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lunes, 13 de diciembre de 2010

NEBULOSA AL AMANECER.


         Son casi las ocho de la mañana. Están asomando en mi ventana los primeros visos del amanecer. El tiempo se levantó con lluvia. De nuevo, el día está a punto de derrumbarse porque escucho caer sobre la persiana la inercia de las gotas de agua y ese sonido flojo, semejante a puntas de alfiler.

         Llevo despierta una hora, un momento, un instante, no lo sé, porque no soy plenamente consciente de ese intervalo que a mí me ha parecido una eternidad o por el contrario, un relámpago. Por mi cara ahora está a punto de rodar el llanto o la nostalgia, como si ambos estados de ánimo fuesen, el canto rodado de un peñasco gris al derribarse sobre mi rostro de mujer. El amanecer es solitario, lánguido y casi sombrío, como el día tan lluvioso de ayer o de antes de ayer. Es decir, estoy abstraída y sola, invariablemente sola, y está claro que esta mañana llueve sobre mojado. Sola pues y pensativa, pero en mi cabeza, en mi cuerpo y en mi cama hay señales de que alguien ha dormido a mi lado, sin embargo, es innegable que ya no está. No obstante, en las sabanas se atraviesa el dolor de ese abandono y un olor agridulce tan imponente, que me hace zozobrar bajo la ropa de cama. No sé si esta madrugada, extrañamente, tuve algún delirio o si esa inusual aparición de un cuerpo ágil a mi lado fue algo real, pero un ser prodigioso a la vez que cruel, anoche, yació conmigo. Un ser, que antes del amanecer se dio a la fuga pero que me dejó un rastro parecido al de una estela detenida a ras del lecho. Si bien, su visión, fue un lapso insuficiente en el espacio tan vacío de esta habitación. Un ser de ojos brillantes y sesgados, dedos de artista y una naturaleza tan feroz como seductora. Un ser que tenía un complexión volátil, que iba y venía por encima de mi superficie y la del lecho, rápido como un torbellino de luz. Un ser confuso para mi ardor pero muy dinámico, pues rebasaba mi morfología rompiendo milagrosamente mi incansable tedio. Un ser que anudado a mi piel, surcaba mi figura como una oleada de masa maleable y reluciente, similar al embate del oleaje cuando llega a las costas. Navegaba sinuoso y bebiendo entre los muchos rincones de esta carne ávida de pasión y cortejo. Un potro que alborotó mi lánguida noche de sueños absurdos, donde me vi completamente aislada aparte de verme yerma el alma. Ese alma, que en ocasiones, se crece desmesuradamente entre la soledad arruinando mi reposo. Porque, cuando la noche se desploma, a menudo, me atosiga el vértigo. Pero anoche alguien vino a mí con su hábil sonrisa, y me causó aturdimiento y devoción, al mismo ritmo, que me aplicaba sus movimientos de éxtasis y de suspensión en el aire, en el exiguo espacio de la cama. Un ser, al fin al cabo, que me hizo olvidar el abandono en el que acontecen mis extensas madrugadas.

         Pero despierta, he visto otra vez el desierto bajo las sábanas, así que intenté razonar si todo no habría sido, por ventura, el sueño divino de una mente que se expresa más rápida que este ansioso cuerpo. Un cuerpo lleno de recovecos. Recodos voluptuosos, que de un día para otro, se volvieron insondables. Un sueño hendido entre las grietas que atraviesan mi frente bajo cuya superficie, se alternan a menudo, un mar que duerme o por el contrario un mar embravecido.


Pon tu frente sobre mi frente y tu mano,
en mi mano
Y hazme los juramentos que romperás mañana.
Y lloremos hasta que amanezca,
mi pequeña fogosa.
                                                  Paul Verlaine.