Seguidores

lunes, 19 de abril de 2010

JUEGOS DE AGUA.



ABISMOS A MIS PIES (Continuación).


         Mi hijo mediano es atronador y cuando aparece por casa, me resigno al abandono de cuerpo que producen las tormentas cuando acampa el cielo después de una endemoniada borrasca.

         Sin embargo, su presencia es absolutamente oportuna porque me trae un mundo de chasquidos y de urgencias que suele despertar los cimientos de este hogar despoblado. A menudo tan silencioso, monótono o habitado por el tedio. Su aparición, me hace pensar que ese tiempo que él no está por aquí, parezca, un collar engarzado de piedras todas iguales y una detrás de otra.

         El benjamín de mis dos hijos varones, es periodista. Es joven pero tiene su lengua suelta y llena de recursos, aunque carece de momento, de esa perspectiva lógica que da la maquina del tiempo cuando pasan los años.

         Su habitación, cuando la abro, como esta mañana dedicada completamente a la introspección de vidas ajenas, huele a pachulí. Mi retoño de casi dos metros, cuando de nuevo se esfuma, deja ese rastro a perfume esparcido en el ambiente tal como si fuera otra reseña de identidad igualita a ese enorme ruido que despliega. Allí donde se traslada esa caballería de hombre, todo retumba. Es puramente vísceras, esperando a escupirse compulsivamente.
    
         Su cuarto, que es claramente minimalista mientras pasa su ausencia _cama vestida, armario, mesa de trabajo y un sobrio asiento_ si él está por aquí, se transforma en una fragosa decoración de fuegos artificiales. Y lo digo con plena conciencia de lo que esa expresión simboliza en esta casa atiborrada de orden y silencio.

         Si mi hijo se ríe dentro del cuarto, es como si volaran mariposas por toda la casa que en segundos acaban haciendo un bello remolino de colores alrededor de mí, ya que me transportan con ese conjuro mágico a mi primera infancia. Sus risotadas me recuerdan las carcajadas sonoras de mi madre que se quedaron en una inequívoca fantasía de mi memoria,  y que más tarde, amplificó a lo grande, el transcurso del tiempo y mis ganas de aferrarme a un algo, que se pareciera minimamente a unas raíces. Algo, más que nada, en lo que ovillarme cuando un aire dislocado atraviesa por la casa y me tira sobre el fango.