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lunes, 7 de junio de 2010

ABISMOS...

        
         Sé que protesto y mucho, y a veces hasta sin sentido. Sé también, que invento hecatombes con el simple movimiento de una mosca. Y a veces, como en este momento, cuando me he visto en esas paredes configuradas como espejos, me figuro que tengo el alma vacía como Narciso.
         Se que inflo burbujas de aire con las aletas de mis labios, cuando no puedo absorber por mi boca, ni el peso de mis ideas ni el temblor de mis carnes. Pero también sé, que invertirme ahora boca abajo, es meterme en un oscuro laberinto que no me llevaría a ningún otro lado.
         Aun así, cientos de esas miradas mías se han cruzado, en un segundo, en los espejos que me he inventado. Señales intensas que me tienen cautivada tras esos barrotes de cristal invisible. Pero, ahora sé, que desnuda puedo ser Eva. Una categoría superior con la que salir a flote. Porque al colarme dentro de los cristales, ya nada me separa de tan ansiada desnudez. Un despojo absurdo, claro, porque a este lado de los vidrios, ese impudor tan inadmisible, no sirve para nada. Tal exhibición de mi cuerpo, al desnudo, visto fuera del reflejo de esos espejos, no tiene ningún sentido que exista. ¿Quién querría descubrirse tan desabrigada y sola y tan atrapada entre frágiles cristales?.
         Sin embargo, por otro lado, en cueros hay dentro y estancada entre ese universo transparente, puedo resultar tan bufa como mágica. Tan prodigiosa como banal. Tan bendecida por los dioses como maldita. Hay atrapada, puedo resultar gigante o enana, admirable o vulgar, mansa o fiera llena de rebeldía y de deseos, o puedo transformarme en un eco extraviado en la profundidad de la luna del espejo. Porque en ese espacio ilimitado que hay tras el cristal se esconde un secreto y, cuando me adentro en él, me divierte transformarme en Pandora y destapar la caja prohibida.
         Y por supuesto, condenarme, por propia iniciativa, al perpetuo disfrute de los males del universo: ese misterio que encierra el mundo de las sombras pero que a mí me trae tanta claridad. Puedo entregarme al goce infinito de los sentidos o por el contrario al vaciado de mis las lágrimas para así calmar, mi frustrado derecho al llanto. Ahí dentro de esa concavidad opalina, podría amar con renovada furia o vengarme de este exterminio que me llevó al implacable aislamiento, que sufro hoy en esta casa.



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