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domingo, 28 de noviembre de 2010

EL SUBCONSCIENTE.


         Anoche soñé que me tragaba alguien. Alguien inmaterial, que se trasformó rápidamente en el ente incierto de la literatura. No recuerdo con claridad la atmosfera de la pesadilla. Tampoco he retenido demasiados detalles, pero en esencia, el sueño era algo inquietante. Yo seguía un camino. Era una figura diminuta y negra ubicada como una sombra en el trayecto de ese camino. El recorrido era largo, estrecho y tortuoso. Delante de mí, a una distancia corta, iba otra figura negra. Esa otra silueta caminaba erguida, pero era tan alta que me hacía una gran sombra. Aquel momento, juzgo ahora, que debía ser concretamente el atardecer porque llevaba la mano puesta de visera sobre los ojos, sino lo hacía, el sol me cegaba.

         Después de mucho andar siguiendo aquel serpenteante trayecto y siempre pisando aquella grandísima sombra, la silueta que me precedía se frenó en seco y después se volvió, dobló su cuerpo erguido y alargó su brazo negro, abrió su oscura mano, atrapó mi insignificante figura, la llevó como un bocado apetitoso hasta su boca abierta y al punto me tragó tal, como si yo hubiera sido una liliputiense barra de pan engullida por un gigante hambriento. Pero recuerdo muy bien que en voz alta dije, ¡Dios! me devora la literatura.

         Reconozco que hoy me he despertado hecha pedazos y lo mismo que si hubiera aparecido en el interior de un laberinto donde nunca podré encontrar la salida. Y bien mirado, en este momento, el mundo me parece un bosque compacto, repleto de grandísimos escritores donde yo me veo tan diminuta como un pigmeo.