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lunes, 5 de julio de 2010

MUJER MALÉVOLA.




Continuación de, ABISMOS A MIS PIES.


         Algunas de esas noches de clarísima intranquilidad y notoria vigilia, me da por imaginar alguna forma fácil de homicidio. La falta de descanso y la incomunicación con los demás, mientras me amparo en la noche oculta entre las sombras, son horrendamente peligrosas y me hacen imaginar múltiples maldades. La soledad y la mala uva, la indignación y la impotencia que siento, noche tras noche, cuando no duermo a pierna suelta, me dan sobrados motivos para poner en rumbo este cerebro y las malas ideas. Y percibiendo que algo ajeno a mí, interrumpe asiduamente mi placentero sueño, el insomnio se me convierte en el mejor caldo de cultivo con el que fantasear con diferentes felonías.
         Y heme aquí, que hay noches de éstas, que hay sentada en la antecámara frente a mi dormitorio, me entran unas ansias irrefrenables de cometer un modestísimo asesinato. Y conjeturo con la posibilidad idónea, entre otras, de asfixiar a mi marido embutiéndole un par de calcetines en la boca con el único fin de librarme de sus ronquidos. Tales resuellos, se suceden noche tras noche y son tan irritantes, que me han robado media vida de plácido sueño, además, de haber convertido mis ojos grandes y negros en dos diminutas pasas bordeadas por oscuras sombras.
         Aunque en el fondo, como soy un alma cándida incapaz de hacerle daño a una humilde mosca, permanezco quieta, callada, sola como la una y sentada en el vestíbulo admirando los destellos opalinos que caen temblorosos, igual que se desploman las hojas secas de este insociable otoño, sobre estos muros. Noche tras noche, me abono a este solitario palco de mi chiquita plaza y a mi lamentable anonimato como mujer insomne. Un anonimato muchísimo más palpable, a esas horas tan chocantes de la madrugada, donde no hay amigos leales ni afectos ningunos para socorrerla a una de su propio pánico. Ni tampoco hay nadie, para liberarte de esas toscas inclinaciones malsanas.
         En ese estado tan penoso de desorden mental, mis pensamientos insanos se forjan cada vez más fuertes, y a lo largo de la noche desempeñan su papel de forma absolutamente autónoma, como si fueran de otro país distinto al que rige cotidianamente mi cabeza. De madrugada deciden, por si solos, mantener un ciclo venenoso que se repite impepinablemente, en cada una de esas insufribles madrugadas de desvelo. Como si tales inclinaciones mortales contra el hombre que duerme a mi lado desde hace más de treinta años, poseyeran por si solas, el poder desmedido o abusivo de un gurú con diabólicos propósitos.