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lunes, 29 de agosto de 2011

PULVERIZACIÓN

        
         Una vez cubrí completamente de pétalos de rosa las sábanas blancas de mi cama. Fue una noche hermosa y fragante del mes de mayo. Yo levantama las manos y al momento abría los puños y luego lanzaba al aire los manojos de corolas. Y caían languidamente sobre los lienzos como una lluvia aterziopelada. Luego la noche se inclinaba sobre esas hojas tersas y delicadas. Seguidamente, con una inconcebible delicadeza, unté a fondo mi piel de aceites esenciales y con aquel óleo mi hechura resplandecía bajo el juego de luces del ambiente. Pero todos aquellos destellos se suspendían sobre mi cuerpo como si en mi coraza se reverberara el crepúsculo. Por último, tracé un cerco sobre el suelo de mármol con velas almizcladas, y su esencia vaporosa, delimitó el contorno del tálamo. El fuego trémulo de los cirios ardió toda la madrugada pero yo escuchaba mi licencioso corazón como un galopar de caballos a lo lejos. !Oh Centauro! y rumiaba pensando en el jinete y me sentía gozosa ¡y todo me giraba!.
         Durante la noche, desarropada y tendida sobre el lecho, ebria de celo e impaciencia esperé el regreso de mi amado. Fue inútil.
         Aquella oscuridad se me hizo interminable. Y al amanecer, todos los pétalos estaban plenamente mustios. Los cirios se habían consumido y envolvían, de humo gris, la alcoba y las primeras luces del alba
          Cuando abrí los ojos, a mi cuerpo se ceñían cientos de repulsivas moscas y como si treparan, se empujaban unas a otras por las laderas de mi palpitante pubis y mi fatigado vientre. Rebuscaban con codicia en mi descomposición y en cada una de mis madrigueras. Desde mi abdomen, sentía que el estupor se impulsaba solo y detonaba ¡bum! ¡bum!
         Impertinentes, los bichos, creyeron encontrar entre mi desnudez un vertedero donde alimentarse de mi pútrida lascivia. Me impuse un pequeño sacrificio, una infecta inmolación en la que se deleitaban las moscas. No obstante, durante aquel mal rato, asistí, a un auténtico festín para tantos insectos insalubres.  
         Más tarde, al sacudirme esa plaga, se quedaron enteramente abiertas mis heridas y percibí el miedo rodando como un canto de piedra por el lecho. En aquella atmósfera, imaginé, que el mundo me devoraba y que obraba en mí, sin ninguna compasión. 


                  Maribelflores