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lunes, 25 de julio de 2011

ENFOQUE EN BLANCO Y NEGRO.


           Es media noche y estoy tumbada sobre el lecho y unas sábanas blancas. Soy Eva, y sobre mi cuerpo desnudo cabalgan juntos la exaltación y el aire destemplado de la madrugada. Expuesta al relente de la noche y de la sierra, el vello se me eriza y la piel se me amasó en escarcha. En la penumbra vislumbro estas paredes vírgenes de las que a veces emergen arcaicas sombras que en el transcurso de la noche, se comunican conmigo. Apariencias invisibles y pálidas,  pero que me hablan más que nunca.
           En el tabique sur hay abierto, de par en par, un ventanal al mundo y a los astros. Al fondo de ese paisaje oscuro, la lejana línea del horizonte se ha fusionado en un magma de negros. Aunque, esta mirada de ave nocturna me cuela en esa oscuridad y me impregna de ese negro azabache del cielo, de ese gris azulado del mar que me imagino y de ese pardo mate del valle y de esta tierra. Toda la atmósfera quedó mimetizada entre la noche oscura. Y esa oscuridad sobrecogedora y taciturna es el alma de este lugar y de los seres que se expatrían de aquí.
            Pero yo contemplo con admiración ese firmamento de negros en el que está presente la muerte, pero sin duda, también la vida. Esa substancia infernal y deliciosa, en la que siempre habito.
            Mil ojillos brunos de muñeca o de búho, han girado ahora al lado opuesto de esa quebrada que hace el valle. Y una iglesia blanca iluminada por las luces cálidas de la explanada, se aviva en el repecho del municipio como una antorcha, intensificando esa calcárea arquitectura. Detrás del templo, la silueta de dos cerros crea un fondo sinuoso semejante a la figura de una joven mujer. Y si aprieto los párpados, durante un minuto, el campanario blanco de la torreta se aglutina con el paisaje negro de los cerros y se transforma en un enfoque fotográfico tirando a sepia.
          Sin embargo esta amalgama tan natural de cielo tupido, montaña y santuario, en realidad, solamente traza un espléndido cuadro que embarga mi corazón misántropo.
          Un extenso perfil de múltiples y desiguales volúmenes en la opacidad de este aldeano territorio. Bultos y más bultos, que cuando cierras los ojos quisiera tragárselos esa boca de lobo en la que se transforma, de noche, la hondonada. Pero si hago balance, comprendo, que un subterráneo de inmóviles, oscuros y graves contornos ambientales anida en mí, como otra forma de vida y de memoria. Pues durante el anonimato de la noche, esa cerrazón ambiental me transforma claramente en ave. Y esa otra vida que cobro de pájaro en libertad, se apropia a menudo de mi pensamiento.
  
           La techumbre del cuarto se ha evaporado y en este momento su transparencia me resulta agradable pero desconocida. Se ha convertido en una cubierta de vidrio diáfano y sonoro como el cristal de Bohemia. Lo cierto es, que mis tímpanos de pájaro sensibles más que nunca, perciben esa vibrante sinfonía dentro de este reducido espacio, similar a un cubículo. Y es ahora, cuando mis ojos de halcón vueltos hacia arriba en una suerte de trance imaginario lo ven todo a cielo raso o, como si no hubiera sobre mi cabeza cubrimiento alguno, salvo ese firmamento ideal. Sin embargo yo percibo la noche y sus volúmenes con la misma claridad viva de la luz diurna. Y mientras aguardo con gran resignación a que me llegue el sueño y el descanso, localizo cualquier lejano planeta o alguna que otra constelación.
          Cuando era niña, suspiraba por creer que esa fascinación que ejercen en mí los astros, era algo similar, a cogerse de esa materia inalcanzable de la que están hechos los sueños.

            Así pues, grave y solemne igual que una figura estática encima del lecho, levanto al cielo mi espíritu ebrio, mi gesto de asombro, mi brazo enérgico y mi dedo índice de la mano derecha y voy siguiendo la trayectoria de los astros y cuento uno, dos, tres, cuatro…  vértices de plata. Y después sigo el esbozo de la Estrella Polar o de la mismísima Vía Láctea, pero reconozco que me pierdo en el itinerario porque ese rastro sideral se me hace incalculable. El marco es tan hermoso que magnetizada por lo que apunta el extremo de mi dedo, las estrellas arrastran de este instinto soñador y caprichoso que se eleva como una pavesa hacia el cielo, y a horcajadas sobre la luna pero menguada igual que ese planeta,  desde tanta altura, ni puedo pestañear.