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lunes, 24 de mayo de 2010

ABISMOS A......


         Durante un buen rato, mientras olvido esas pesadillas de las noches pasadas y mientras espero a mi marido para almorzar, sentada en este sillón con brazos de madera, me muevo sólo con los ojos como si fuera el foco de mi cámara.
         Mi vestíbulo tiene ocho paredes dividas una a una por las columnas redondas que unen las caras planas de los tabiques. Salvo en dos de esas paredes, que están decoradas con un reducido mobiliario –una en la que estoy sentada- en los demás muros hay puertas para entrar a la sala, a mi dormitorio, a la cocina y al baño. El tabique que hay frente a mí, ese, no tiene puerta, pero está arreglado con una cómoda antigua y un cuadro abstracto y casi ininteligible, colgado encima del mueble. La pintura simboliza una planta de calas sumergida en un fondo de agua, en cuya superficie transparente, se reflejan los esbozos de unas hojas verdes y las flores blancas de las calas.
         Una particularidad que me hace imaginar, de repente, que si todas estas paredes planas se transformasen en espejos ligeramente cóncavos como las cucharas, yo, me vería reflejada boca abajo. Proyectada, deformada y multiplicada ocho veces. Y si esa multiplicación de mi misma además se hiciera infinita en cada cara de espejo cóncavo pegado en la pared, puede que diera como resultado las incalculables apariencias que podría tener mi persona.

         Fisonomías sorprendentes, que ni siquiera yo me las conozco bien. Por ejemplo, ¿Qué pasaría si alguno de esos reflejos míos mostrara claramente mi pasión ciega, casi obsesiva, por huir de casa?. Aunque por orto lado, ni se sabe adónde. Esa escaramuza -ese pulso que mantengo con la huida, desde la mismísima infancia, y cuyo extraño poder alimenta una carrera disparatada con el personaje multiplicado de esos espejos- haría que todas las imágenes homogéneas del las lunas de los cristales, chocaran entre si como si toparan con algo opuesto a su naturaleza más visible o más obvia. Segundos después, aquí sentada en mi silla, palidecería de rabia al ser desenmascarada mi perturbadora realidad mental. Una chocante vida que aviva una supuesta y constante fuga. Una evasión solamente especulativa que no tiene más sentido que el accidental y que se diluye rápidamente, cuando abro los ojos a la realidad y veo que tengo una vida fácil en mi propia casa. Si bien, una vida de retiro.
        Mi otro proceder, ese que yo he creado de la nada en las paredes de este vestíbulo octogonal, se ha detenido de forma desproporcionada entre tantos espejos imaginarios. Mi figura y mi universo se han invertido en ese sibilino interior y se han puesto a trabajar, solitos, y me lo han colocado, todo, boca abajo.



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