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jueves, 5 de agosto de 2010

AGOSTO EN EL JARDÍN.


ABISMOS A MIS....


         Cuando ese manojo de llaves amortigüe su sonido metálico, es que mi marido habrá abierto la puerta. En segundos, mis muñecas estarán listas para tomar impulso y levantarse de este asiento, transformado hoy, en un módulo apocalíptico. Mis puños cerrados limpiarán rápidamente estos ojos de haber llorado y este rostro por donde resbalaron antes las lágrimas. El tinte oscuro y vidriado de mi vista, simularía, cómo no, alegría en vez de llanto. Estoy versada en fingir emociones que no siempre siento. Mi memoria remarcó tal habilidad. Una pericia adquirida a lo largo de los años, en los que continuamente, soplaba un viento contrario a mis más íntimas inclinaciones. Y me pregunto. ¿Me habré vuelto inhumana, una autómata? Una mujer de piedra por cuyas venas sólo corren los ríos de la memoria llenos, sin remedio, de peñascos imparables.
         Además, cuando ese manojo de llaves haya fundido de nuevo su sonido con la mudez del bolsillo del pantalón de mi marido. Cuando mi hombre repita su gastada muletilla, qué tal, o qué haces ahí sentada. ¿Pasa algo? Y cuando yo le conteste con la cantinela invariable de cada día a estas horas, qué va a pasar, nada ya ves, lo mismo de siempre. Él entonces respirará tranquilamente porque no hay otra cosa en este mundo que agradezca más mi hombre, que el hecho ciego de que nunca pase nada en casa para que su tranquilidad de ánimo no se vea alterada por ninguna historia y, mucho menos, por la aritmética imparable con la trabaja mi cerebro en cada unidad de segundo.

         Cuando olfatee por fin la suculenta emanación que sale de la cocina hasta el vestíbulo, donde estoy sentada, y suelte por esa boca inocente ¡ah, qué bien huele, qué comemos hoy! ya que el hambre a esas horas le devora las entrañas. Yo pensaré que todas mis aflicciones son absolutamente estúpidas -asuntos que están unicamente en mi cabeza de pájaro de mal agüero- porque es absolutamente verdad, que lo mejor es que nunca pase nada en esta vivienda. Pero yo de nuevo miraré ojo avizor bajo el zaguán de la puerta y veré otra vez muy lejano mi codiciado éxodo hasta el fin del mundo. Y me preguntaré en silencio, dónde se encontrará ese lugar enigma adonde siempre quise ir. Aunque, sin saber muy bien, por qué motivo lo buscaba sin descanso, o cual será ese impulso que me invita a huir crónicamente del lugar donde vivo.