos del escenario pastoril de un cuadro. Desde luego, son como las pilas de los juguetes y me recargan habitualmente de energía o me silban una perenne quietud. Y, esos brillos tan perfectos como la luz de los astros durante el transcurso las noches, o como la silueta del ramaje que se bosqueja bajo la arboleda en estos momentos, se tornan a menudo en mi único territorio tangible y seguro. Aunque, en otras ocasiones, puede que se transforme en todo lo contrario, un espacio bastante vulnerable, o también en un lugar lleno de fantasía y misterio, en el que por momentos aguzo exageradamente los sentidos o simplemente leo a la sombra del sauce. Aunque, bajo ese sauce, se suceden vivos intervalos, en los que simplemente me quedo absorta viendo entrar la luz del sol a través de la copa de los árboles y, durante ese lapso, cientos de imágenes atraviesan mi mente, veloces como un rayo. Imágenes impresionables unas, que me hacen sentir tan insignificante como una brizna de algo, o grandiosa otras, aunque suponer esa grandiosidad sea claramente perderse en el horrible pecado de la arrogancia o la vanidad.

jueves, 11 de febrero de 2010

EL ESTANQUE





EN EL JARDÍN (Primera parte)


         En el jardín hay pájaros colonizando un árbol que germinó de una semilla latente en tierra, pero por si solo, sin yo sembrarlo. Camarillas de verderones, que en el preludio del verano, vuelan desde este árbol al pilar del agua, beben, y rápidamente, vuelven de nuevo a las ramas flexibles de de esta planta cuyo nombre aún no conozco.
         En el jardín siempre hay avecillas revoloteando de un árbol a otro árbol y de una fuente a otra fuente. A veces, grupos de gorriones, planean tan bajo como pequeñas avionetas, y ahora mismo, cinco de esos pardales, picotean su alimento en la base del arce. Además hay mirlos, que no descansan, y cada año, saquean los olivos y el cerezo y día tras día pinchan insectos entre la humedad de la hierba de los setos. Y en algunos lugares del terreno, esas aves, tan negras como urracas, escarban con sus patas la tierra pero a traición y con autentica maldad, puesto que nunca los veo. Solamente les escucho levantar el vuelo, cuando me acerco a ese rincón de la parcela. Es obvio que les suministro su comida pero que son unos pajarracos muy ladinos y, obviamente, unos desagradecidos.
         A mi jardín llegan desde otros lugares las tórtolas, que planean, de copa en copa, desplegando unas hermosas alas pardas y su extraordinario arrullo. Algunas veces se posan en el picacho de la farola de la calle igual que si fueran los equilibristas de un circo. A continuación se mueven con pequeños pasos, subidos, sobre la punta de la farola, de esta travesía estrecha. En otros casos, las parejas de tórtolas, avistan el mundo paradas encima de la antena de un tejado cercano
         Durante el verano, en el jardín se mezclan en la misma banda sonora, el zumbido de las abejas libando entre las flores malvas del árbol del Júpiter, y el vuelo pérfido de las avispas sobrevolando los filos del agua. Y de repente recuerdo, que una vez, cuando tenía aproximadamente ocho años, me picó una avispa en la espalda, y al menos, medio metro de mi cuerpo, se hinchó como un pez globo y todo el mundo en casa, durante unos días, se hizo presa de una terrible angustia y los rostros de los míos, contraídos y tan pendientes de mi estado, me avisaban o me hacían creer en un amenazador destino. En el fondo, durante mi interminable infancia, aquella máscara de la muerte, la veía por todos lados. Por suerte, aquel percance, se quedó sólo en un buen susto de temporada de verano. Sin embargo, por más tiempo que haya pasado, desconfío exageradamente, cuando uno de esos traidores insectos retumba junto a mí. Supongo que algunas vivencias resultan difíciles de olvidar, sobre todo cuando las asocias con otras experiencias todavía más arduas. !Maldita sea! la memoria nunca tiene el menor escrúpulo conmigo.
         Bajo unas formidables sombras, dos perros despanzurrados sueñan igual que las personas, y mientras tanto, sus cuerpos se cimbrean, cuando les pica una mosca pero del mismo modo que si los aguijoneara una descarga eléctrica. Otras veces, sus bocas, hacen muecas extrañas que parecen sugerirme algo de ese sueño o de esa pesadilla, en la que se supone, están los canes inmersos. Alguna vez, levantan con cierta vaguedad esos parpados pesados como plomos y miran a su alrededor, cerciorándose de dónde están, y aseverando que aún sigo en el mismo sitio dándoles sombra y haciéndoles de escolta. Si los observo bien, y luego recapacito sobre esa vida que llevan, comparto con otros seres humanos la certeza, de que en algunas ocasiones, mi envidia va dirigida a ese mundo ingenuo del que disfrutan los perros, tan simple y tan indiscutiblemente complaciente con sus amos. Pero también hay gatos ocultos en este espacio privado. Los felinos, de día, rondan sigilosos entre los muros de la parcela. Aunque de noche, entran en este lugar, cuando los dos perros están a buen recaudo. Supongo que es ese eterno enfrentamiento entre perros y gatos y esa eterna cobardía, que les hace huir, cuando mis perros andan sueltos fuera de casa.
        En mi jardín hay ratones de campo que se burlan, sencillamente, de los dos perros, de los gatos y de todas las aves, cuando trepan a sus anchas por el tronco de los árboles buscando merendarse los huevos de los nidos de pájaro. Los ratones nos toman el pelo delante de nuestras narices a todos los que habitamos la casa. Son tan ladrones y tan ladinos como los mirlos. Pero si mi escoba alcanzara a unos y a otros les atizaría sin compasión alguna. Sin embargo, se entrenan a diario, para estar más alerta que yo, a ese zarpazo.

                                       

martes, 9 de febrero de 2010

CREPÚSCULO



LOS ASTROS

Ahora que escarbo
en cada una de las pasiones del alma
como si rastreara en campos de cultivo.

Ahora que crecen juncos y algas
en las laderas de mi vientre
y se agitan lagos en mis intestinos.

Ahora que me engullen arenas movedizas
en donde remotos vestigios
se han convertido en tiempo muerto,
y en silencio
y en suspiros enormes
pero qué digo, enormes no !gigantes!

Ahora que va anocheciendo
y sopla el viento
y la memoria que es empecinada,
ciega, el resplandor
que  esta noche me entrega la luna.

Ahora que una estrella cae
como si fuera un hombre muerto
o una pésima invención de Dios...

lunes, 8 de febrero de 2010

ABISMOS A MIS PIES(Continuación)


         Sin embargo, aunque entre mi hija y yo, no circule un exceso de confianza y no nos demos a menudo montones de achuchones, la quiero, ¡Dios Santo cómo la quiero!. En fin, que el panorama de señales emotivas es mínimo, tengo que reconocerlo, que amarla de manera tan exclusiva, no es fácil, pero que, cuando está en alguna parte que no sea esta casa, como ahora se da el caso, mis recelos por ella aumentan hasta volverme prácticamente loca.
         Es una sensación que nunca he tenido con mis dos hijos. Y esa preocupación puede atormentarme, al menos, las primeras horas de la noche hasta que el cansancio me vence y pillo por fin el sueño

         Pero sigo examinando su cuarto de un modo totalmente detectivesco y veo que bajo el cristal de su mesa de estudio, ha dejado tres postales y una fotografía.

         La primera postal es una felicitación de cumpleaños, de un antiguo admirador suyo llamado Pablo. Tiene fecha de hace cinco años. En el frontal hay una preciosa muñequita dibujada con un ramo de flores entre sus manos y encima de su cabeza hay escrito una frase en francés. “Je les ai cueillies pour toi”. En el dorso de puño y letra de Pablo hay escrito. “Corre, corre” cartero que es para la persona que más quiero. Firma Pablo. Tal cual, pero me quedo boca abierta con esa cursilada, qué le vamos a hacer, son esos apuntes de la adolescencia que ahora, a duras penas, comprendo. He olvidado el cerebro tan ingenuo pero tan bestial que pueden llegar a tener los adolescentes. Leyendo hoy la postal, he supuesto, que el tal Pablo, pasaba entonces, algún tiempo en Francia.

         Ni qué decir tiene, que la tarjeta llevaba años bajo el cristal de su mesa, pero nunca la había leído. Ha sido un atrevimiento por mi parte.

         La segunda postal, es una panorámica nocturna de los rascacielos de Hong Kong reflejándose en la bahía de la ciudad. Esta postal se la mandó su hermano hace dos veranos mientras vivía en China.

         La última postal en blanco y negro, es una instantánea de la película Vacaciones en Roma, con los dos actores principales, Gregory Peck y Audrey Hepburn, subidos en vespa y pasando al lado del coliseo romano. La compró en Roma cuando fuimos de visita hace muy pocos años. Quizás ya adivinaba ese destino para ella, o quizás existía Roma en esos deseos tan secretos que almacena mi indescifrable hija en su cabeza.

         En la fotografía que miro ahora bajo el cristal de su mesa, hay tres jóvenes. Es una fotografía relativamente reciente. A los tres jóvenes sólo se les ve de pecho hacia arriba. El joven que aparece en el centro de la foto, fue su novio durante un año escaso. Sus ojos verdes brillan en la fotografía como un semáforo abierto. Me quedo inmóvil mirando la foto, y pienso, que no conocí en persona a ese joven que enredó a mi hija durante un tiempo, pero que aparentemente es tan perfecto como un adonis. Se parece de rostro, al protagonista de la película Crepúsculo pero más vivo y menos de ultratumba. Maldito chico, me dolió ese despecho a mi hija, más que a ella. Lo dejaron, y nunca supe el por qué. Aunque, observé, que durante el proceso de cierre de aquel capitulo de desamor, el agradable mundo de mi hija se puso boca abajo. Todo parecía que se hundía a su alrededor y en sus ojos aparecieron cercos oscuros que me hacían creer que su inasible mundo naufragaba. En un primer momento le asomó el desánimo, después le vino la rabia y por último, escupió su veneno sobre mí. Supongo que alguien tenía que pagar el pato de su notable frustración. Sin embargo, todo fue dando vueltas durante un corto período hasta que mató la serpiente que le apretujaba el corazón.

         Sobre el cristal de su mesa de trabajo, se ha quedado sólo, el flexo y un lapicero lleno de extravagancias, entre ellas, hay una cajita de vaselina de color rojo y con  olor a fresa. Hay además lápices con cabezas de fantasía que compra cuando va de viaje con nosotros, o con sus amistades... Tiene esa pequeña manía. Algunos los mantiene envueltos todavía en su papel transparente de regalo.

         Pero cuando abro su armario empotrado, !bendita sea! porque me parece increible que haya quedado con la disposición de una fotografía de revista de decoración. Es como para aplaudir su orden. Lo poco que ha dejado en su interior, y que no fue a la basura, tiene una perfecta colocación de prendas y espacio. Parecen, maneras matemáticas o puras ecuaciones resueltas. Todo respira muy a su gusto y habla con esa mudez que poseen las cosas establecidas y colocadas casi en fila india. En realidad tanto orden me deja sin habla, pero ella fue siempre absoluta en ese sentido. Y cuando se le rompe la armonía de ese universo con el que probablemente tiene un acuerdo, es como si se le cayera al suelo pero, en círculos rotos, su frágil equilibrio.

ATRAPADA ENTRE LAS SOMBRAS


MÚSICA PARA EL INSOMNIO

Esta ocurriendo.
La edad me está dejando ciega
está asfixiando mis palabras
y extinguiendo el misterio de las noches.
Me ha negado el tacto y mi deseo.
Y no es simplemente una sensación.
Está sucediendo de verdad
delante de mi ojos.
Y mientras,
mi cerebro sordo como una tapia
e inútil como esta confusión,
desmenuza, entre el silencio,
esas oscuras señales
tan desalentadoras.

miércoles, 3 de febrero de 2010

ME RODEO DE PENSAMIENTOS


ABISMOS A MIS PIES(Continuación)

         El cuarto de mi hija siempre me ha parecido una nube esponjosa de feria, muy dulce, y pintado, de rosa pálido en las paredes. El techo es blanco y los muebles color cerezo muy oscuro. En la pared de la izquierda en la que no existen estanterías con libros, hay colocadas unos retratos de ella, ampliados, a un tamaño muy considerable. Se imprimieron en papel digital y se pegaron sobre material Foam. No están enmarcados, se colocaron, tal cual sobre la pared rosácea con una cinta de doble cara adhesiva. La pared está divida, del zócalo, por una fina moldura de escayola blanca. El zócalo está decorado con un papel pintado de franjas verticales, muy pastelazo.

         Las fotografías se las hice en las Islas Mauricio hace tres años. Viajé con toda la familia hasta el océano Índico. Fue un viaje organizado por mi cincuenta cumpleaños.

         Ese viaje se financió con parte del capital que me había dejado mi padre, cuando murió de infarto unos meses antes. Ironías del destino. No es que me relama hablando de cómo he gastado el patrimonio que él amasó a base de sacrificios. Nada de eso, en realidad me sentía asquerosa cada vez que le daba un uso ocioso a su dinero. Como si mi conducta me diera miedo porque no actuaba noblemente. Me sentía indigna o peor aún, como una sabandija, pensando que dilapidaba unos buenos ahorros que tal vez no merecía haber recogido. ¡Por Dios santo! toda la vida depositando sentimientos de culpa en mi cerebro, en recíproco orden a como mi padre depositaba dinero en el banco. Pero, qué demonios, los dedos se le agilizaban cuando los billetes se le colaban por las manos. Sin embargo, levantemos ahora ese tema, porque no quiero encresparme como hace un rato en el cuarto de baño delante de esa maceta con poderes maléficos. En fin, que me quedo sin habla o desquiciada, cuando recurro a este argumento tan repetido que me pone enferma.

         Mi hija, es la modelo perfecta para mi cámara fotográfica, sobre todo, cuando no puedo recurrir a otras tácticas de la profesión o a cualquier otra persona. Le gusta posar, siempre y cuando no esté de mala uva, porque a pesar de esa timidez o prudencia que la caracterizan, de vez en cuando, le sale cierto carácter que a mí me sabe a vinagre. Aunque, mirándola a través de la cámara, he de reconocer que puede transformarse como si poseyera de manera innata la virtud de ser una mujer camaleónica.
         Hay ocasiones en las que terminamos azoradas de tanto disparo de cámara.

         Mi hija es rubia, tiene los ojos grandes color ámbar y son tan penetrantes y profundos como los de una fiera de la selva. Su cara es afilada y su cutis blanco. Su cuello es muy esbelto y parecido al de las jóvenes que le servían de musas al pintor manierista italiano El Parmigianino. Eso se lo dijo un dia un pintor amigo, y tal vez, llevaba algo de razón. O lo que es lo mismo, los artistas padecen deformación profesional y siempre están haciendo paralelismos.
         Sin embargo, en algunas de esas fotografías que yo le hago, parece que esconde algo recóndito detrás de su intrépida mirada.

         Hay un secreto oculto en su rostro, difícil de descifrar. Una opacidad que no deja traspasar muchas de sus cosas. Su intimidad la tiene acorazada bajo llave y puerta tras puerta. En realidad nadie sabe lo que piensa. Pero intuyo, que tiene un considerable mundo interior al que le ha colocado encima una piedra muy gruesa, tan pesada, como una losa de mármol. A mis ojos, ese mundo, se ha consumado en algo inaccesible. Violar, hoy por hoy, ese reino aparentemente tan subterráneo, me está prohibido. Nunca da facilidades a nadie para entrar en su inexplorado universo.
         Pero sinceramente, esa cerrazón, en ocasiones, me saca de quicio. Y a veces, me rechinan los dientes por la rabia de tener que estrellarme tan a menudo contra un muro de piedra.




martes, 2 de febrero de 2010

EL CIELO DENTRO DE UNA GOTA DE AGUA


CENIZAS

He nacido hace unas horas
y como un arpón,
mi carne desnuda
tiene ya tanto gancho,
que las aves carroñeras acuden
a comer de mí
como si mi vientre oliera,
desde un principio, a un bullido muladar.
Sobre mi cuerpo de recién nacida
cae misteriosa la luz del alba
trazando minuciosas sombras
y un rostro borroso,
y luego, cubriendo los restos
que han arrinconado los buitres
para que el mundo forme 
con el dehecho de mi osamenta,
el nombre insólito de una canción de cuna.

lunes, 1 de febrero de 2010

PURO ASOMBRO


ABISMOS A MIS PIES (Continuación)


         Durante, las dos semanas anteriores a mudarse a Roma, mi hija, saqueó su cuarto. Y cuando yo subía, había bolsas negras de comunidad llenándose hasta arriba de recuerdos y trastos de su infancia y adolescencia.
         Yo observaba y callaba, pero aquel dinamismo que extrapolaba delante de mis narices, maldita la gracia que me hacía. Tenía miedo. Qué digo miedo, tenía pánico a su marcha. Y en mi interior, notaba, como se precipitaba una gigantesca tormenta y sentía por las venas el fluir del fango arrastrándose a través de mí.
         Preveía que podría perderla igual a que a mis dos hijos, y mientras atiborraba las bolsas de viejos cachivaches, de vez en cuando me decía, mamá ¿qué hago con esto y con esto otro? Sin embargo, no esperaba mi respuesta porque todos los viejos cuadernos de bachillerato, los peluches, el calzado ya en desuso iban cayendo sin remedio en las dos bolsas negras. Las preguntas y las dudas iban surgiendo en ella, por pura inercia. Eso forma parte de su eterna indecisión y de su gran apego a las cosas.
         Aunque yo intuía, que a pesar de esa vacilación suya, mi querida hija estaba lanzando, para siempre, su infancia por la borda o al menos por la ventana.
         La ventana estaba entonces completamente abierta, porque todavía disfrutábamos en casa, del calor de finales del verano.

         Pero en estos momentos la habitación tiene un orden tan abrumador como la íntima tormenta que ha supuesto su separación de mí.
         Supongo que tardo lo mío en adaptarme a los cambios. Y no me hace ninguna ilusión que mis niños líen de pronto los bártulos, se marchen, y después, todo cambie en casa. No sabría explicarlo pero me deprimen los vaivenes cotidianos. No tengo el poder de adaptarme con prontitud a la evolución de los años y de las circunstancias. Pero qué demonios, lo que no me gusta nada es que hallan crecido mis hijos.
         En realidad el último día de septiembre, cuando se fue mi hija a Roma, hubiera querido pegarle un puñetazo a alguien. Pero en el aeropuerto, cuando la despedía, me quedé inerte como si hubiera tenido el cuerpo escayolado. Ni puñetazo ni nada de nada. Me quedé hasta muda. Eso fue lo que pasó. Y no exagero un ápice.