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jueves, 30 de diciembre de 2010

FINAL DE AÑO.

        
         Son las tres de la madrugada y no puedo dormir. Extraños invitados anidan esta noche en casa aunque, supuestamente, todos duermen. Serpientes enroscadas en los lechos soltando el veneno de un naciente idilio. Cuerpos enredados los unos con los otros al amparo de la oscuridad. Seres vivos, que reposan entre la opacidad de una señalada noche donde sin embargo yo no veo ningún fondo ni otros signos de relieve trascendental. Si bien, a mí, en estos momentos, se me ha metido en la cabeza que esos cuerpos han sido disecados por unas horas. Aparentemente soy la única persona viva entre esas formas embalsamadas bajo las sábanas. Pero cuando me levanto de la cama y deambulo por toda la vivienda imagino que estoy muerta a pesar de mi desvelo. Soy un vigía, un centinela, un guardián nocturno, pero qué digo ¡soy una aparecida! que anudada a un hilo invisible, la hebra me lleva por toda la vivienda haciendo de imaginaria para los todos los demás. Un estambre al que seguramente estaré sujeta de por vida. En segundos, ojeo este magno espacio totalmente en penumbra y descubro, que todas las puertas de los cuartos están entreabiertas. Y cuando paso delante de esos resquicios, oigo la respiración mecánica de mis seres queridos, perdidos entre tanto, en esa nebulosa de su flamante romance y de un apacible sueño. Sin embargo, me huelo ya cierto vacío enquistándose prematuramente en unas habitaciones completamente opacas. Por eso, mientras rondo sigilosa estos pasillos, escucho acongojada el desgarro de la noche. Y mi figura alicaída vaga como un fantasma de punta a punta de la vivienda olisqueando, igual que un sabueso, a sus presas.
         De madrugada, me rodean seres con los que no puedo comunicarme pues una excluyente irrealidad -el espejismo del sueño- los ha confinado al silencio. Mortales dormidos, que de momento, tampoco pueden relacionarse entre sí. Son los míos, y al mismo tiempo no lo son. Son los otros. Trozos de carne desnuda y ausente que, mientras yo hago mi turno de guardia les calculo dibujada una mueca bobalicona, o al menos, un gesto de entrega en su cara adormilada.
        Rostros que, en noches como la de hoy, para mí tan grises como las cenizas, percibo sus sienes embarradas por algún inoportuno desenlace que ni siquiera yo conozco. No obstante, en estos momentos, su sueño parece enormemente pesado y se han abandonado, en su lecho, a una novísima esperanza.
         La vida de esas personas durmiendo a pierna suelta, si yo quisiera, esta noche, podría estar en mis manos. si bien, sería imperdonable y sobre todo monstruoso acabar con la existencia de esos infelices adormecidos. Pues el eco sobrecogedor de las víctimas me perseguiría toda la vida por estos pasillos circulares. Después, un miedo aterrador haría ondas expansivas en mi sangre. Y por último, la nada, o la presencia de la negación total de la realidad se quedarían instaladas en casa como mi único destino.


         Esos advenedizos pensamientos y otras múltiples zozobras, me impiden gozar del enigma de la oscuridad cuando estoy desvelada, pues mientras recorro los pasillos, tan licenciosa imaginación corrompe claramente mi cerebro. Esa anemia moral domina mi buen juicio de modo instintivo cuando merodeo entre el sueño ajeno o entre el mío propio. De madrugada, mi poderosa razón rodeada por una impenetrable oscuridad, un total silencio y una conciencia desquiciada por el insomnio, no tiene desenfreno y a tan altas horas, algo incomprensible me aviva un turbio discurso que no me deja mostrarme tranquila o despreocupada del universo. De noche, la creación surge ante mí, caótica, insana, lóbrega… y por supuesto transita a sus anchas por el edificio.

lunes, 13 de diciembre de 2010

NEBULOSA AL AMANECER.


         Son casi las ocho de la mañana. Están asomando en mi ventana los primeros visos del amanecer. El tiempo se levantó con lluvia. De nuevo, el día está a punto de derrumbarse porque escucho caer sobre la persiana la inercia de las gotas de agua y ese sonido flojo, semejante a puntas de alfiler.

         Llevo despierta una hora, un momento, un instante, no lo sé, porque no soy plenamente consciente de ese intervalo que a mí me ha parecido una eternidad o por el contrario, un relámpago. Por mi cara ahora está a punto de rodar el llanto o la nostalgia, como si ambos estados de ánimo fuesen, el canto rodado de un peñasco gris al derribarse sobre mi rostro de mujer. El amanecer es solitario, lánguido y casi sombrío, como el día tan lluvioso de ayer o de antes de ayer. Es decir, estoy abstraída y sola, invariablemente sola, y está claro que esta mañana llueve sobre mojado. Sola pues y pensativa, pero en mi cabeza, en mi cuerpo y en mi cama hay señales de que alguien ha dormido a mi lado, sin embargo, es innegable que ya no está. No obstante, en las sabanas se atraviesa el dolor de ese abandono y un olor agridulce tan imponente, que me hace zozobrar bajo la ropa de cama. No sé si esta madrugada, extrañamente, tuve algún delirio o si esa inusual aparición de un cuerpo ágil a mi lado fue algo real, pero un ser prodigioso a la vez que cruel, anoche, yació conmigo. Un ser, que antes del amanecer se dio a la fuga pero que me dejó un rastro parecido al de una estela detenida a ras del lecho. Si bien, su visión, fue un lapso insuficiente en el espacio tan vacío de esta habitación. Un ser de ojos brillantes y sesgados, dedos de artista y una naturaleza tan feroz como seductora. Un ser que tenía un complexión volátil, que iba y venía por encima de mi superficie y la del lecho, rápido como un torbellino de luz. Un ser confuso para mi ardor pero muy dinámico, pues rebasaba mi morfología rompiendo milagrosamente mi incansable tedio. Un ser que anudado a mi piel, surcaba mi figura como una oleada de masa maleable y reluciente, similar al embate del oleaje cuando llega a las costas. Navegaba sinuoso y bebiendo entre los muchos rincones de esta carne ávida de pasión y cortejo. Un potro que alborotó mi lánguida noche de sueños absurdos, donde me vi completamente aislada aparte de verme yerma el alma. Ese alma, que en ocasiones, se crece desmesuradamente entre la soledad arruinando mi reposo. Porque, cuando la noche se desploma, a menudo, me atosiga el vértigo. Pero anoche alguien vino a mí con su hábil sonrisa, y me causó aturdimiento y devoción, al mismo ritmo, que me aplicaba sus movimientos de éxtasis y de suspensión en el aire, en el exiguo espacio de la cama. Un ser, al fin al cabo, que me hizo olvidar el abandono en el que acontecen mis extensas madrugadas.

         Pero despierta, he visto otra vez el desierto bajo las sábanas, así que intenté razonar si todo no habría sido, por ventura, el sueño divino de una mente que se expresa más rápida que este ansioso cuerpo. Un cuerpo lleno de recovecos. Recodos voluptuosos, que de un día para otro, se volvieron insondables. Un sueño hendido entre las grietas que atraviesan mi frente bajo cuya superficie, se alternan a menudo, un mar que duerme o por el contrario un mar embravecido.


Pon tu frente sobre mi frente y tu mano,
en mi mano
Y hazme los juramentos que romperás mañana.
Y lloremos hasta que amanezca,
mi pequeña fogosa.
                                                  Paul Verlaine.

jueves, 2 de diciembre de 2010

NOCTURNO.

Cuando fluya la noche
todos los días se me juntarán en la boca
y grandes nombres
revolotearan sobre mis labios
igual que esos pájaros de papel
hechos puramente de memoria
y de recortes del corazón.

Cuando vuelva luego la noche
y vuelva además el tiempo adormecido,
sin duda, yo buscaré refugio
en el templo de mis antiguos sueños.

Para entonces  
la esperanza vendrá ya derrotada
y las temores del mundo
se me harán realmente posibles
en el cosmos ruinoso de algunas pesadillas.

¡Agrio amor!
donde naufragó mi alma
y más tarde se ahogó mi nombre,
sin aprender el sano oficio de la natación.

martes, 30 de noviembre de 2010

CURSO DE AGUA.


GRIETAS.


         Pasaba los días delante de un ordenador. Por eso mismo, cada jornada suya, era comparable a cualquier otra. Estaba atrapado por aquel ordenador de pantalla traslucida pero de luz muy fría. Totalmente aferrado a la computadora como si viviera atado a un poste telegráfico, se quedaba todo el tiempo mirando a través de aquel cristal como si ese vidrio fuese el único espacio trasparente en donde resplandecería su cara. Un rostro ensimismado frente a cientos de ventanas digitales, abiertas, tras esa “bola” de cristal de fondo blanco o azulado. A diario, su cuerpo, se mantenía pegado a ese artilugio informatizado. Sus dos brazos eran poderosos tentáculos salidos del grosor de un pulpo gigante y cristalino. Sin embargo, cuando regresaba de nuevo a este lado de la creación desde esa vida analógica pero incompleta, reaparecía, con los ojos abiertos de par en par y como un ser que ha vivido una gran experiencia de fe o por el contrario, un intenso ritual satánico.
         Una mañana esa pantalla se lo tragó hacia dentro como si se tratase de un bocado suculento que entraba fulminante por una garganta maleable y sin fondo. Lo vi desaparecer lo mismo que si lo hubiera engullido la fuerza imparable de un remolino en el mar. No obstante, se evaporó, con el rostro lleno de una exultación casi lerda.
         Frank, regresó a los tres días pero ya no era aquel joven agradable de antes. Su expresión era grave y su rostro apareció lleno de angustia. Le pesaba el hombro como si hubiera reaparecido tirando de un gravoso saco. Surgió de aquel vacío lleno de heridas igual que alguien que estuvo prisionero en una guerra. Una cruzada secreta y por lo tanto incomprensible para mí. Volvió agitado y con la experiencia de la muerte en el mohín de su cara. Tal experimento lo arrojó hacia fuera seriamente derrumbado. Inesperadamente, su valiosa jovialidad se transformó en clarísima apatía.
         Lleno de vértigo se dejó arrastrar por las calles de la ciudad como si aquellas travesías fuesen su próximo destino. Se paseó por la urbe como un espectro inmortal cuya presencia nadie vería. No recuerda cómo empezó esa perniciosa dependencia que lo había abducido hacia el otro lado del ordenador. Sin embargo, admitía, el pésimo resultado que tal subordinación había ocasionado en su plácido mundo. A partir de ahora viviría consumido y como un ser mutante, mimetizado, con el color del asfalto o de la tierra. Un ser de ojos grises caminando por una ciudad en la que nadie lo había inmortalizado. Contemplaría la metrópoli con estupor y con aires sólo de memoria. Sobre todo, como alguien que se ha quedado una larga temporada en coma. Tal vez, se trasformó dentro de esa pantalla vidriosa, en un viejo que tira de siglos de fatiga y de olvido.

domingo, 28 de noviembre de 2010

EL SUBCONSCIENTE.


         Anoche soñé que me tragaba alguien. Alguien inmaterial, que se trasformó rápidamente en el ente incierto de la literatura. No recuerdo con claridad la atmosfera de la pesadilla. Tampoco he retenido demasiados detalles, pero en esencia, el sueño era algo inquietante. Yo seguía un camino. Era una figura diminuta y negra ubicada como una sombra en el trayecto de ese camino. El recorrido era largo, estrecho y tortuoso. Delante de mí, a una distancia corta, iba otra figura negra. Esa otra silueta caminaba erguida, pero era tan alta que me hacía una gran sombra. Aquel momento, juzgo ahora, que debía ser concretamente el atardecer porque llevaba la mano puesta de visera sobre los ojos, sino lo hacía, el sol me cegaba.

         Después de mucho andar siguiendo aquel serpenteante trayecto y siempre pisando aquella grandísima sombra, la silueta que me precedía se frenó en seco y después se volvió, dobló su cuerpo erguido y alargó su brazo negro, abrió su oscura mano, atrapó mi insignificante figura, la llevó como un bocado apetitoso hasta su boca abierta y al punto me tragó tal, como si yo hubiera sido una liliputiense barra de pan engullida por un gigante hambriento. Pero recuerdo muy bien que en voz alta dije, ¡Dios! me devora la literatura.

         Reconozco que hoy me he despertado hecha pedazos y lo mismo que si hubiera aparecido en el interior de un laberinto donde nunca podré encontrar la salida. Y bien mirado, en este momento, el mundo me parece un bosque compacto, repleto de grandísimos escritores donde yo me veo tan diminuta como un pigmeo.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

SEDUCCIÓN.


MAGIA.

En noches de luna, tan íntimas,
tan dramáticas,
tan soñadoras,
tan inolvidables,
siento la seducción de la oscuridad
la voz del deseo
la sangre alborotando en el corazón,
el abandono
y al fin, la persistencia de la dicha.

Pero hechizada y ebria de gloria,
en noches de luna,
aprendo secretos de mago
que van después de boca en boca
y de rincón en rincón,
desnudando el universo.

lunes, 22 de noviembre de 2010

JARDÍN



EL GUARDIÁN NOCTURNO.


        Alguien familiar se mueve en la otra habitación. Un ser tan sigiloso como una hoja zarandeada por el viento en los estrechos senderos del jardín. Es otoño y es de noche. Hay sólo dos luces abiertas en toda la casa. El pasillo además de circular es largo. Y el silencio vuela en espiral por encima de ese espacio curvo, describiendo círculos y más círculos en un movimiento perpetuo. Se escucha el mutismo de este claustro, el crujir seco de las puertas de los corredores, la respiración acompasada de dos perros que viven conmigo, el movimiento involuntario de mis párpados, el teclado maquinal del ordenador y poco más.

         La noche, dentro y fuera de estos tabiques, se revela como una fuerza perturbadora. Mi pensamiento en este instante pertenece por completo a las lechuzas, a la ciudad silenciosa y al guardián de la oscuridad. Imágenes mentales desfilan delante de mi rostro y reflejan esa cotidianidad que se ha quedado, otro día más, a la zaga. Pero este ritmo lento que oscila de un lado para otro entre la penumbra de la noche, muerde como un animal mis piernas entumecidas y después, activa el llanto en mi garganta aunque sin llegar a salir. La incertidumbre me hace mover los labios y como resultado bisbiseo a solas. Desvío la mirada a ambos lados de donde estoy sentada y el cuarto se ha sumido en una opacidad inexorable. Nada acaece en este silencio casi inhumano, así pues, le murmuro a las paredes con un hilo de voz tan baja como si rezara hacia dentro, y rapidamente, paso mi dedo por la comisura entreabierta de los labios para saberme viva y ahuyentar como pueda, tanta confusión. En realidad modulo mi prosa al compás de la sordina de la casa. En la calle esta noche, quisiera, pero no cae la lluvia. Aunque sin duda sería un placer escuchar una hermosa canción abrazada a alguien y al minuto echar a volar perdiéndose en el cielo entre estrellas fugaces.

jueves, 11 de noviembre de 2010

LOS MUROS DE LA SOLEDAD.

Música y silencio.
Sombras detrás de los muros
y huellas inequívocas
que dejaron una estela
a media voz.
Restos de pisadas de una mujer vieja
y de unos sueños rotos
arrojados a la soledad.
Pero estoy a la espera
y con los ojos inyectados por la luna
lo mismo que una isla
llena de sangre, piedras y belleza.

jueves, 4 de noviembre de 2010

SIGNOS EN LOS MUROS.


HOGAR, DULCE HOGAR.


         Mi admirable casa, gracias a la crisis, puede acabar vendida en próximas fechas.
         Los ojos se me ponen vidriosos como el agua y aúllo sólo de pensarlo. La boca ahora la tengo seca y el alma atrapada en la estrechez de mi garganta y en el conducto angosto de mis cavilaciones.
         Cuando maduro tal posibilidad, cada vez más real, la piel se me queda helada igual que el interior de una nevera y el vello del cuerpo se me eriza atravesado por un frío insalubre y rabioso. Un miedo filtrándose a través de mi sangre como una verdadera enfermedad adquirida por los recientes contratiempos económicos.
         La luz y esa guía recta que ha sido mi hogar de años, y cuyo efecto me ha llevado hacia mi actual metamorfosis, entregarla ahora, a manos del mejor postor. Porque ceder estos dominios a un extraño es respirar niebla y vivir desde ahora mismo, medio viva y medio sonámbula.
         Este manantial desde donde brotaron mis insólitas ideas además de mis viejas cenizas. Este escenario levantado con imágenes simbólicas y muros de cal y roca. Este lugar al mismo tiempo de magnífica polifonía y alarmante silencio. De valiosa paz y eterno desvelo. Un lugar de verdadero ensueño. Siempre mudo, pero lleno de veranos fabulosos bailando al compás del agua y multitudinarios pájaros. Este punto del mundo con su cadencia impar de pétalos y rosas. Este paraje donde cierro los ojos y empiezo a morirme bajo el marco milagroso de un cerezo o de ese tronco tan erguido del álamo.
         Este recinto de culto nocturno en el que me trasformo en guardián de mis piedras. Un búho moviéndose en círculo entre las huellas marmóreas del gran vestíbulo. Este sitio donde debía morir escuchando el poder vivificante de un cálido refugio. Un espacio que tiene oído de músico y pone atención a mi corazón hecho añicos. Este rincón del mundo donde, por temporadas, deseé sinceramente cerrar mi pico. Mi pico de ave noctámbula con eco en las alas y antiguas heridas en mi físico. Esta casa hechizada que me abrió cada amanecer puertas y ventanas para que salieran corriendo mis males y un sin número de apuros. Un miedo, eternamente volátil agitándose entre estos tabiques. Este edificio en el que vi crecer desmesuradamente las madrugadas, pero que me atrapó entre sus paredes de cripta, como si fuera el último refugio donde enterrar mi intenso espíritu, que a duras penas, se mantiene todavía vivo o medio integro.
         Esta casa donde acabé conversando, esencialmente, conmigo misma y por consiguiente despilfarré a dos manos, mis inmortales discursos. Esta morada, a veces deleznable, que se expresó doblemente exteriorizando el resentimiento acumulado en mi memoria y la insatisfacción reinante en mis amores caducos.

         Así pues, esta vivienda envuelta en luces y sombras posee un extraño poder sobre mí, cuando a pesar de todo, alimenta mi deseo de quedarme a vivir aquí. Esta vivienda que acumula la tristeza de una década. La evocación de un imborrable drama. El miedo a que este espacio me atrape y me vuelva vieja y loca. El viento que a rachas arrecia contra mi pareja y me genera un enorme desengaño. La desesperanza de siempre que me mantiene con permanente sed de algo. Una sospecha mínima, casi intangible, del renacer de esta vida tediosa y gris. Esa eterna desilusión que me creó un gran vacío y un continuo marco inalcanzable que hoy en día me hace contraer las manos como si dentro se arraigara cierta furia de mujer invisible que vive sola sobre la tierra.
         En fin, un contorno arquitectónico que ahora me lo imagino sin nadie en su interior, pero abierto exclusivamente, para que el vuelo libre de los pájaros ahuyente, su silencio y su abandono.

miércoles, 27 de octubre de 2010

OJOS ABIERTOS.



ES MEDIA TARDE (octubre).


         Es media tarde y estoy sentada en un banco del jardín. El banco es de madera. Sus láminas de pino barnizadas están calientes. Estoy de espaldas porque no soporto el ardor del sol pegándome en plena fachada. El sol cae oblicuo sobre mi nuca y mi sombrero de paja. Es final de octubre y me encanta esa combustión que resbala sobre mi espalda arqueada. Es un goce recoger tal irradiación en mis huesos. Cada cinco minutos la sombra se apodera más y más del banco. El sol se desvanece a cada instante y yo cargo continuamente con mis posaderas hacia el otro costado del asiento. Estoy comiéndome una manzana roja. Una pieza que tentaría a cualquier ilusa de cuento. Además del roce del sol, los ramilletes fucsia de una buganvilla pinchan sobre mis hombros y mi cuello. Mi mano izquierda los espanta como si fueran moscas pesadas fastidiando mi quietud. El sol gira muy rápido. Pronto lo cegará el costado derecho de la casa y cuando eso ocurra, tendré que levantarme del banco y darle vueltas al jardín. Lo mismo que hago una tarde tras otra. El fresco aquí totalmente a la sombra aprieta bastante, así que, me empuja a correr detrás de ese candente astro. La sombra, en estas fechas del calendario, no te permite por mucho rato la inmovilidad.
         Escucho en la calle el trascurrir del agua de riego por el asfalto. De nuevo mi vecino se dejó abierta la goma del regar las plantas. Mi vecino es desmemoriado y viejo. O al revés.
         En la segunda planta de la casa hay una ventana abierta del cuarto de baño, que justo cae, encima del banco de madera y de mi espalda. Desde un grifo se oye caer el agua. Mi hija es muy limpia. Mientras estudia se levanta frecuentemente para ir al cuarto de baño. Se oye cerrar de nuevo el chorro del agua. Mi amada hija lanza una ojeada a través de la ventana y cuando siento sus ojos clavados en mí, mi corazón palpita detrás del lóbulo de cada una de mis orejas. Su vistazo es tan calido como ese sol cegador del atardecer. Le tengo una enorme fijeza. Sin su tacto no podría vivir.
         Hay mucha calma en el jardín y apenas se oyen pasos en la calle de al lado. Pero el agua no descansa nunca en estos sitios. El agua habla. El aire puro y frío también habla. Y las aves siempre interrumpen el silencio por aquí. Pero a veces, las palomas reposan en los bordes húmedos de mis fuentes o en las farolas del jardín. Se distraen, se refrescan y vuelven de nuevo a volar. Son muy previsibles. Y como todos los animales de la tierra repiten sus actos instintivos, una y otra vez. Sin embargo, yo sigo paralizada en el banco. Estoy acabando de morder la carne suculenta de la manzana. Y cuando le de fin a la última porción de fruta, levantaré mis posaderas y moveré las piernas hasta otro punto soleado de la parcela. Atraparé dentro de mis ojos los últimos rayos del sol. Después los soltaré sobre mis manos como si tuvieran que ir a parar a una cesta. Luego hurgaré entre el calor de las chispas buscando empecinadamente el cielo. Pero a la manera de remover las manos dentro de una canasta y buscando con delicadeza y mucho tesón, la mejor pieza de fruta. ¡Oh no! el mejor rayo de sol.

lunes, 25 de octubre de 2010

GESTO PARA UNA MÁSCARA.


CONFUSIÓN, MIEDO.

Jamás la muerte, como ahora,
fue tan sólo una palabra,
pero tampoco nunca se gestó su mando
con tanta proporción.
Jamás un otoño vino
tan subido de tono,
ni una llamarada tan perfecta
de tornasolado
se mudó, de pronto, opaca
igual que una punzada en el corazón.

¡Tanta belleza, tanto gozo, tanta felicidad!
rebrotó en tristeza
y ya nada florece y nada me consuela.

Pues, un viento indescifrable penetró en mi calma
y ahora aúlla entre los montes
como un ataúd lleno de lobos.

La muerte pasó bajo las nubes plateadas,
y como si tal cosa,
se mantuvo suspendida bajo un cielo azul.

¡OH mal! Cual ramalazo de sangre en mi boca.

viernes, 22 de octubre de 2010

DESNUDO, ENTRE LUZ Y SOMBRA.


LA LENGUA, A VECES, SE DESATA


         Mentalmente, es fácil meterse con mi marido puesto que a diario me lo pone en bandeja. A veces eso me permite tratarlo con dureza, con vistas a ver si, EA, mi voz cargada de tono además de ser un grandísimo desvarío, lo despabila de una puñetera vez. Con ese talante tan mal intencionado, equivocadamente, me imagino, que no acabaría metiendo tanto como mete la pata. Pero este hombre es imposible. Está hecho de sólida roca y no aprende nunca de su equivocación anterior. Está convencido de que su actuación diaria es la correcta y lo peor de todo, nunca admite, que sus grandes resbalones puedan perjudicarme profundamente a mí. Esos desatinos, en caliente, me ponen a mil. Entonces, las palabras hirientes salen a borbotones de mi boca y son prácticamente imparables.
         En esos momentos de descontrol por mi parte, él pone en medio de esa deflagración que nos proporciona el calor del debate, el silencio total y absoluto hasta que las aguas revueltas vuelven a su cauce. Esa mordaza, tal vez racional, pero qué me digo racional del todo, me hace decir a mí demasiadas incoherencias ya que nunca me conformo con un silencio tan categórico por respuesta.
         La cosa es, que el melodrama me suele durar de un par de horas a un par de días, depende por supuesto del tamaño de la reyerta. Cuando todo acaba, porque en el fondo no tengo nada de rencorosa y me arrepiento en seguida de mi postura descabellada, me suelo meter bajo el cuello tieso de su camisa y lo atiborro de besos entre su nuez y la yugular. El sonríe como un niño malo entrañablemente arrepentido, igual que yo, de su metedura de pata. Luego se amolda a mis arrumacos y se deja querer como si fuera el mismísimo drácula el que le chupara la sangre y de repente intuyo, que será un adicto de por vida, a mí. Sin embargo, jamás admite su error de bulto con lo que me aseguro de pleno su próximo traspié conmigo.
         Este círculo vicioso creado dentro de muchas parejas con largos años de coexistencia a sus espaldas, obra de efecto químico muy pernicioso para tener una convivencia plena y en paz. Pero también pudiera ser esa palanca de impulso, necesaria, con la que despertar de nuevo los sentidos adormecidos por la edad. Lo que se llama utilizar una estrategia de guerra antes de tirarse como dos locos adolescentes encima de la cama, pienso yo. 
         Pues bien, a veces, el tiempo de la gresca se alarga más de lo deseado y luego se hace de rogar la reconciliación. Si el barullo se queda suspendido en el tiempo, se crean sombras negras entre la pareja. Piedras duras que se meten entre los dientes y el interior de la boca y son difíciles de masticar.
         Aunque bien mirado, ahora creo que esta espuma invisible de malos entendidos, ha engordado en mi casa a lo largo de décadas y actualmente se reproduce más de lo necesario, es decir, tantas como mi bonachón pero calamitoso marido yerra el tiro en su actuación diaria, y yo por mi parte, no esté dispuesta a pasar ni una equivocación por alto. Una espiral sin sentido moviendose infatigablemente en círculo vicioso de idéntica manera que el impulso que hace surgir, tal conflicto, de un rifi rafe de nada. Por un lado tales escenas cotidianas me intimidan o me axfisian o las dos cosas, y más tarde, lo pago en carnes y pésimo ánimo. Por otro lado, cuando brota de mí esa bravura innata que me hace subir desatinadamente el tono que le pongo a la conversación, o mejor dicho, a la disputa, en esos segundos claves de la discusión ,me sale de dentro esa fiera imperiosa que vive oculta en mi interior y entonces dirijo como nadie un imponente careo de palabras hilvanadas una tras otra en donde solo mando yo, como si mi voz tajante fuera la de un dictador cuyas normas son obvias, precisas e inapelables.

martes, 19 de octubre de 2010

AL FINAL, LA LUZ.


TERRRITORIOS DE SOMBRAS.

Castillos de arena
se desmoronan hoy
entre mis dedos flacos.

Territorios de sombras
batallas perdidas
y círculos abiertos
que nunca se acabaron de cerrar.

Espirales de un alma peregrina
con largas zancas
y mucho camino aún por andar
antes de que mis pies se hundan,
finalmente, en la muerte.

viernes, 8 de octubre de 2010

A MEDIA NOCHE.


POSEÍDA POR UN MIEDO INVISIBLE.

       
         Son las tres de la madrugada. Hora indiscutible de brujas. Un intervalo fluorescente en el transcurso de la noche. Estoy extenuada. No duermo más de tres horas seguidas desde hace semanas. Si pudiera chillaba como un pájaro. Está bien, para que ocultarlo, disfrutaría aullando como los lobos. Qué digo, ahora mismo me tomaría unas copas y armaría una escandalera de órdago. Pero imagino, que alguien al oírla, se temería lo peor. Pensándolo bien, lo dudo. La casa está prácticamente vacía. Mis hijos están fuera, a numerosos kilómetros de aquí. Mi marido duerme tan profundamente, que para mí, insomne de por vida, es como si viera cada madrugada una criatura letárgica hasta el colmo. Un ser inocente del todo, que se adentra en un abismo donde yo no tengo ninguna cabida. La noche es para ese infeliz, un escenario sin paisaje ni rostro. Sencillamente, el valle de los sueños. Yo sin embargo, sufro de metamorfosis y a estas horas me convierto en ceniza.

         A medida que la noche avanza a paso de tortuga, los residuos me ahogan. Cuando estoy tan excitada, la oscuridad, terriblemente empalagosa, me hace levantarme de la cama y pasear sola por la casa como si estos pasillos circulares, fueran la calle Mayor de cualquier localidad. En este momento, mi silueta, resulta ser, una proyección tenebrosa entre los claroscuros del suelo y las paredes de mi hogar. Mis pasos de fantasma, cada noche son más mecánicos. Robóticos, diría yo.

         Miro tras la vidriera de la puerta de entrada a la casa y bajo el porche se acurrucan, sobre el cojín de un sillón, dos gatitos callejeros. De repente, no sé por qué, pero sobre mi cabeza abultan, sombreros invisibles, como si estos fueran cascos de metales pesados haciendo una montaña de un grano de nada. Ínfimas partículas que se van trasformado, pasito a pasito, en bolitas de plomo. En este silencio, la muerte se hace polvo con apariencia de serrín. Las maderas crujen, dentro de los cuartos vacíos, a la manera retorcida del tronco seco de un árbol. Los miedos me dominan. Sin voz ninguna imploro al cielo una simple muestra de apoyo. Hacia dentro grito socorro. Porque esta noche soy incapaz de vencer esas voces que me delatan, clarísimamente, como si yo fuera culpable de algo. Aunque, me rindo, pero aún no sé de qué. La atmósfera por momentos se calienta, y un gas espeso y letal se cierne sobre mi rostro y entra por la nariz. Mientras tanto, ese aire denso del pasillo se puede morder, porque además de condensado, se hace negro y luego gris o blanco y sabe a dardos dentro de mi boca, a rayos y a diabólicos presentimientos

jueves, 30 de septiembre de 2010

NOCTURNO CON PÁJAROS.


         Con los años me he convertido en noche. En la oscuridad hablo siempre, mejor o peor que a pleno sol. Depende de la noche, claro. Alguna que otra vez, se me corta en seco la respiración y la inspiración que pudieran provocarrme las musas a altas horas de la madrugada. Pero sin duda, en la oscuridad soy más yo que nunca. Soy débil y fuerte. Y eternamente contradictoria. Pienso en todo y tiemblo, luego me acobardo y me creo absolutamente perdida. Durante la primera etapa del sueño, dedico mis ojos a la contemplación de las sombras que emergen, desde la oscuridad, como pájaros negros. A esa hora arcana, pero enteramente inocente, mi mirada se hace umbral para recibir formas y rostros. Bajo las sábanas me vuelvo un maniquí sin habla, pero con ideas propias y visionarias. Mientras permanezco despierta veo objetos y siluetas en constante movilidad, y en apariencia se mueven dentro de la habitación, como si fueran una alfombra mágica volando por encima de mí. Ese ritual se repite cada noche acompasando a mi respiración. Aunque nunca sé si tal protocolo antes de dormirme es una buena señal. No debe serlo, porque después, dormida aparentemente como un tronco, mis sueños se vuelven premoniciones agónicas que me privan de un descanso tranquilo y me dejan sin ningún aliento. Porque en los sueños, mi lengua se hace muda, sin embargo, mis anhelos más profundos salen desde la oscuridad por una imperceptible fisura y buscan refugio en mí, como si yo fuera el aeropuerto donde esperan aterrizar. Por eso, cuando el cansancio y la meditación me aíslan por completo del mundo real y caigo en un sueño profundo, como anoche, presiento cosas espeluznantes o increíbles.

         Ese sueño, me situaba en la sala de la casa del pueblo donde yo nací. Estábamos reunidas cuatro personas en torno a una mesa redonda. Yo miraba al frente y de pronto la pared de ladrillo desapareció de mi visión y todo el tabique se transformó en un vidrio absolutamente límpido y transparente. Aquello parecía una pared de cristal de una vivienda extraordinariamente moderna. Las cuatro personas allí reunidas hablábamos sin parar, pero no recuerdo nada de lo que decíamos. De repente se estrelló contra el cristal un pajarraco negro parecido a un cuervo, aunque recuerdo muy bien que su pico era blanco. Hay detalles que se quedan en la retina de los sueños. Otras pinceladas, al despertarnos, se disuelven como la ceniza. El pájaro muerto y despachurrado se escurrió cristal abajo y desapareció en el vacío. Segundos más tarde un buitre leonado salido del tejado de enfrente, se lanzó también en picado contra aquella pared transparente. Tal y como lo había hecho segundos antes el pájaro negro. El buitre tuvo el mismo final sanguinoliento. Pude morir de escalofríos ante la presencia de aquellos pájaros carroñeros. Mi estremecimiento fue grande. Aquella pared de cristal parecía una puerta invisible abierta completamente al viento y al vacío. Pero, la visión que las dos aves tenían de los cuatro seres humanos en el cuarto, es innegable, que era perfecta a través del cristal. Qué vieron. Cuando me desperté imaginé una desdicha. Habrían percibido los pájaros alguna carroña para llevarse a su buche. Olieron la podredumbre, o me avisaron algo.

En mis huesos la noche tatuada.
La noche y la nada. (A. PIZARNIK).

martes, 28 de septiembre de 2010

SOMBRA DE MUJER.



FINAL, DE ABISMOS A MIS PIES.

        
         Últimamente imagino que esta casa, llena de aristas y predestinación, estaba en ese recorrido hacia mi porvenir. Todo pues, me ha traído hacia este retiro arquitectónico. El silencio vino expresamente a mi encuentro como una melodía vieja que se repite sin fin. El silencio, en verdad, es el habitante más asiduo y más adusto de la casa. Pero, estaba esperándome como un tesoro espera en su escondite hasta que alguien se tropieza con él. Y todo eso, con el único fin de liberarme de tanto acopio de asuntos por resolver. Tal vez, esta colosal vivienda se puso en mi camino con el propósito de limpiar de obstáculos el trayecto andado o el que me queda aún por andar.

         Así que, toda la mañana he visto crecer fantasmas entre el silencio. Toda la mañana escuché voces en el lugar en el que debería estar colocado mi reconfortado corazón. Toda la mañana la pasé forcejeando con esa música que emiten todos los males que se apoderaron antaño, de mi frágil espíritu. Toda la mañana la pasé bregando con mi lado más oscuro que, crónicamente grazna igual que un pájaro de mal agüero y me convoca en algún lugar de la casa -una cita a ciegas- para recomponer los pedazos rotos de mi corazón. Con este sigilo aderido firmemente a estas paredes de la casa, hoy, he aprendido, que la melancolía es mi lado más endémico. Aprendí, además, que esa desgarradura tan frecuente, viene de muy lejos y extiende su perniciosa influencia en mi natural sentido común. Y una vez que otra, no me queda más remedio que hacerle una buena cura y  luego un buen zurcido.
         Sin embargo, han pasado ya las horas de la meditación. Desplegué mis abismos como un abanico. Y hora tras hora, descubrí los secretos que encerraba su interior. La oscuridad se abre, y la luz a mi alrededor se hace cada vez más grande.
         Mi existencia entre tanto se ha quedado medio llena y se apodera, sinceramente de mí.
         Ahora, trato de adivinar, si mi mente se quedó totalmente vacía. Porque, ahora o nunca.
         Si fuese así, desde este momento, podría limitarme a ser exclusivamente un cántaro roto por la boca.



martes, 21 de septiembre de 2010

ABRID OJOS Y OÍDOS.



ABISMOS A MIS....


Retomar el hilo de "Abismos a mis pies" después de las vacaciones. No fue nada fácil. Y Por otro lado estoy deseando de acabar. Quizás me pesa ya, haber empezado esta historia autobiográfica, nada real.

                                                               / ---------------/

         Siempre que trasteo dentro de este dúo, hombre-casa, comprendo que tan extraña pareja me impiden la caída cuando estoy a punto de lanzarme desde la torre de esta morada, casi gótica y en la que me veo recluida, a un coladero sin fin. Hombre y edificio se mueven a mi alrededor, con movimientos puntuales. Un vaivén de péndulo que lleva de un lado para otro mi imperfecta vida.

         Así que supongo que sigo aquí porque todavía tengo un destino por cumplir además de un peso que zanjar. Un fardo total e indiviso. Un bulto que arrastro con dos importantes ingredientes dentro. Sospecho, además, que todo me empujaba a ese destino inmutable, que en este momento podría estar en esta casa llena de aristas e infinitas confidencias que quedaban por destapar. Un universo hermético, se filtró por estos muros prietos como un ruido imparable al que era imposible frenar o no ponerle oídos, cual, si sus dos habitantes fuesen sordos. Me entraba el miedo cuando escuchaba, desde Dios sabe dónde, el murmullo de ultratumba atravesando estas paredes e incitándome a hablar hasta por los codos. Pero apreté puños y dientes y dejé que estos muros se expresaran, inicialmente, por mí.

         Cuando vine a vivir aquí, las voces que atravesaban estas paredes me hablaban como si yo fuera una extraña a la que primero habría que aproximarse dándole largas y coba. Pero les llegó el momento de medir y calcular. Dicho de otro modo, me ponían a prueba. Tanteaban mi pulso y yo rápidamente dejaba que mis familiares difuntos hablaran a través de estos tabiques. Ya que mis asuntos vivos, brotaban a través de mí, tibios y a borbotones sin recurrir a nada. Pero esos aparecidos, con sólo llamarlos por su nombre, se arrodillaban conmigo y ante mí, y me susurraban, viejas historias, que ya no me intimidaban.

         Sin embargo, los argumentos vivos los invito de vez en cuando a mi cama y en minutos empiezan a vocear su decadencia bajo las mantas del lecho. El cuarto de dormir finalmente se llena y se vacía de unos y otros. Y en realidad, tanto los asuntos ahora tan palpitantes como los viejos asuntos desfallecidos, se apiñan en mi cuarto de dormir, hora tras hora, como si fueran reuniones de primos hermanos formando un grupo compacto.

jueves, 16 de septiembre de 2010

TODAS LAS TARDES.


PORVENIR.

Alguien rezuma nostalgia bajo un sauce.
Alguien suspira en las últimas tardes de verano.
Alguien tiembla,
cuando se sueltan los nudos tan ceñidos
del ramaje de los árboles.

Alguien está con el alma en un hilo
y goza con la irrupción de la luz
bajo tanto verdor y tanta belleza.
Alguien tiene un nudo en la garganta
y no le pasa ni el aire por el hueco de los labios.

Alguien cierra su mirada
cuando se le cruza delante
el viento soplando desnudo.
Alguien se sumerge
en lo más profundo del jardín
cuando lo surca el viento y el invierno.

Alguien, al fin,
contempla el esplendor del cielo
y suspira de nuevo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

ATRAPADA EN UNA TORRE.




ABISMOS A MIS PIES (Continuacion).

  
      Bien mirado, mi marido y esta vivienda con maneras de prisma octogonal, componen una pareja inmejorable y un dúo tan deseado por otros, que a mi alrededor pulula la envidia como si fuera un enjambre de seres humanos poniendo a prueba su codicia. El resto, es ceniza. El remanente de una vida. Un mundo inédito ideado por esta frenética imaginación. Desvaríos. Mi juicio, esta lleno probablemente de excesos e historias, rescatadas de una evocación que acaso recargó las tintas de los traumas y abrió una y otra vez las heridas. Un juicio, que demuestra en más de una ocasión, ingratitud y desprecio por quien me quiso bien. Trágicos residuos que han transformado mi cerebro en una masa rugosa, viscosa y egoísta, puesto que nunca, pudo olvidar ni perdonar circunstancias que le envió el destino.

         Pero quizás, de igual forma, mi sesera está saturada de sueños que viven en lo más profundo de mí y a los que se sumaron una vivaz fantasía. Utopías. Y ahora, me siento como un ser más, abandonado a su suerte porque hubo algo que le impidió alcanzar aquellos ideales de la juventud. Un ser que mira en el interior de los espejos y por supuesto sólo ve espejismos y demandas sin sentido.
         Espejismos, que acabaran conmigo y convertirán a mi marido en un hombre irreal viviendo en un trozo de mundo cristalino inventado por esta entelequia imparable, donde sólo tendría cabida, un compañero de altura. Un hombre inexistente. Estoy viviendo dentro de un espejo una vida que realmente no existe. Una vida incorrecta. De hecho aquí sigo esta mañana de marras, dilucidando en el vestíbulo y cada pensamiento mío, es una obra de arte. Una creación patrimonio del periodo negro de esta mujer estúpida, además de experta en sacar petróleo de donde no hay.

         Sin embargo, me inventé un mundo para no estar sola. Un mundo ideal. Fingido puramente para subsistir. En él mendigo un pasado insostenible y un futuro irrealizable. El resultado de esa operación es un presente que se vacía y se llena de tortura en una espiral sin fin. Un árbol al que le crecen súbitamente ramones retorcidos, y cuyas puntas van trepando dentro de mí para hacerme daño, como si desearan de verdad cambiar mi excelente suerte. Es muy`posible que sufra un importante deterioro debido seguramente a la deformación que hago de los recuerdos. Voy de sombra en sombra y parece ser que mi retentiva es por fuerza parcial. Pero mi mundo inventado es profundo. Nunca tiene un final. Y lo peor, creo en él a pies juntillas. Mis dudas son mi credo. Y las alternativas me resultan tesoros inaccesibles. Vivo en una nube. Porque mi imaginación se comporta como una criatura de poquísimos años. Pero me da igual. Y a mi edad. !qué pocas luces! Diría mi querida abuela y qué desagradecida a la vida tan regalada, que en gran parte he tenido en parejo con los dramas. Ese comentario también lo haría mi abuela. Mis dos abuelas. Y tendrían toda la razón al soltarlo como un peso, insoportable, sobre mí. Pero vivo en una nube porque es en el único lugar que puedo verlo todo con distancia, como si viviera encerrada en una torre gótica. Tal vez esa sea la única verdad. Que vivo encerrada en una torre, donde el mundo que me circunda es puramente memoria. Maldita memoria.

lunes, 6 de septiembre de 2010

CALMA TOTAL.




SEPTIEMBRE.

¡Oh tiempo!
A dónde huyó el verano,
el mar en calma
el olor a salitre
o las gaviotas.
Cómo recuperar
la brisa salina persiguiéndome sobre el barco,
o el arrullo del mar
bamboleándose, arriba y abajo,
y envolviéndome, cual celofán,
con la estela que dejaba el agua marina.

¡Oh Cielo! Yo que navegué a mar abierta
cabalgando encima de una ola,
he creído ver en El Parnaso, prados silvestres,
y en aquel momento,
juro que escuché trompetas de gloria,
como si el navío hubiera bordeado
plenamente el paraíso.

¡Oh! tierra adentro.
Por dónde se escabulleron los cientos de abejas
y el néctar dulce de tantas vistosas flores
donde antes libaban esos plácidos insectos.

Divina providencia
se disipó, cual niebla matutina,
el tentador verano
y ahora sólo se detienen
en el reborde de piedra de mis fuentes,
aguijones de avispas,
trepando por ese canto, como fieras sabandijas.

jueves, 2 de septiembre de 2010

MAR ADENTRO.




VACACIONES (Un inciso).


         Mi marido y yo, hicimos un crucero por el océano Atlántico bordeando las costas de España, Portugal y Marruecos.
         No es la primera vez que nos decantamos por una semana de vacaciones navegando a mar abierta. Reconozco, que para mi marido ese viaje es como si le abrieran de par e par las puertas hacia el infierno de la biodramina y la indisposición personal. Yace, durante horas, con los ojos abiertos y los brazos cruzados sobre la cama del camarote como si fuera propiamente su lecho de muerte y, como si ese mar que se desliza bajo el barrigón del barco, fuese además, una oscura tumba donde enterrarlo bajo toneladas de agua. Tal es su desfallecimiento, sobre todo, cuando cae la noche. Me da rabia y pena. Porque no puede disfrutar del goce inolvidable de navegar sobre las aguas de un océano. Tal como si uno se convirtiera, por unos días, en Dios en persona, originando ese extraordinario milagro. Sin embargo, aunque se enrola disgustado, como el pobre es puramente un santo, accede a navegar sólo para hacerme feliz. Por verme contenta y darme plena satisfacción, simplemente, accede a mi deseo.

         Por el contrario, a mí, andar medio desnuda por la cubierta de un magnífico navío es meterme de lleno y despierta en un maravilloso sueño bajo el sol del verano. Por otro lado, un sol, que me es absolutamente insoportable, tierra adentro. Navegar en si mismo, me parece poner a prueba mi vivísimo corazón de pájaro. De madrugada me acunan el oleaje del mar y los rumorosos motores del barco que solamente paran, cuando el buque atraca en algún desconocido puerto. Cuando amanece levanto lentamente una cuarta del estor de la ventana del camarote. El mar se bambolea. Y esa visión ladeada del perfil del agua, visto como si estuviera rozando mi ventana, salpicada invariablemente por los chorreones de salitre y casi opaca, me da aliento para todo el día. Los brillos sobre el agua que produce el sol del amanecer, encandilan las pupilas de mis ojos con sus destellos. Surgen sobre el agua, igual que estrellas, luciendo su fulgor en pleno día. Durante la tarde, echada sobre la baranda de la cubierta del navío mientras arrecia la brisa marina y hecho un pulso con mi yérsey y un sombrero de paja, contemplo influida por no sé que emblema náutico, la estela interminable que deja la nave en el mar. Una imagen que me enamora completamente del ámbito oceánico y que habla más y mejor que mil palabras juntas, en un poema de amor.

         Y cuando llega el crepúsculo, durante la puesta de sol, un misterio de color fuego circunda la línea curvada en el horizonte del océano. En ese escaso tiempo, comprendo, que en algún lado debería estar escrito ésta inmensidad del mar con la que lleno de paz mi agitado espíritu y con la que tanto me hermano y me equilibro. Es como si fuera una gaviota escribiendo con el pico, un poema de color azur sobre un mar en calma o, saltando de cresta en cresta de una pequeña ola a otra, cuando el agua mantiene cierto movimiento de flujo y reflujo. En el mar, imagino de nuevo, mi primitivo rostro ardiendo otra vez de juventud. Y mi nombre, Maribel, se escribe a lo grande y a lo lejos, sobre la línea marina del horizonte como si mi madre muerta, lo trazara desde las alturas, a fuego lento para que resalte como nunca.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

AL BORDE DE LA PERFECCIÓN.

SER PRELUDIO Y RAZÓN.

Auxiliar la llamada de alguien
que golpea en tu puerta.
Escuchar ese remoto tiempo
que en un instante se tritura.
Atrapar minúsculas gotas de agua pulverizada.
No faltar a esa cita de amor con la s estrellas.
Y apartada en un rincón, 
susurrarle a la noche
que el cielo
suelte borbotones de brillos,
cual si el reino celestial hirviera sobre un fuego.
Ahuyentar a la muerte.
Ese bloque insalvable
de craso espesor.
Primicia y final inamovible,
que estrangula esta poderosa creación
que se clavó, un día, dentro de estos ojos
oscuros como el firmamento.

viernes, 20 de agosto de 2010

VERANO EN EL JARDÍN.






ABISMOS A MIS PIES....


         Pasados esos segundos de lluvia de impulsos insensatos, mi sentido común me dicta, que este hombre es por defecto de forma otro árbol caído. Y probablemente su mente y su cuerpo guardan silencio desde hace años para no ver lo que tiene delante y para no recordar lo mucho que perdió porque le haría daño y sufriría el mismo desgaste que soporto yo. Quizá gritaría también la palabra auxilio en plan desgarro, pero el es un hombre con mala memoria y olvida en seguida el miedo latente que atenaza nuestra relación. Aunque, es verdad, que si pregonara sus desvaríos, clamaría firmemente al cielo pero con otro talante a como voceo yo. Seguramente, buscando que sus propias palabras no le llovieran encima de la cabeza como si fueran un negro nubarrón. O, rogando a las alturas, que su propia mierda no lo cubriera después como un fétido miasma, haciéndole de capa. Son segundos, pero desde mi asiento repaso la sombra de su silueta, tiesa como un palo frente a mí, y percibo que sus silencios son tan temibles como ese muro invisible pero denso que nos separa, desde que empezó el otoño. Pero qué digo, si el otoño lleva con nosotros una larga década. Como si la estación hubiera hecho surgir de los cimientos de la casa los barrotes de una jaula y detrás de los hierros crece a sus anchas un bosque de silencios y de nudos en la garganta.

         Sin embargo, cuando ya ha pasado con trazo visionario y en plan relámpago, esa cadena de pensamientos delante de mí, el silencio amordaza de nuevo mi boca, aunque salvando primero ese escuálido instante que ha durado su vaga caricia. Desesperada por cualquier arrumaco, acabo recapacitando, que algo mínimo, es mejor que nada.

         Por lo demás, me alimento igualmente del esqueleto vivo de este espacio octogonal donde habito durante el día y la noche. Momento mágico, en que la casa abandona, embutida entre la oscuridad, ese insólito aspecto de prisma descomunal y sus aristas se trasforman entonces, en el gran círculo del tiempo.
         Cuando cae la noche, esta vivienda geométrica, consigue ponerme en órbita y a esas horas, yo viajo en el tiempo hacia atrás y hacia delante pero sin moverme de mi posición. Como si ante mis propias barbas acaeciera de repente un milagro fascinante, que a la par, despliega cierta influencia maléfica en la atmósfera del vestíbulo.



jueves, 12 de agosto de 2010

MUJERES VISIONARIAS.




ABISMOS A MIS PIES...


         Pero cuando mi marido por fin abre la puerta. Cuando veo su aspecto cansado, su mirada prieta y huraño su rostro. Porque hay algo áspero y seco en su cara. Algo que no me atrevo a mirar fijamente por miedo a palpar el muro que se alza en esta clandestinidad que a duras penas, sujeta nuestro vínculo. Cuando todo, hoy en día, se ha transformado en un antiguo sueño y comprendo que amo a una sombra del pasado que se ha quedado ahora suspendida como si fuera el polvo levantado en un camino. Cuando acepto que la vida, últimamente, nos ha maltratado y que se extinguen por si solas todas aquellas cosas que nos anudaron hace años al otro. Cuando la edad ya no puede reclamar lo que en justicia era suyo. Cuando el cuerpo se nos quedó seco a la manera del rictus de mi esposo. Palpo un desasosiego indeseable en el vestíbulo. Y oigo voces morando dentro de mi cabeza que quieren salir hacia fuera y prorrumpir con su grito. Si bien rápidamente, otro miedo espantoso me hace de mordaza tapando mi avasalladora boca a punto de estallar. Una amenaza peligrosa que nos deja a los dos, con la boca abierta y la voz entrecortada. O lo que es peor, una desconfianza mutua, que nos deja sin habla.
         Y en ese vaivén de pensamientos y emociones disparatadas, noto a mi lado su presencia y también como me cae después un beso lleno de inercia sobre los labios, del mismo modo, que si se hubiera desplomado sobre mi ansioso pico, un cubito de hielo sacado del frigorífico. Algo parecido a sentir la escarcha derritiéndose en la parte más suculenta de mi boca. Y a menudo, ese lenguaje gélido y de desgana que me deja su escuálido beso, dura sólo un soplo, pero aventaja, con mucha diferencia, a la peor de las palabras. A menudo, esa escena de indolencia debería ser la tregua que precede a la tormenta. Una estación intermedia entre esta anodina vida de pareja y el auténtico desastre. Pero una se acostumbra, a vivir al borde del abismo. O aún más agotador, debajo mismo del abismo.

         No obstante, mientras se despegan de mí esos labios témpano de hielo, mis pensamientos, siguen distintos itinerarios y uno de ellos, me dice, antes de que reviente sobre la silla del vestíbulo, que mi hombre me alimenta con su presencia como un verdadero compañero de fatigas. Y que me mantengo potencialmente viva gracias a sus inestimables sentimientos amistosos. Aunque por otro lado, está claro, que a mi corazón de pájaro se le han roto las alas y que por tanto, alienta en su mente, su eterno sueño de volar. Aunque sabe muy bien, que se arroja en esos sueños, contra un muro insalvable.

miércoles, 11 de agosto de 2010

BAJO EL SOL DE AGOSTO.



DECLARO...

Que el anochecer se avecina
con la fuerza de un monstruo
el color del carbón
y el misterio tupido de la luna.
Que la noche me llama
sentada en la cocina
mientras yo hago bolitas de plomo
que más tarde acabarán taponando
el conducto retorcido hacia
mi corazón.
¡Ay dolor!
Que algo muy pesado
ha pulverizado mi pobre corazón.
Y que la noche indiferente a mí punzada
me llama de nuevo
con su voz insoportable,
y que yo por último, le argumento,
¡Heme, aquí!.

domingo, 8 de agosto de 2010

ABISMOS A MIS PIES (Continuación).

    
     Pero, !oh mi amor! si al entrar en casa cada tarde, tus labios emergieran de esa muerte prematura. Si por casualidad otra vez girara nuestra vida. Si desaparecieran las palabras vanas lanzadas día a día en el ambiente. Si yo no estuviera tan lúcida como para oler ese desdén mutuo enquistado en este grandioso espacio. Un desdén que irremediablemente nos hiere hasta en esos sueños de la madrugada. Si me abrazaras de nuevo sin articular palabra alguna. Si hablaran tus cálidos dedos mientras se abandonan sobre mi piel desnuda. ¡Oh mi amor! si emergiera en medio de un milagro nuestra primitiva y apasionada melodía de media noche. Mi amor. Mi queridísimo esposo, respiraríamos otra vez ternura como si fuera aire nuevo entrando por nuestros agotados pulmones. Aire puro. Aire sano. Y en ese hipotético momento, mi clamor de ahora se volvería de nuevo un cántaro ávido de agua a la entrada de tu añorada boca. Esa bocana por donde antiguamente me succionabas como un remolino hasta tu corazón.
         Pero por el contrario, de sol a sol, mi amor, nos alimentamos tanto del llanto como de una incesante lluvia de quejas. Y tal fracaso nuestro, aviva a menudo mi desesperación. Un mareo interior que no cesa de darme vueltas y más vueltas y que me llevan crónicamente por el interminable camino del infierno.

         Aunque, si yo me entregara otra vez a ti y tú te dejaras hacer. Si el dramatismo no ocupara nuestro precario turno de amantes. Si la trasparencia nos permitiera darle un vuelco a nuestra vida y una respuesta, a esta empecinada hostilidad. Es probable que desaparecieran la rabia, la indeferencia o ese dolor que hace transitar a nuestro alrededor la verdad desnuda como si fuera la muerte anidando en su propia casa. La muerte fisgoneando sin descanso. Una larva trasformando en polvo nuestro arruinado amor. Porque algo mohoso se apoderó aquellas primitivas llamaradas rebosantes entonces, de rojo, anaranjado y azul y en su lugar han dejado ahora, todos nuestros sueños rotos lo mismo que frágiles cristales y nuestro tiempo saturado de un poderoso botín de guerra.

jueves, 5 de agosto de 2010

AGOSTO EN EL JARDÍN.


ABISMOS A MIS....


         Cuando ese manojo de llaves amortigüe su sonido metálico, es que mi marido habrá abierto la puerta. En segundos, mis muñecas estarán listas para tomar impulso y levantarse de este asiento, transformado hoy, en un módulo apocalíptico. Mis puños cerrados limpiarán rápidamente estos ojos de haber llorado y este rostro por donde resbalaron antes las lágrimas. El tinte oscuro y vidriado de mi vista, simularía, cómo no, alegría en vez de llanto. Estoy versada en fingir emociones que no siempre siento. Mi memoria remarcó tal habilidad. Una pericia adquirida a lo largo de los años, en los que continuamente, soplaba un viento contrario a mis más íntimas inclinaciones. Y me pregunto. ¿Me habré vuelto inhumana, una autómata? Una mujer de piedra por cuyas venas sólo corren los ríos de la memoria llenos, sin remedio, de peñascos imparables.
         Además, cuando ese manojo de llaves haya fundido de nuevo su sonido con la mudez del bolsillo del pantalón de mi marido. Cuando mi hombre repita su gastada muletilla, qué tal, o qué haces ahí sentada. ¿Pasa algo? Y cuando yo le conteste con la cantinela invariable de cada día a estas horas, qué va a pasar, nada ya ves, lo mismo de siempre. Él entonces respirará tranquilamente porque no hay otra cosa en este mundo que agradezca más mi hombre, que el hecho ciego de que nunca pase nada en casa para que su tranquilidad de ánimo no se vea alterada por ninguna historia y, mucho menos, por la aritmética imparable con la trabaja mi cerebro en cada unidad de segundo.

         Cuando olfatee por fin la suculenta emanación que sale de la cocina hasta el vestíbulo, donde estoy sentada, y suelte por esa boca inocente ¡ah, qué bien huele, qué comemos hoy! ya que el hambre a esas horas le devora las entrañas. Yo pensaré que todas mis aflicciones son absolutamente estúpidas -asuntos que están unicamente en mi cabeza de pájaro de mal agüero- porque es absolutamente verdad, que lo mejor es que nunca pase nada en esta vivienda. Pero yo de nuevo miraré ojo avizor bajo el zaguán de la puerta y veré otra vez muy lejano mi codiciado éxodo hasta el fin del mundo. Y me preguntaré en silencio, dónde se encontrará ese lugar enigma adonde siempre quise ir. Aunque, sin saber muy bien, por qué motivo lo buscaba sin descanso, o cual será ese impulso que me invita a huir crónicamente del lugar donde vivo.