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jueves, 3 de febrero de 2011

ACONTECER NOCTURNO.

        
         Soy como un ave nocturna que gradualmente agudizó su vista a la oscuridad y ahora percibo las formas mejor que nadie en pleno día. Está oscuro como la boca de un lobo, y no comprendo, pero hurgo en la penumbra y percibo solo la perfección. Soy una lechuza. Y este es un perfecto encuadre arquitectónico para observar. Son grandiosos estos muros y estos poderosos ventanales que de noche adquieren autenticas ventajas, ya que meten en casa, esa media luz que llega hasta mis ojos. Muevo el cuerpo y la cabeza casi describiendo círculos, y luego contemplo el claustro. Este claustro es falso, pero además de ser falso, es sedimento y es memoria y por la misma razón es silencio. Profuso silencio. Manchas de silencio. Marañas enteras de silencio. Necesidad, autentica necesidad, de silencio. Aquí, a estas horas, se cumplen enteramente las reglas de un convento. Todo el personal de la casa está en su celda. Todos estamos aislados y agitando nuestras cabezas. Descolocamos el supuesto orden cotidiano. A veces rezamos. A veces amamos. A veces abominamos. Y a veces ahuyentamos el odio como podemos.

         Pero de pie, en este lugar, atrapo la calma de la atmósfera nocturna. Es diferente. Muy diferente. ¡Incomparable! Puesto que el silencio se expresa en estos momentos sin palabras y sin voz pero vibra y me lanza mensajes. En realidad, mentalmente, puedo decir basta y entonces me viene la placidez y un intenso descanso.

         Al fondo de la pared hay un hilo de araña, parece muy frágil y difícil de ver, pero ya he dicho que soy una lechuza con la vista entrenada para reconocer, entre otras cosas, telas de araña en medio de la oscuridad. Ese hilo de seda se ha bordado con el ardor de la media luz y la tejedora sigue su trayectoria sin pararse hasta llegar al extremo de mis puños cerrados. El hilo de seda me lleva hasta el asiento, y parece rompible, pero es fuerte como el de Spiderman y noto que sus tirones me hacen tambalear el pulso porque espera que extienda, uno a uno, esos dedos apretujados sin yo tener ganas. Pretende que teclee y que pulse con fuerza cada vocablo y escriba esta calma. Sin embargo, describir esta quietud es como remover un polvorín. Quién sabe si saldría volando por los aires. Podría ser.