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lunes, 18 de enero de 2010

ABISMOS A MI PIÉS (Continuación)


         Aquellas navidades, Doris trajo a casa, una bocanada de aire fresco, una sonrisa de oreja a oreja, unas gafas de ratón de biblioteca, una timidez medida, una complacencia inusual entre los cinco miembros que componen mi familia, una belleza exótica aunque no extremada y como he dicho antes, un cabello largo, lacio y negro como el azabache de tal modo que cuando se esparcía por el suelo algún mínimo mechón de ese pelo absolutamente oscuro, sobresalía entre el blanco del mármol de la habitación amarilla. Y ese cabello caído sobre el enlosado, parecía, la delgada sombra de un filamento de hilo eléctrico.
          En un descuido, durante aquellos días de fiesta, le pregunté a mi hijo y -cómo es Doris- preocupada por el extravagante porvenir de mi primogénito. -Un pedazo de pan- contestó él. Si bien, yo ,de vuelta de todo, también de los afectos y de las razones inexplicables que acaban con ellos, no obstante, le dije, -perfecto, si ese es tu tren súbete a la máquina porque hay mercancías que solo pasan una vez en la vida-. 
         O, como dice una amiga mía, "las cosas buenas hay que buscarlas porque las malas ya vienen solas". Y lo expresa tan bien y con tanto entusiasmo, que puesto en su boca, parece un lanzamiento tirado al aire para que todo el mundo lo recoja.
         Y ahí sigue mi hijo subido a ese ingenio insuperable de máquina que a veces parece el artilugio del amor. 
         Pero, por saber, aunque siempre mirándome en las palabras y usándolas  en su justa medida le sigo preguntando -cómo es Doris- y me sigue diciendo lo mismo -un pedazo de pan- aunque ya le ha añadido una variante, -un pedazo de pan que esconde sus cosas, como todos-, me dice.
         La realidad es que el viento de China es el mismo que corre  en todos lados.
         Ahoa bien, cuando pienso en los dos, me digo ¡Dios los bendiga! como hacía mi abuela paterna que a menudo tenía a Dios puesto en la boca, tal vez porque a ella, el Creador la honró bien poco con su grandeza. O tal vez es que el Redentor del mundo le tenía reservada, la ansiada gloria, una vez muerta.
         Sin embargo, imagino su reacción y creo que le habría dirigido unas palabras tan cabales y tan prácticas a su bisnieto como estas. -Pero hombre de Dios, es que no había mujeres agraciadas en nuestra tierra-.
          Su lucidez, a veces, era abrumadora. Y lo que nadie se atrevía a hablar ella lo ponía en su boca de forma tan razonable, incluso tan cruda, como franca. Y si me hablara a mí en estos momentos probablente me diría, -deja ya de darle tantas vueltas a las cosas que las engordas a todas horas-. Aunque tal vez pensando en aconsejarse a sí misma porque hablaba poco, pero sin embargo movía los labios cuando estaba a solas. Alimentaba, tan bien como les doy de comer yo, sus causas perdidas. Cosas de familia, supongo.
          En fin que este año mi hijo y Doris pasarán juntos, pero solos, sus singulares navidades y a medio camino entre Madrid y Roma. Y la habitación amarilla seguirá aquí, bien decorada, pero en el sur, tan muda como siempre.
          Aunque puede que suelte algún voto al aire, eso sí, sin voz ninguna. ¡Maldita sea! las distancias me están arruinando la vida. Tal vez lloraré, solo tal vez, porque al corazón se le van formando año tras año capas de cemento y a estas alturas se ha endurecido. Desde luego, pediré para mis adentros cuando me siente a la mesa y me falten unos cuantos, que vuelvan; o quién sabe, si recurriré a alguna fórmula mágica para que aparezcan rápido, aunque ello sea, sencillamente, una entelequia.