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martes, 23 de agosto de 2011

A GRANADA Y MIS AMIGOS.

            Regalo a J. Antonio. Blog  "DONDE EL OLVIDO"


          A J. Antonio le gusta describir la estampa de nuestra ciudad en capas. Como si esta urbe antiquísima se nos mostrara en estratos de personalidad unos, justo, encima de los otros. Porque es incuestionable definir nuestros atardeceres con esos trazos rosas y morados. Es innegable la belleza de esos palacios que se ubicaron en las colinas. Y es absolutamente concluyente, que esta ciudad provinciana, todavía es mucho más hermosa cuando se hace invisible a los seres que la habitan.
         Y fue al leer ese post que definió su laberinto particular, su esmerado blog y mi ciudad, cuando comencé a seguir su espacio virtual sin él siquiera sospecharlo. Con el paso de los meses, he podido imaginármelo caminando tranquilamente por el corazón de nuestra ciudad o por el contorno catedralicio, entre la media noche y las tantas de la madrugada (tal vez porque yo me permito hacerlo una o dos veces al año) y en soledad o no, admirar con los ojos del rostro y del corazón, tanta belleza y tanto misticismo que la noche vierte sobre nuestra pequeña metrópoli. Pero igualmente sobre algunas almas solitarias, que ensimismadas, se permiten el lujo de deambular de madrugada por sus angostas calles y ver esta ciudad, con otros ojos y entre sombras y misterio. Vagar sin rumbo y con toda la abstracción posible bajo el brazo y como si ello fuera, el alimento, que a diario nos nutre. Cruzar la ciudad como una proyección de humo espeso que se evade antes de tocarlo. Pasar desapercibido. O ser, unicamente, una mancha solitaria bajo tan magníficos edificios. 
         Pero la primera vez que leí la definición de esta ciudad en el blog de J. A. me dio por evocar sobremanera y con nostalgia, y a saber por qué, mi embrionaria pubescencia.
         Porque hubo un tiempo en el que yo formaba parte de una nutrida coral, integrada entonces por tres grupos escolares distintos, cuyo punto de encuentro era la cruceta central de la catedral de Granada.
         Aquellas voces angelicales amansaban con sus salmos a los creyentes que asistían a la celebración de la misa matutina de los domingos. Y a pesar de mi incipiente juventud o  porque amaba, a más no poder la música, era consciente de aquel privilegio del cual yo disfrutaba. Pero cuando el organista del templo (D. Juan Alfonso) al que acudía tan profusa coral, pulsaba con avidez las teclas del Gran Armonio de la catedral ¡aquel dramático y conmovedor sonido de Tocata y fuga de J. S. Bach! se extendía por la Casa de Dios con todo su poder y con tal vertiginosa resonancia, que sobrecogía el aliento del ser más mortecino, más insensible o más impío. Y en aquel momento, yo me quedaba magnetizada por la armonía de esa grandiosa composición, el poder omnímodo de la fe y mi primitivo candor. Y  concebía por un instante en mi mente, que la bóveda central del templo se partiría por completo en dos y propagaría por el orbe nuestras hechiceras voces y el sonido magistral, que obtenían, del órgano, las manos virtuosas de aquel artista.

         Pero Granada no es sólo un legado histórico o cultural.

         Granada es idealismo y germen de poetas extendiéndose como esas nubes llenas de  agua entre los bosques que rodean el conjunto de los palacios Nazaríes. Y cuando después de un largo paseo bajas de nuevo a  la ciudad, vuelves ciega de romanticismo e invadida hasta las cejas de metamorfosis y vegetación. Y caes por los declives de las cuestas musitando o implorando por lo bajo, para que al abrir el portón de casa, encuentres entre sus muros un ser altamente abrasivo, y más le vale que espere ardoroso tu regreso o tu desplome entre sus brazos.


ODA A LA ALHAMBRA

¡Oh bosques
árbloles
mirto aromático
úngeme de bálsamo.
Luceros de la noche
rociaros sobre mi soledad
y esos hilos diáfanos del agua.
Oh Cipreses
sombras gigantes
acortar mi triste
y errante figura y
envolverme
cuando cruzo esos macizos.
Oh sangre
gotas de lluvia
fragantes pétalos
que me inundáis poro a poro.
¡Luna!
que ahí sigues
al doblar las equinas de los palacios
¡ah vastedad!
ahora me oculto
entre tanto resquicio
tanta espesura
y tanta perfección
 ¡Lagrimas ardientes!
Dios sabe que resbaláis por mi rostro
a la media noche,
cuando sólo persigo
esa mágica oscuridad
o el ardor
de otra sombra.

                     Maribelflores.